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miércoles, abril 24, 2024

Egoísmo nato

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Mateo 8:25 “Y llegándose a Él, le despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos, que perecemos!”

El ser humano es egocéntrico por naturaleza.  Bueno, por naturaleza propia, sin conocer la Bondad del Señor.  Es decir, no podemos esperar de personas que no conocen la Gracia y Misericordia de nuestro Dios que sean bondadosas como fruto.  Pueden tener gestos de empatía una que otra vez por cuestiones de conciencia, pero por lo general, el ser humano que no ha sido transformado por la Presencia del Espíritu Santo dentro de él, no puede hacer obras de justicia.  Mucho menos sentir misericordia por otros porque sencillamente él no la ha recibido.  No se puede dar lo que no se tiene.

Pero lo irónico es que aquellos que hemos recibido la Gracia y Misericordia del Señor como regalo para nuestras vidas no sintamos un poco de gracia y bondad hacia los demás. Es por eso que uno de los frutos del Espíritu dentro de nosotros es el compartir con otros. Pensar en otros antes que en nosotros mismos.

Vemos evangélicos que viven para ellos mismos. No dan. Mucho menos no se dan, que no es lo mismo.  No comparten con otros sus bendiciones, especialmente con los que no son de su misma especia eclesiástica. Son los que vemos que no ofrendan, no siembran ni comparten con otros de sus bienes.

Y eso es lo que vemos en el pasaje de la vez que los discípulos estaban en alta mar cuando de pronto se levanta una tormenta que amenazaba su barca. Jesus va con ellos como en la nuestra. Jesus va descansando en un extremo y está esperando a ver qué hacen sus discípulos, a ver si han aprendido a ser como él. Porque ese es uno de los propósito de la salvación en Cristo: Parecernos a Jesus. Algo que sinceramente estamos muy pero muy lejos de lograr, a menos que lo pidamos sinceramente.

El punto que está escondido en ese pasaje es que ellos estaban en el mar, es cierto, pero si nos ponemos a pensar que en aquellos tiempos viajar en barca de un punto al otro era lo más común, se supone que ellos no estaban solos sufriendo aquella tormenta. Es seguro que otras barcas también estaban siendo amenazadas por lo mismo que ellos.  Pero ellos no pensaron en los otros, ellos solo pidieron para ellos y los demás que se ahoguen, al fin y al cabo no son “de nuestra iglesia”, por lo que ellos tienen que buscar su propia solución.  

Ellos descuidaron por completo el hecho de que otros pequeños barcos viajaban con ellos en la misma tormenta. Los discípulos fueron los únicos en la tormenta que realmente vieron a Dios y supieron que estaba con ellos. Usted pensaría que su clamor sería “Maestro, despierta. Hay gente ahí fuera en barquitos que se están muriendo. Nosotros te tenemos a ti, aquí con nosotros; tú nos has dicho que vamos al otro lado y eso es suficiente. Pero otros no te tienen con ellos. ¡Debes hacer algo!” 

Por supuesto, las otras personas no eran su preocupación principal en este momento. Por lo general, lo último que tenemos en mente durante una calamidad es invertir en otras personas.

Y creo que ese es uno de los pecados más comunes entre los cristianos.  Juzgamos según las apariencias y si alguien que no se congrega con nosotros tiene carro por lo menos, o vive en un barrio libre de violencias es seguro que no necesita de nuestra ayuda. ¿Por qué darle si tiene su carro? pero no vemos si tiene para la gasolina, por ejemplo. Eso no lo vemos porque nuestro egoísmo interno nos hace creer que el que de verdad necesita es el que anda descalzo o con su ropa echa jirones.

El error de muchos evangélicos es que si alguien se congrega en una iglesia de buena construcción, con equipos de sonido de alta gama y con sillas ergonómicas es seguro que tiene dinero. Si el parqueo se llena de vehículos y la cuadra está saturada de ellos, es seguro que allí adentro “solo ricos van” y eso les impide ver con los ojos espirituales que allí también hay gente necesitada de una mano, de una ofrenda quizá para un almuerzo en familia, necesitados de una ayuda para salir adelante con el mes. 

Los discípulos en aquella barca nos enseñan que cuando estamos en aflicción, no podemos creer que otros también están pasando por lo mismo y nos olvidamos de pedir para ellos también. O, por lo menos, compartir el milagro de tener a Jesus con nosotros para que ellos también disfruten de esa bendición. 

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