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miércoles, abril 24, 2024

Convicción

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Job 9:26 “Olvidaré mi queja, dejaré mi triste semblante, y me esforzaré…”

Mantener nuestras convicciones no es nada fácil.  La vida siempre nos presentará retos y desafíos para que nos olvidemos de nuestros principios aprendidos durante la niñez, especialmente si fueron principios que honran a Dios.

Debo aclarar que no es solo para evangélicos.  A veces creemos que ser evangélico es convertirse en un paradigma para otras personas, cuando la realidad niega este concepto. Muchos evangélicos han caído en situaciones deshonestas que avergüenzan no solo el Evangelio de Cristo, sino también niegan su efectividad. 

Los principios y convicciones aprendidas en la niñez no tiene nada que ver con religión. Nuestros padres seguramente nunca cursaron estudios universitarios, no visitaron los grandes templos de la educación ni se aprendieron de memoria los coritos de los himnarios de la iglesia evangélica, pero sin ninguna duda que nos enseñaron que si un gallo entraba a nuestro patio y no era nuestro, había que averiguar de quien era y devolverlo a su dueño. El mandamiento “no robarás” no era un mandamiento bíblico porque no conocíamos la Biblia como hoy, era un mandamiento de moral, de ética, de principios que nuestros padres nos legaron.

Así sucedió con los diez mandamientos. No era cuestión de escuelita dominical, era cuestión de honradez, de aprendizaje diariamente dentro del hogar.

¿A que viene esto? Leyendo el libro de Daniel, encontré un detalle muy interesante: Sus principios aprendidos desde su niñez lo llevaron a tomar grandes decisiones más adelante. Daniel no empezó por arriba con su moralidad, empezó de cero, de negarse a comer la comida del Rey Nabucodonosor y desafiar al cocinero principal para que hiciera una prueba con él y sus amigos.  Daniel no comenzó a desafiar al foso de los leones, no, empezó desde el principio: decir no a lo que no era su convicción. Diez días fueron suficientes para demostrarle al cocinero que no era necesario comer las hamburguesas reales para estar en forma. Bastaba su propia fe en su Dios para que su aspecto fuera mejor que el de los otros jóvenes.  Y lo demostró con creces. Dios no lo abandonó y Daniel nos dejó una clara enseñanza de lo que son las convicciones personales.

Yo soy fruto de la generación Baby Boom. Crecí sin celular. Sin televisión en color. No existían las redes sociales como hoy. Internet ni se soñaba. Mucho menos computadora. Y entonces, ahora tengo un pequeño problema: siempre se me olvida tomar mi celular cuando salimos de casa. Mi esposa constantemente me tiene que recordar que debo devolver llamadas, responder mensajes y atender a quienes me hacen el favor de tenerme en sus agendas. Y es que el celular no es parte de mis hábitos. Quizá peco de mal educado con los demás, pero me cuesta habituarme a ese aparatito que para muchos se ha convertido en una extensión de su mismo cuerpo. Es decir, mis principios no incluyen las redes sociales ni siquiera el WhatsApp que se ha vuelto tan necesario en nuestra vida.

Mis convicciones me han causado uno que otro problema con los demás, ya que a veces la vida exige negociar lo que creemos. La vida nos reta a rebajar nuestro nivel de honestidad y volvernos como los demás. Pero siempre habrá una oportunidad para no negociar nuestras convicciones. Siempre Dios estará con nosotros para ayudarnos a veces y que  como Daniel, vayamos de gloria en gloria demostrando que lo que nuestros padres nos enseñaron aún sigue vivo dentro de nosotros.

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