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martes, marzo 19, 2024

HUESOS SECOS

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Ezequiel 37:1 “…y me puso en medio del valle que estaba lleno de huesos…y he aquí, estaban muy secos”

Hoy quiero compartir con ustedes, apreciables lectores de esta columna, algo que me viene a la mente con respecto al matrimonio:

Con el paso del tiempo las cosas en el matrimonio empiezan a sufrir cierta metamorfosis. Como en la oruga y la mariposa, empiezan a morir algunos afectos y empiezan a nacer otros. Y eso nos toma por sorpresa, especialmente a las mujeres. Y es que ellas que son tan maravillosas pero tan misteriosas al mismo tiempo, son las que más rápido detectan cuando algo se está secando entre ella y su pareja.

“Ya no me toma de la mano cuando andamos en el centro comercial”. “Ya no me besa cuando se despide al trabajo”. “Ya no me dice que me ama…” Son algunos ejemplos de los que puedo echar mano para apoyar mi tesis.

¿Què ha pasado entre ellos? Algo se ha secado. No es un secreto que en todo matrimonio habrá momentos en que nos vamos a querer separar el uno del otro y no precisamente, como dice Pablo, para orar. Solo porque sí. Porque necesitamos estar solos. Para oxigenar la relación.  Pero cuando ese momento se alarga, empieza el peligro, porque es cuando el matrimonio empieza a secarse.  Se va la vida. Se muere la esperanza. Se secan los planes y se secan los sueños…

Se secan aquellos momentos que fueron sublimes, aquellos instantes que fueron tan fugaces, las miradas de ternura se han perdido, el toque suave y tierno de las yemas de los dedos se ha ido a otros rincones del tiempo. Solo han quedado huesos secos, sin vida, sin emociones y sin la dulzura que antes hubo entre nosotros… No es que ya no nos amemos, no es eso, lo que sucedió es que en algún recodo del camino, sin darnos cuenta, las cosas colaterales del matrimonio como el trabajo, el ministerio, la televisión o por què no decirlo, los hijos, nos fueron absorbiendo poco a poco la vida, el alma se aleja de la pareja y empieza a ocuparse de otras cosas que son importantes pero no tanto como para que los huesos de nuestra relación pierdan su valor…

No es bueno que el hombre esté solo, dijo el Señor. Pero es precisamente lo que el hombre busca. Irónico, ¿verdad? Primero lucha por ganar el amor de su prometida, hace lo imposible por estar con ella para mostrarle cuanto la ama hasta que logra tenerla en sus brazos y conquistarla. Pasados unos años ya no tiene ese mismo deseo. Se empieza a alejar. Se busca amigos o pretextos para alejarse de aquella mujer por la que tanto luchó. Se secó el amor. Se secaron los deseos. Se secan los proyectos… Solo queda algo yermo, árido y sin vida.

Cuando eso sucede, cada uno empieza a morir lentamente.  La carne que cubre los huesos se desintegra, desaparece y la pareja empieza a vivir cada uno por su lado. Duermen juntos pero cada uno en su almohada. Ya no hay acurruco. Ya no hay mimos. Ya no hay ternura. Cada uno con su celular.  Cada uno viendo la parte de la pared del mismo cuarto. Cada uno con sus ilusiones y sus deseos internos. Están en la misma cama pero están secos…

Y es cuando necesitamos la Palabra del Señor para que ponga vida en esos huesos. Que ponga piel, tendones y armonía, entonces cuando la Palabra le llegue a los huesos secos, cada hueso se unirá a su hueso…

¿Acaso no dijo Adán: Esto es hueso de mis huesos?

Por eso el Señor le dijo al Profeta:  “Entonces me dijo: Profetiza sobre estos huesos, y diles: «Huesos secos, oíd la palabra del SEÑOR.” (Eze. 37:4). Pero es inaudito que aún estando en la Iglesia muchas parejas ya no escuchan la Palabra del Señor. Están pero no están. No hay perdón por las cosas pasadas. No hay reconciliación del uno con el otro. Adoran por separado y creen que Dios está en medio de ellos pero no es así, porque Dios no es Dios de huesos,  El no es Dios de división ni separación, es Dios de hombres y mujeres que aún en medio de sus problemas y diferencias hacen lo imposible por permanecer unidos, juntos, rozando uno con el otro pero  mejorandose cada dìa. Porque ese es el reto de todo matrimonio: Permanecer unidos a pesar de…

Porque uno de los propósito del matrimonio es ese precisamente: mejorarnos mutuamente. Cuando nos conocimos no sabíamos bien como èramos. Desconocíamos muchas de las cosas que estaban ocultas por el maquillaje del romanticismo, pero pasado un tiempo, esas cosas feas empiezan a aflorar y es cuando uno de los dos debe tratar de ayudar al otro a quitar esas aristas que le hacen perder bendición.  En vez de alejarse de la persona porque está actuando de mal modo, lo que manda el matrimonio es acercarse más y con ternura y respeto hacer ver lo que está mal. Por la simple razón que se ama. Y si te amo, deseo que te veas mejor que antes.

Esto aplica para ambos. Claro, hay que tener una buena dosis de paciencia el uno y humildad del otro. Se necesita saber que no soy perfecto, que necesito arreglos que solo mi pareja puede ver porque son las cosas que salen en la intimidad. El público no ve lo que ve mi esposa. Puedo ser un brillante expositor bíblico, puedo hacer discursos que hagan llorar y estremecerse a los demás, pero la mujer que duerme conmigo sabe perfectamente lo que soy en lo interno. Y es ella quien tiene la responsabilidad de ayudarme para que no me desintegre en el orgullo, en la pretensión de creer que soy el Non Plus Ultra de los pastores. Porque es entonces cuando corro el riesgo que el Espíritu Santo se vaya de mi lado y me quede solo. Solo con mi teología. Con mis conocimientos que no sirven para nada espiritual.

Soy el encargado por Dios para mejorar a mi esposa. Debo tener la responsabilidad y la paciencia necesarias para que como “vaso más frágil”, yo pueda exhortarla con amor y ternura para no terminar de quebrarla en su interior siendo áspero y violento al ayudarla. Debo reconocer que ella no es como yo. Ella es más delicada al escuchar ciertas correcciones, es lo normal. Es un reto para mí ayudar a mejorar a mi esposa siendo que ella, claro, es una dama. Y a las damas se les trata con delicadeza.

Es lo que el Esposo Jesus hace con su esposa la Iglesia. La guía, la enseña, la instruye con amor y sumo cuidado. Según el Libro de Cantares dice que Èl la trata de “paloma mía, hermosa mía…” ¿Y es cierto que la Iglesia es eso? Sabemos que no, pero Jesus así es como la trata. Y mi obligación es imitarlo a Èl, no a otro hombre.

Un columnista la preguntó al sabio astrofísico Estephen Hawking: ¿Cual ha sido el reto más difícil de vencer para usted? Y su respuesta fue simple: “Conocer a la mujer”. Y en eso estoy de acuerdo. Como este hombre que supo estudiar los “agujeros negros” del espacio, que pudo incursionar en el firmamento y descubrir infinidad de misterios del universo, no logró conocer a fondo a la mujer, así yo no puedo jactarme de conocer realmente a la mía. Y aquí hay un misterio: Debo estar tan ocupado tratando de conocer a la que está a mi lado para que no caiga en la tentación de querer “conocer” otra… Con una es suficiente. ¿No lo creen, amigos…?

Huesos secos. Matrimonio seco. Comunicación seca. Ternura sin ligamentos. Vidas sin tendones que nos unan. Vidas secas… Pero aún hay esperanza. Aún se puede volver amar. Todavía se puede soñar con algo sublime y hermoso al lado de la persona con la que decidimos vivir el resto de nuestra vida. Solo necesitamos una cosa y esa no es dinero. No es otro vehículo del año. No es una casa más grande. Tampoco es otro hijo. Es la Palabra de nuestro Dios para que los huesos de nuestra vida matrimonial vuelvan a unirse y volvamos a ser un solo cuerpo…

 

 

 

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3 COMENTARIOS

  1. Muy cieryo.. Confronta …pero cierto.
    Lo malo es que ya no hay quien enseñe a encontrar vida para el matrimonio, lo bueno es que La Palabra tiene la respuesta.
    Entonces oremos porque El Señor sople sobre nosotros.

  2. Bendiciones Pastor Berges, interesante articulo (Huesos Secos), siga Dios dando sabiduría para que nos ayude en los matrimonios, ya que la desintegración familiar esta afectando tanto nuestro amado país.

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