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viernes, marzo 29, 2024

¿Y después qué…?

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Lucas 17:17 “Respondiendo Jesús, dijo: ¿No fueron diez los que quedaron limpios? Y los otros nueve… ¿dónde están?

En una cadena de televisión esta semana vimos al Señor Presidente reflejando la màs absoluta impotencia con respecto al pueblo del que somos parte. Aunque yo espero que los cristianos tengamos claro que “estamos con ellos, pero no somos de ellos”. Y su frustración es con respecto a la gente que no quiere obedecer las instrucciones de guardarse en sus casas. Ha tenido que amenazarlos y creo que aún así no están haciendo caso. Y es que si algo tiene el alma humana es ser desagradecidos. No apreciamos lo que otros hacen por y para nosotros.

No valoramos ni la vida, ni nuestras familias, ni mucho menos valoramos lo que el Señor hace para mantenernos sanos, vigorosos y libres. En esa cadena de TV pude ver y oír a un hombre que se siente impotente ante la actitud displicente de su pueblo a quien quiere proteger de la muerte.

Eso no es nada nuevo, Señor Presidente. Ya le pasò a Jesus. Permítanme imaginar esta escena:

Jesùs ha sanado diez leprosos. Estos hombres estaban deformados. Encerrados en sus callejones oscuros porque la Ley les prohibía mostrarse al público. Sus cuerpos se estaban cayendo en pedazos. Sus manos y pies estaban llagados. No tenían ninguna esperanza de poder volver a ser normales. Estaban confinados a vivir separados de todo y de todos. Y eso duele profundamente. Màs que llagas en el cuerpo, la soledad llaga el alma.

Si algo duele es la soledad. Si algo duele es que no podamos abrazar a otros, saludarnos, darnos un beso. Si algo le duele a una persona es que su cónyuge ya no le brinde un beso de buenos dìas, de buenas noches. Que le agradezca el haber cocinado para èl o ella. Que le de las gracias por un favor cualquiera. Una cama vacía del otro lado es doloroso. Salir a la calle sin que nadie nos espere provoca llagas de tristeza en el alma. Saber que no habrá nadie que me abra la puerta, que me reciba con un saludo, con una tierna mirada de amor.

Estos diez hombres pasaban por esto y por mucho màs. Pero un dìa se encontraron con Jesus. Y Jesus, que es todo amor, los sana. Ellos se van al Templo a mostrarse al Sacerdote. ¿Y que hace Jesus? Lo que haríamos usted y yo: esperar. Esperar a que nos vengan a dar las gracias. Esperar que venga la hija a darle gracias a mamá por haberla criado. Esperar que el hijo venga a ver cómo estamos. Esperar que el hombre que dijo que la amaría venga y reconozca que su título lo gano gracias a usted. Jesùs está esperando en medio del bullicio, lanzando miradas al camino a ver cuando regresan los que estaban encerrados en su cuarentena y que fueron limpiados con su Palabra, que fueron liberados de sus llagas, de sus miedos y temores. Jesus no quita la vista a la calzada esperando en qué momento aparecen los diez sanados. Los diez alimentados. Los diez liberados. Los diez protegidos.

Pero ¡qué desilusión! Solo llegó uno. ¿Y los otros nueve? Se fueron a la playa. Se fueron a sus placeres. A sus estadios de futbol. A sus negocios a reponer su dinero. Se fueron a la Ruta de las Flores. Al restaurante. Corrieron a Olocuilta a darse gusto.

Lección: Nueve de cada diez serán malagradecidos cuando todo esto pase. ¿Me haría el favor de pensar en esto, mi amigo querido? Solo uno regresó a la Iglesia. Solo uno dijo “gracias” por haber estado allí. Por haberme dado consuelo. Por haberme ayudado. Por sus oraciones.

Y eso es precisamente lo que daña nuestra relación con Dios. No darle gracias por lo que estamos pasando es ser desagradecidos. No darle gracias por tenernos en casa evitando ser contagiados es ser mal agradecidos. Es no valorar la vida. Es no valorar lo que somos y lo que tenemos.

Cuando todo esto pase, ¿Qué vamos a hacer? ¿Ir a la Casa del Señor y darle gracias? ¿Llevarle sus ofrendas retenidas, sus diezmos, sus alabanzas, su honor y su Gloria? ¿O esperaremos otro virus (¡renuncio!), para aprender a reconocer que sin la ayuda del Señor no estaríamos vivos y sanos? No seamos como los nueve leprosos que después que se vieron libres y sin su lepra, regresaron a sus universidades a terminar sus estudios, a continuar con sus proyectos financieros, con sus planes de boda y se olvidaron de ir a dar gracias a quien les protegió a ellos y sus familias.

SOLI DEO GLORIA

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