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jueves, marzo 28, 2024

La apostasía de Joshua Harris bajo la lupa de la cosmovisión bíblica

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La fe y las obras son inseparables. La fe que decimos profesar debe dar frutos, evidencias y pruebas de su autenticidad. La prueba de que hemos creído el verdadero evangelio es que vivimos conforme a la ética que demanda el evangelio. Más allá de lo que decimos, los creyentes verdaderos son aquellos que viven conforme a la Biblia.

Pero no basta con una emoción momentánea de buena conducta, religiosidad, remordimiento o culpa. El verdadero creyente es aquel que persevera a través de las pruebas de la fe, de los afanes de la vida, del mundo y sus placeres. Por el contrario, la fe falsa, esa que no salva, tarde o temprano se manifiesta en apostasía. Los falsos creyentes son tentados, viene una prueba, una falsa doctrina y se extravían. No tienen raíz, su fruto no madura: no son nacidos de nuevo (1ª Juan 2:19).

En la historia del cristianismo podemos ver diferentes ejemplos de personas que, viviendo entre creyentes, y por un tiempo comportándose como tales, apostataron de su fe: Judas Iscariote, Himeneo y Alejandro (1 Tim 1:19-20); Demas (2 Tim4:10), Simón el mago (Hec.8:9-25), entre otros.

De la misma manera también vemos la apostasía en la actualidad. Recientemente el escritor del exitoso libro “Le dije adiós a las citas amorosas” y ex pastor, Joshua Harris, uno de los máximos representantes del Movimiento de la pureza sexual en Estados Unidos, dijo de sí mismo: “conforme a lo parámetros que tengo para definir a un cristiano, no soy cristiano”. Hace algunos años renunció a su ministerio, recientemente anunció su divorcio y días después renunció públicamente a Cristo. La noticia fue como una bomba para muchos, ante lo cual surge la pregunta ¿era Harris un auténtico creyente? la respuesta que nos da la Biblia es que no. El falso cristiano tarde o temprano terminará apostatando porque no hay verdad en él (Juan 8:44), eso fue lo que le pasó a Harris. Su fe no estaba puesta en la verdad inamovible del evangelio, sino en la fórmula elemental de sus enseñanzas y escritos: que si una persona vive en pureza sexual antes del matrimonio, entonces Dios le dará al conyugue de sus sueños y tendrán un matrimonio feliz, fecundo y próspero.

Acá no está en tela de juicio la importancia de la pureza sexual, la Biblia está llena de mandamientos que nos dicen que los hijos de Dios debemos vivir de manera pura y santa, como nuestro Dios Santo nos lo demanda. El grave problema de Harris fue creer y enseñar el falso evangelio de la retribución, que consiste en pensar que Dios obrará, retribuirá o responderá con bondad o castigo según nuestras obras diarias. El falso evangelio produce falsos creyentes. Es exactamente el mismo engaño del evangelio de la prosperidad, que nos dice que si damos nuestro dinero a Dios, Él nos lo devolverá al ciento por uno. El problema con estas falsas doctrinas es que cuando las personas no obtienen lo que esperan y por lo que han “pagado”, cae su confianza en Dios, viene el resentimiento, la frustración, y tarde o temprano, la apostasía; dando evidencias de que la fe inicial no fue auténtica.

La apostasía de Joshua Harris nos deja importantes y valiosas lecciones: la primera lección es que cada uno debe examinarse si realmente está en la fe (2Cor.13:15), si sus acciones diarias dan evidencia de ser un auténtico cristiano o no. La segunda lección es: orar con temor a Dios. No olvidemos que los apóstatas salen de la iglesia, pero antes de revelarse a sí mismos pueden pasar mucho tiempo dentro de ella, como el caso de Joshua Harris. Jesús nos enseñó que hay que pedirle al Padre que “no nos meta en tentación”, es decir, pedirle a Dios que no nos suelte, que no permita que nos desviemos como ellos, que nuestro pie no resbale en piedra, ni que nos salgamos o apostatemos de su camino. Debemos orar y mucho. La tercera gran lección es a mantenernos firmes en la sana doctrina, no desviarnos por modas llamativas y pragmáticas. La sana doctrina es aquella que fue recuperada en la Reforma del Siglo XVII. Los animo a buscar aprenderla y estudiarla.

La cuarta lección es lo que como iglesia debemos hacer ante un falso creyente: evangelizarlo para que se arrepienta de forma genuina y se convierta, si es que él lo permite. Nuestra labor como iglesia es procurar hacer volver a aquel que se ha extraviado de la verdad (Sgo 5:19-20). Debemos orar por ellos, y cumplir la tarea de evangelizar a quienes conscientemente no viven conforme a la doctrina, o han abandonado la fe en Cristo; para que si Dios quiere sean salvados del juicio eterno.  Es mi oración que algún hermano en Cristo, consciente de esta tarea de la iglesia, se acerque a Joshua Harris para que, si Dios quiere, él se convierta realmente a Jesucristo y sus pecados sean perdonados.

Esto ocurrió con los apóstoles, ellos anduvieron con Jesús, expulsaron demonios, predicaron en ciudades e hicieron grandes cosas en su nombre; pero al no tener la verdad en ellos, durante la pasión de Cristo, lo negaron. Sin embargo, después de la cruz, Jesucristo los buscó y los hizo volver a la verdad, ellos le creyeron, sus pecados fueron perdonados y le sirvieron.

Todos conocemos personas que abandonaron la fe que decían profesar, que moralmente viven de forma deliberada como Dios no quiere, que no creen en la autoridad, ni en la suficiencia de las Escrituras y de Cristo.  Son nuestros vecinos, familiares, compañeros de trabajo, antiguos siervos en nuestras congregaciones, incluso ex pastores o diáconos. Debemos proclamarles y enseñarles el evangelio con la misma gracia que Dios tuvo con nosotros al salvarnos.

En la paradoja de la cruz vemos a un Dios justo castigando el pecado por medio de Jesucristo, para poder mostrar misericordia a sus escogidos, que no merecemos su gracia. Por eso ahora nuestra tarea es buscarlos y proclamarles el evangelio. Pablo nos enseña que, al ser reconciliados con Dios, las cosas viejas pasaron y todas fueron hechas nuevas; por tanto, ahora somos hechos ministros de reconciliación, como si Dios por medio nuestro estuviera clamando: «en nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios!” (2 Cor. 5:20).

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