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jueves, marzo 28, 2024

Siclag

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1 Sam. 30:1 “Y aconteció que cuando David y sus hombres llegaron a Siclag al tercer día, los amalecitas habían hecho una incursión en el Neguev y contra Siclag, y habían asolado a Siclag y la habían incendiado; y se llevaron cautivas las mujeres y a todos los que estaban en ella, grandes y pequeños, sin dar muerte a nadie; se los llevaron y siguieron su camino.”

Como un hombre de formación militar, nunca castigué a mis hijos con vara o palos. Siempre, o casi siempre fueron castigos físicos: pírricos, despechadas, marcar el paso, etc. porque aparte de que les hacia bien en sus cuerpos, la mente y el carácter eran disciplinados.

Y cuando ya estaban sudando y llorando, les mandaba a detenerse, descansar y les decía: “llore, llore y luego sèquese las lágrimas y vamos a seguir platicando en la sala”.

Esto lo hice para enseñarles dos cosas: Se vale llorar. Pero no quedarse llorando. Se vale sentir dolor, pero no quedarse sufriendo. Hay que seguir con la vida. Hay que levantarse, sacudirse el polvo, estirarse los pantalones y continuar con la vida. Un castigo no es la muerte. Un fracaso no lo define a usted. Usted no es el fracaso. Un error no lo define. El error le enseña.

David y sus guerreros han regresado de alguna incursión y encuentran su base central que estaba en Siclag para rearmarse y revisar sus pérdidas y ganancias. Pero oh, sorpresa, se encuentran con que la ciudad había sido incendiada, las mujeres y los niños habían sido llevados cautivos. Sus amigos, al ver ese desastre, junto con su líder, sueltan todo su dolor. Lloran. Lloraron como lloran los hombres. Derramaron su corazón no solo por el dolor de que sus familias habían sido llevadas cautivas sino por el fracaso de no haber estado allí para defenderlos. David derrama su corazón y quebranta su espíritu. Jesus lloró también. Jeremías lloró por su ciudad. Pedro lloró cuando negó a su maestro. Llorar nos hace bien. Nos limpia el alma y renueva nuestro corazón.

Pero David no se quedó allí, llorando todo el dìa ni toda la noche. No. David tomò una decisión. Hay que seguir. Hay que buscar una solución a este problema. ¿No hay trabajo? quizá sea momento de llorar de pena pero habrá que levantar el vuelo. ¿No hay dinero en la bolsa? Llore, amigo, llore, pero piense en levantarse y buscar otras maneras de conseguirlo.

Después de llorar, sus hombres toman una actitud desafiante ante su líder. Tù nos metiste en este problema, tú nos sacas. O te apedreamos. Lo amenazan con apedrearlo. Quizá tengan razón quizá no, pero esa actitud hace que David deje el llanto y tome un derrotero que nadie esperaba. Creo que ni èl mismo. Y es que la desesperación nos hace hacer cosas que no creíamos que podíamos hacer. Nos infunde un valor que sale de nuestras pocas fuerzas. Lo que se llama fuerzas de flaqueza. Es ese algo que nos impulsa a avanzar en medio de la crisis, en medio de cualquier pandemia que llegue a nuestras vidas.

Dice la Escritura: “Y David consultó al SEÑOR, diciendo: ¿Perseguiré a esta banda? ¿Podré alcanzarlos? Y El le respondió: Persíguelos, porque de cierto los alcanzarás y sin duda rescatarás a todos” Aquí creo escuchar al Señor: ¡Vamos, David, levàntate, sécate las lágrimas, sacude el polvo de tu ropa, ajústate el cincho y sal a rescatar a tu familia!

Y es lo mismo que nos está diciendo hoy en dìa a usted y a mí. Yo también he llorado. Yo también he sentido miedo para cuando todo esto pase. Tengo temor de no poder pagar mis compromisos financieros. Me tiemblan las piernas de pensar qué voy a hacer para salir de mis pagos mensuales. Pero esta historia de Siclag y David es para mi. Es para darme fuerzas, para ayudarme a levantar mi bandera de victoria que Cristo ha ganado para mi.

Y es lo que quiero compartir con ustedes en este escrito. Si, las cosas se pusieron feas. No vamos a tapar el sol con un dedo. Sì, las cosas no pintan bien. Pero allí está nuestra esperanza hablando a nuestro corazón para empujarnos y sacarnos de ese incendio que amenazó con acabar con nuestra seguridad y que salgamos con la frente en alto para rescatar lo que haya quedado entre las cenizas de la tragedia de hoy.

¡Vamos, sacùdanse el polvo del incendio, sacùdanse las cenizas del momento, sèquense las lágrimas y confíen en la dirección de nuestro Rey Eterno que nos dará la victoria una vez màs!

Todavía hay un lugar donde refugiarnos: La misma Presencia de nuestro Dios.

SOLI DEO GLORIA

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