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martes, noviembre 26, 2024

La subasta

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Juan 3:36 “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”

Es un hecho que la mayoría de evangélicos andan en busca de las cosas que los gentiles también buscan. La verdad de todo es que no se diferencian en nada de los que no son creyentes en Cristo.

La cultura del materialismo se ha metido tanto en la vida de las personas que aún después de haber aceptado que Jesus es proveedor de todo lo que necesitan, siguen afanados buscando el pan y las cosas que el mercado ofrece, como los gentiles que tienen que sacrificar su familia, su vida espiritual y sus hijos con tal de lograr sus metas.

Hay como un hedonismo entre los miembros de la iglesia cristiana que ya nadie cree en el Evangelio de Cristo por culpa de aquellos que no hemos entendido que el Reino de los Cielos -si lo buscamos, por supuesto-, traerá las demás cosas que necesitamos para vivir.

Ojo, no estoy hablando de pereza laboral. Tenemos que trabajar. La Biblia dice que el que no quiera trabajar que tampoco coma.  Pero una cosa es trabajar para glorificar el Nombre del Señor y presentarnos como cartas abiertas a los gentiles, y otra cosa es trabajar duro, sudar y luchar contra los cardos y espinas de la vida para lograr nuestros deseos.

No es pecado desear un mejor estilo de vida.  Creo que ningún cristiano verdadero tiene por qué vivir en un barrio lleno de pandilleros en donde peligran tanto sus hijos como sus bienes. Es decir, un verdadero cristiano, un verdadero hijo de Dios tiene que tener el privilegio de vivir en un buen barrio, en una buena casa y no a la orilla de un barranco que ya se está desplomando solo porque allí le regalaron un terreno y en donde no paga agua ni luz ni impuestos. Aunque en el techo tenga un disco rojo que indica que sí tiene para pagar su televisión por cable. Pero eso es otro cantar.

Pero volviendo a lo que escribí en el principio, también vemos que muchos asistentes a la iglesia de Cristo abandonan su deber de asistir a la congregación, no diezman, no ofrendan ni cumplen con sus deberes dizque cristianos. Todo porque viven afanados buscando las migajas de la tierra, olvidando lo que realmente importa: La vida eterna que ofrece nuestro Dios. No llevan a sus hijos a la iglesia y los están educando en el mismo sistema de vida que ellos, los padres, buscando primero las añadiduras antes que el Reino de Dios como lo ordena la Palabra de Dios.

Un anciano que vivió en algún lugar del mundo, era aficionado a coleccionar obras de arte. Tenia en sus paredes cuadros de pintores famosos, todos ellos carísimos por la rareza de los mismos. Se cree que su colección valía varios millones y entre los aficionados a coleccionar esa clase de pinturas había expertos que anhelaban tenerlos con ellos. 

Un día, el Gobierno de su país convocó a todos los jóvenes de la comarca a que se alistaran para ir a la guerra. El único hijo de este anciano coleccionista también fue registrado para enviarlo al campo de batalla. La guerra se encarnizó tanto que el hijo del anciano fue alcanzado por el fuego de la metralla quedando postrado sin vida en su trinchera. Al poco tiempo el caballero recibió su cadáver envuelto en una caja cubierto por la bandera de su país.

Poco tiempo después, apareció en la puerta del señor un soldado vestido de civil. Le dijo: “Señor, yo fui compañero de su hijo muerto en combate.  Le traigo un regalo: mientras su hijo estaba de servicio conmigo, le pinté un cuadro de él sin que se diera cuenta. Se lo traigo como regalo de mi parte”. 

Poco tiempo después, el anciano murió. Los abogados convocaron para que, según su testamento, se subastaran todos sus cuadros. Todos los ricos y potentados asistieron a la subasta. El primer cuadro que se subastó fue el del hijo que había sido muerto en combate. Nadie dio ni un centavo por él. Nadie lo quiso. Pero el jardinero que había servido en esa casa por varios años, ofreció al subastador quince dólares que era todo lo que tenía. 

Después de esa compra se cerró la subasta. Todos alegaron que no habían puesto en subasta los cuadros de los pintores famosos y que valían una fortuna. El encargado de la subasta dijo: 

“El anciano dejó escrito en su testamento que quien comprara el cuadro del hijo se llevaría el resto de los cuadros”, así que -dijo el encargado-, todos los cuadros son para quién compró el cuadro del hijo.

Quien tiene al Hijo tiene la vida.  Quien tiene al Hijo lo tiene todo. Y todo es todo mis amigos.

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