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sábado, abril 20, 2024

Dios, Unión, Libertad. La esperanza de una verdadera unidad

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La unidad es un bien necesario para una nación. Tanto así, que para los legisladores que constituyeron nuestra nación y sus símbolos patrios, representó uno de los valores e ideales fundamentales para buscar y construir, de ahí que el emblema Dios, Unión, Libertad, fue colocado en la bandera y el escudo nacional.

En ese entonces la unidad nacional fue concebida como la convivencia armoniosa de los salvadoreños, bajo leyes justas. En contraste a esos ideales, las evidencias actuales de nuestra sociedad salvadoreña dejan entrever algunas grietas en nuestra unidad: miles de hogares desintegrados, violencia en diferentes expresiones, pugnas políticas, división entre los órganos del estado, son solo algunas de las realidades que ponen en evidencia la fragilidad de nuestra unidad como país. Esto nos demuestra que, aunque nuestras leyes son buenas, siempre necesarias y puedan tener fines nobles; son insuficientes en sí mismas para lograr una nación unida. Esto se debe a que la unidad no es una habilidad que se pueda aprender sino una virtud del corazón.

Nuestra sociedad intenta mantenerse unida de diferentes formas. Una de ellas es la tolerancia, la nueva bandera para la unidad nacional. Esto se refiere a tolerar la vida, los gustos, pensamientos y acciones de los demás, siempre y cuando no irrespeten tu propia libertad. Pero, aunque es así en papel, la realidad es que la tolerancia hoy en día es una lucha por la transigencia de valores, es decir, la búsqueda de que yo desestime mis valores si estos me dividen de ti, si estos ofenden a los tuyos o te hacen sentir que tus valores son irrespetados. Ejemplo de esto es la busqueda de leyes a favor de ciertas preferencias sexuales o emocionales de ciertos grupos, que venden esa sensualidad insatisfecha como derechos vulnerados por los principios fundamentales de nuestra sociedad. Esta forma de exigir tolerancia, en realidad es intolerancia a ella.

Otros buscan la unidad a través de una figura política que sea capaz de unir a El Salvador y que genere ese cambio que todos esperan. Por eso, no es de extrañar que el concepto de unidad haya sino retomado por diferentes campañas, partidos, candidatos y movimientos políticos, en la historia reciente. Pero ambos son intentos fallidos. El primero genera divisiones cuando uno no somete sus valores ante el otro, porque entonces, en nombre de la tolerancia, se tratan de imponer los valores y estilos de vida de unos pocos, aun haciendo uso de expresiones de violencia, irrespeto y presión social. En el segundo caso, la unidad es insostenible con el tiempo por multiples razones que van desde la temporalidad del poder politico hasta la naturaleza caída del gobernante, que puede llevarlo a interpretar el poder no como un privilegio temporal, sino como un derecho permanente, convirtiendo la unidad en un control de las libertades. En latinoamerica tenemos varios ejemplos.  

La unidad en una nación compuesta por seres cuya naturaleza es egoísta en donde cada uno busca lo suyo puede resultar en una imposibilidad; sin embargo, si consideramos lo que la Biblia enseña, el disfrute temporal de los indicios de la unidad es posible a través de una virtud superior en el corazón del ser humano: el amor producido como fruto del Espíritu Santo de Dios en nosotros. El capitulo trece de la primera carta a los Corintios nos muestra que el perfecto amor produce la perfecta unidad al llevarnos a buscar mas allá del bien común, el bien del prójimo. El amor es el fundamento del respeto de los derechos y libertades, así como del verdadero deseo de hacer todo aquello que procure la paz y la mutua edificación (Rom. 14:19; cf. 1 Cor. 10:24; 12:25). Pero este amor es una virtud que tiene por causa instrumental al evangelio de Jesucristo y como su causa eficiente el nuevo nacimiento por medio del Espíritu Santo. Esto nos lleva a una conclusión pragmática que la iglesia de Jesucristo es el organismo que más puede colaborar con los indicios de la verdadera unidad dentro de nuestra nación.

Por tanto, como iglesia cristiana en El Salvador debemos mantenernos firmes en aquello que nos une: el propósito de proclamar, aconsejar e instruir el evangelio de nuestro Señor Jesucristo hasta los confines de la tierra, enseñándoles que guarden todas las cosas que Él nos ha mandado. Ninguna legislación o movimiento podrá traer la unidad que los salvadoreños tanto anhelan porque ninguna ley puede transformar el corazón, el unico que puede hacerlo es Dios. Solo Él puede remplazar un corazón de piedra por un corazón de carne, que pueda amarle y amar a los otros hasta el punto de verse unido a ellos; porque todo aquel que ama, es nacido de Dios y conoce a Dios, porque Dios es amor (1 Jn 4:7-8).

Aun así, debemos saber que nuestra unidad no será perfecta sino hasta la Segunda venida de Cristo. Ahí, todas las cosas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra, serán reunidas en Cristo (Ef 1) y ya no habrá divisiones, contiendas, fronteras, ni diferencias; sino que de cada tribu, lengua, pueblo y nación nos uniremos para alabar su gloria por toda la eternidad. “Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Ap 5.13).

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