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viernes, abril 19, 2024

El corazón es lo que debe cambiar

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Siempre que estudiamos los actos de Jesus nos llevamos sorpresas que nos mueven nuestra alfombra de conocimiento, creencias y confort.

El hombre se ha inventado una serie de reglas para restaurar al hombre que la mayoría de las veces no tiene nada de lógica. Bueno, de lógica cristiana, por supuesto.

Hay organizaciones que para que un hombre sea restaurado de algún vicio o dependencia lo  envían a una clínica de restauraciòn por unos días, paga una buena cantidad de dinero para ser atendido por profesionales que le ayudan a superar sus crisis y cuando creen que ya está listo lo envían a continuar con su agenda de trabajo o a su casa para que siga haciendo lo mismo solo que ahora “controlado” para no hacerse daño ni dañar a los demás.

Hay empresas tan ricas y poderosas que a sus ejecutivos que tienen problemas de adicciones les pagan encierros en hoteles de lujo con todo incluido para que cuando salgan sigan generando ingresos que hacen crecer su economía.

La Iglesia también se ha inventado una serie de medidas para mantener a los hombres ocupados para evitar aquello de “mente desocupada, taller de Satanàs”.  Muchos líderes evangélicos se han dado a la tarea de imitar lo que hace el mundo con sus empleados. Solo que estos no los envían a hoteles ni a clínicas de recuperación. Los inducen a estudiar teología, los ocupan en puestos de ayuda en la congregación o los emplean en el diaconado para que hagan algo en beneficio de los hermanos en los diferentes cultos de la semana.  Si no es que los ponen a liderar una célula de oración. De esa manera se aseguran que no falten a la Iglesia y que -según ellos-, de tanto estar en los servicios, su vida irá cambiando y serán mejores hombres o personas a la sociedad y la familia. Utopía en su mas alto nivel.

Solo que aquí hay un fallo. Estas personas no cambian como deben hacerlo. Por la sencilla razón de que un servicio dentro del sistema evangélico no transforma por dentro. Puede mantener ocupado el cuerpo y la mente, pero el corazón sigue siendo el mismo. El corazón es lo que debe cambiar, no las costumbres. ¿Acaso no dijo el Señor: “Dame hijo mío tu corazón porque de èl mana la vida?” No dijo: dame tu tiempo libre, dame tu mejor esfuerzo, dame tu servicio. No dijo: toma tu trapo y ponte a limpiar sillas. No, no fue eso lo que Jesus dijo. Lo que sí dijo fue: “Ven, te haré…”  En el mundo las empresas encierran a sus ejecutivos en hoteles y centros de recuperación, en nuestro medio los pastores encierran a sus hombres con problemas de conducta en la Iglesia.  Creemos que mientras a más cultos asista serà mejor para su paciente. Y tenemos entonces a un servidor que antes abandonaba a su esposa e hijos por el vicio pero ahora los abandona por el culto. ¿En què ha cambiado el panorama?

Es por eso que dentro de nuestra Iglesia hay tantos varones que creen que porque cantan coros y asisten a los cultos que tiene su Iglesia o porque ya “está sirviendo o estudiando en el Instituto” todo está arreglado. No amigos, estamos equivocados. Si no me creen, pregunten a la esposa si ese brillante servidor dentro del templo es un mejor esposo. Pregùntenle a sus hijos si es mejor padre. Si es responsable con llevar el sustento a su casa. Si ya no le dice maldiciones a su esposa. Si su lenguaje ha cambiado. Si realmente esta reflejando a Cristo en su conducta. Hablen con su jefe y averigüen si es mejor empleado. Si ya no hace bromas carnales y de mal gusto. Si ya no fuma en escondidas ni habla obscenidades.

Porque lo queramos o no, compañeros de milicia, ese es nuestro deber. Sacar a los pecadores del  mundo, transformarlos con la Palabra de Dios que lava por dentro y hace nueva a una criatura. Es con la Palabra del Señor con lo que provocaremos cambios, es con el ejemplo que demos nosotros los pastores para que los que no conocen otra regla de conducta vean y experimenten que hay quien sí puede hablar de cambios genuinos. Todos sabemos que todos necesitamos un modelo a seguir. Todos necesitamos ser enseñados. Los paradigmas que vemos son los que nos ayudan a mejorar o empeorar nuestros hábitos que traemos del mundo en que vivíamos antes de llegar los Pies del Señor.

Quienes se convierten al Señor necesitan ser enseñados con la Palabra y con el ejemplo. Nosotros, los pastores,  somos los encargados por el Señor para hacer que los corderos se conviertan en ovejas. ¿No fue eso lo que ordenó Jesus? “Apacienta mis corderos.… Apacienta mis ovejas” La responsabilidad nuestra es grande. Sobre nuestros hombros esta la carga de hacer que los hombres especialmente vuelvan a ser lo que Dios hizo desde el principio. El mundo nos entrega varones y somos nosotros los encargados de convertirlos en hombres. Fue por eso que Dios dijo: “Hagamos al hombre”. Al hombre hay que hacerlo. Si no lo hizo el padre biológico en sus primeros años de vida, tenemos que hacerlo nosotros con la ayuda del Señor y del Espíritu Santo que nos enseña y recuerda todo lo que Jesus dijo e hizo.

El título de este artículo se trata de eso, precisamente. La historia va así:

Jesus llega a Gadara. Sabe que allí hay un hombre depravado por los vicios. Lleno de violencia, mal carácter y peligroso en todos los niveles. Sabe que ese hombre necesita un encuentro verdadero con la Libertad. Ha vivido encadenado a sus bajas pasiones. Su alma ha estado subyugada a la voluntad del Demonio que lo está convirtiendo en una bestia humana. Es un ser detestable. Inspira miedo. Terror y pavor.

¿Se puede imaginar a su esposa y a sus hijos? ¿Puede usted, lector, imaginar el dolor de la madre de los hijos de este hombre? Saber que el hombre que una vez le dijo que la amaba ¿ahora destila odio y violencia por todos sus poros? ¿Se imagina a sus hijos deseando que el padre vuelva a casa pero transformado en el hombre que ellos alguna vez conocieron? Un padre tierno, amoroso, educado, dócil y servicial. Eso no lo hace nadie más que Alguien que conoce donde tocar. Jesus. Y a eso llegó a Gadara. Le era necesario pasar por Gadara. Porque allí había un hogar destruido por las bajas pasiones del hombre de la casa. Había una familia llorando la ausencia de un esposo y padre.  Había una madre sufriendo la pérdida de un hijo de sus entrañas. Había una casa sin cabeza. Acéfala. Un hogar naufragando por la ausencia del padre, del ejemplo, del maestro, del sacerdote del hogar.

Por eso, cuando este hombre ya libre, limpio, vestido y en su cabal juicio, le pide a Jesus si le permite irse con èl, Jesus se lo niega. Pero permitamos que Marcos 5:18-19 nos lo cuente: “Al entrar El en la barca, el que había estado endemoniado le rogaba que le dejara acompañarle. Pero Jesús no se lo permitió, sino que le dijo*: Vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuán grandes cosas el Señor ha hecho por ti, y cómo tuvo misericordia de ti.”

¿Ya lo vio amigo? ¿Ya lo leyó líder de célula? ¿Lo nota respetable pastor? El Señor del universo, Su Majestad el Rey no le permite ir en la barca con èl. Lo manda a su casa. Que su esposa y sus hijos con su suegra incluida vean lo que Dios es capaz de hacer de un monstruo ahora convertido en un ser humano. Jesus nos sorprende entonces nuestros métodos evangelisticos. “Yo no necesito que limpies mi barca, gadareno. No necesito que vengas conmigo a ganar almas. No me eres útil en donde ya hay servidores”

¿Sabes que, gadareno?  Me eres más útil en tu casa. Vete a tu casa y que tu esposa, hijos, familia y vecinos vean lo que ha hecho Dios contigo. No prediques con tus palabras. No entregues tratados que nadie lee. No pregones nada. Solo deja que te vean. Que escuchen tu nuevo lenguaje. Que tus palabras les transmitan la misericordia que el Señor ha tenido contigo. Pero, lo más importante, gadareno, es que en tu casa te vean transformado. Cambiado en otro hombre. En otro esposo. En otro padre…

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