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martes, marzo 19, 2024

Jesús y la ira

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Mateo 5:21-26
Jesús nos enseña que su Ley Moral sigue vigente en el nuevo pacto; él dijo “no he venido para abrogar la ley, sino para cumplirla.” ¡La buena noticia es que Cristo la ha cumplido por nosotros, y ahora su Espíritu Santo la está cumpliendo en nosotros! Él quiere producir en nosotros verdadera santidad, producto de un corazón transformado. Uno de los aspectos que Dios quiere transformar en nosotros es la ira.

Jesús nos enseña cómo se cumple de verdad el sexto mandamiento “no matarás”. Este mandamiento se refiere al homicidio o asesinato producto del odio, maldad, orgullo, envidia, venganza, rencillas, intereses económicos y otras motivaciones pecaminosas.

¿Cómo cumplían los fariseos este mandamiento de forma superficial? Se abstenían de derramar sangre, pero su corazón estaba lleno de pensamientos de odio, venganza, malos deseos, palabras hirientes, rencillas, ira e insultos. Muchos otros estaban acostumbrados a “mandar a matar” a través de sicarios, y decían “yo no maté”, siendo ellos autores intelectuales.

Hoy en día, muchos creyentes venimos a la iglesia y adoramos a Dios, pero batallamos con un corazón lleno de estas mismas cosas que aquejaban a los fariseos; los insultos del v.22 son “raca” (injuria a la inteligencia, como decirle tonto, idiota, bruto); y “more” (injuria al carácter, como decirle sinvergüenza, desgraciado, canalla). ¿Cuántas veces nos hemos expresado así o hasta peor, o lo hemos pensado? Ante Dios, esto es tan pecaminoso como el asesinato: 1 Juan 3:15.

Efesios 4:31-32 nos muestra diferentes manifestaciones de ira con las que luchamos muchos cristianos, y nos manda a quitarlas de nuestra vida, y seguir la benignidad y misericordia unos con otros.

¡En Mateo 5, Jesús menciona consecuencias cada vez mayores! Primero hace referencia a un juicio humano, luego a un juicio divino, y finalmente, la perdición. ¡La ira es grave y debemos tomar acción inmediata para cambiar!

¿Qué acción quiere el Señor que tomemos? Busquemos la llenura de su Espíritu cada mañana, y encomendemos cada día al Señor. Pidamos que él refrene nuestra lengua a tiempo, y nos conceda el fruto de su espíritu. No nos conformemos ni nos excusemos “así soy yo”, ¡para Dios no hay nada imposible!

Cada vez que identifiquemos un resentimiento, enojo o ira, apartémonos a orar, pidiendo a Dios que nos muestre nuestro lado de la culpa. Quizá sin darnos cuenta hemos sido egoístas, orgullosos, pesados, hemos hecho daño sin querer. ¡Aprendamos a perdonar sin que nos pidan perdón! Debemos ejercitar ese perdón orando por la persona, y buscando oportunidad de servirle con amor.

Si aun así seguimos molestos, podemos hablar con esa persona, como lo instruye Mateo 18:15. Comenzamos disculpándonos por nuestro error, y luego procedemos a suplicar los cambios que consideremos necesarios para que no se repita la ofensa.

Cuando el Espíritu nos muestra que hemos dañado a alguien, procuremos reparar el daño. Normalmente basta con una disculpa sincera; pero en ocasiones, Dios nos guiará a tomar acciones que compensen por el daño que hemos causado.

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