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viernes, marzo 29, 2024

¡Cuidado con estas fechas!

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1 Crónicas 29:1 “…porque el templo no es para hombre, sino para el SEÑOR Dios”

Bueno, a riesgo de ser juzgado legalista, demasiado ortodoxo y exagerado, me atrevo a sacar unas perlas de este verso.

Si la Palabra dice que nosotros somos Templo y Morada del Señor: ¿Qué estamos haciendo con Su Templo? ¿Cómo lo estamos tratando? ¿Qué clase de cosas le introducimos a través de los ojos, la boca, las emociones?

Hay un pasaje en las Escrituras que nos cuentan que cuando Israel estaba en el exilio, el Templo quedó abandonado. Se llenó de basura dentro de sus ambientes, las paredes quedaron expuestas a los rigores de la humedad y empezaron a caer por pedazos los dinteles de las puertas y todo lo demás. Hasta que Dios mismo tocó el corazón de un rey incrédulo para que alguien fuera a Jerusalén a reconstruir la morada de su Dios.

Se acercan fechas en que muchos templos humanos quedarán descuidados por la ignorancia de lo que somos los cristianos. Día tras día, fiesta tras fiesta, despedidas de año, despedidas de vacaciones, convivios a granel, citas a ciegas, moteles, adulterios, borracheras y toda clase de bacanales irán destruyendo poco a poco la santidad de muchos que durante el año vivieron cobijados bajo los techos de las iglesias en donde también se hacen esa clase de fiestas.  No se nos ha enseñado a respetar, honrar y cuidar con esmero el Templo de Dios en quién decimos creer.

Muchas señoritas que trabajan en empresas de lujo, en comercios que les exigen asistir a sus despedidas de año mostrarán más de lo que deben del Templo de Dios que es su cuerpo. Si el Templo de Jerusalén era cerrado a los ojos de los gentiles, ¿por qué nosotros permitimos que nuestras hijas muestren lo que hay dentro de su cuerpo que le pertenece al Señor? Si el Dios del Templo antiguo era tan celoso de su intimidad, ¿qué ha sucedido hoy con los templos vivos que somos nosotros?

Creo que la Iglesia, los líderes, padres y pastores le estamos fallando a Dios. No estamos instruyendo al pueblo que dice que lo adora, que lo honra y lo respeta en los cantos, prédicas y ministerios, pero a la menor libertad de estas fechas todo se vuelve un caos. Desorden en las vestimentas, en las conductas, la pureza se pierde y la santidad se olvida. O se esconde bajo la mantelina para volverla a lucir en enero.

Hacen falta aquella casta de sacerdotes que exigieron al pueblo que volviera a las sendas antiguas. Hacen falta aquel linaje sacerdotal que incluso prohibieron a aquellos que se habían casado con mujeres gentiles las dejaran con tal de volver a ser lo que debían haber sido. Hacen falta aquellos sacerdotes que le exigieron a Sambalat que abandonara  el Templo de Dios que estaba utilizando después de haberse opuesto a su reconstrucción.

Bien. ¿Quiénes somos los culpables de todo esto? Los líderes. Pero especialmente se extiende a los líderes del hogar que son los padres. Son ellos quienes se han comportado permisivamente con sus hijos que quieren que sean cristianos y temerosos de Dios, pero para estas estaciones les permiten que se vayan con sus novias y novios a disfrutar su juventud sin velar porque lo hagan sanamente. Permiten que sus hijos se mezclen con el mundo, con las modas que les apartan del camino del Señor.

Es por eso que David, antes de entregarle el cetro a su hijo Salomón, rogó al Señor que le había perdonado, restaurado, levantado y honrado, que hiciera un favor bien grande en la vida de su heredero. ¿Se lo muestro? 1 Crónicas 29:19 “y da a mi hijo Salomón un corazón perfecto para que guarde tus mandamientos, tus testimonios y tus estatutos, para que los cumpla todos y edifique el templo”

¿Cuántos padres o madres hacen esta oración que dicen adorar al Señor en las iglesias pero en su casa adoran a sus hijos? ¿Cuantos padres o madres claman porque en estas fechas sus hijos anden en santidad y apartados de toda contaminación? ¿Cuantos padres y madres se esmeran porque sus hijos e hijas cuiden el Templo y Morada del Espíritu Santo? O, es mejor obedecer lo que dicen los sicólogos de hoy: “Déjenlos vivir su juventud, no los asfixien”. ¿Qué hubiera dicho David de esto? O, mejor aún: ¿Qué dirá Dios de todo esto?

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