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lunes, noviembre 25, 2024

Mi projimo

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Lucas 10:29  “¿Y quién es mi prójimo?”

Esta fue la pregunta trampa que el rico le hizo a Jesus aquella ocasión cuando estaban dirimiendo asuntos de fe y religión.

Para el judío rico, la palabra “prójimo” era otro judío. Eran tan clasistas que no podían pensar que nadie fuera de su círculo social o nacionalidad formaba parte de su élite, no era posible. Por eso, cuando Jesus le aclara que para alcanzar el Reino de Dios había que cumplir ciertos requisitos que estaban escritos en la Ley, el hombre se pone a discutir teología.

¿Que mandamientos debo cumplir? ¿Cuales me faltan? Porque tú debes saber, Jesus, que yo ya los cumplí todos. Es cuando Jesus le suelta la respuesta bomba: Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo. Pero viene el otro y le tiende la famosa trampa: ¿y quien es mi prójimo?

Jesus, como buen Maestro, le cuenta la famosa parábola del hombre que viene de Jerusalem hacia Jericó y lo asaltan, lo lastiman, lo desnudan y lo dejan malherido en medio del camino. Pasa un sacerdote y no hace nada. Pasa un levita y tampoco hace nada. De pronto, el rico piensa que Jesus ya no tiene de donde sacar gente para ilustrar el asunto del prójimo.

Pero Jesus tiene un as bajo la manga y se la pone en la mesa: Pasa un samaritano. Un hombre que no tiene derecho de entrar al Templo a adorar como tú.  Un hombre que no conoce la Ley como la conoces tú.  Un hombre que no se jacta de ser cumplidor de ella con bombos y platillos.

Y, precisamente ese es el hombre que se apiada del herido. Invierte tiempo, esfuerzo, recursos para ayudarlo.  Aunque lleva prisa por llegar a su destino, el samaritano no duda en detenerse, perder algunos minutos de su valioso tiempo y se para a tenderle una mano al herido.

Lo sube a su cabalgadura, él camina a su lado a pie mientras lo lleva a un mesón en donde dejará cancelado el valor de un tratamiento médico y luego promete que cuando regrese cancelará todo lo que se gaste de más.

El mesonero no le pregunta su nombre. No le pregunta su profesión. Por lo visto, no pertenece a la élite del Templo de Jerusalem porque su conducta no lo muestra ni su ropaje. Así que el mesonero da por hecho que ese hombre es samaritano.

A todo esto, el rico está abriendo los ojos cada vez más porque Jesus lo está llevando a un clímax religioso en donde le hace ver que sus congéneres judíos y religiosos no han hecho nada por el herido por temor a contaminarse.  Porque según ellos, era más importante mantenerse puros y sin contaminación que ser tiernos y atentos con un necesitado. Y eso era precisamente lo que el hombre rico también pensaba. Para ellos, mantenerse sin mancha delante de Dios era lo vital, aunque vieran a una persona herida y sangrante y mancharse las manos con su sangre contaminada de pecado.

Y ahora, mis queridos lectores, vengamos a El Salvador, que es el país en donde vivimos. Vengamos a nuestra congregación donde le rendimos culto al Señor todos los domingos y examinemos nuestra propia teología.

Porque una buena mayoría de cristianos son como el hombre rico de la historia de Lucas: Incapaces de amar a su prójimo.

Sí, es cierto, diezman, ofrendan y hacen buenas obras para sus familiares, para sus compañeros de iglesia, pero son duros, tacaños e indiferentes a la necesidad de otras personas que no pertenecen a su círculo social cristiano.

Incluso, invitan a comer a sus familiares y amigos íntimos, pero no a sus propios hermanos de congregación. Evitan, como ese hombre rico, mezclarse con la chusma que son aprovechados y nunca devuelven nada.

Y, según Jesus, ese es precisamente el prójimo. El prójimo no es el hermano que se sienta a nuestro lado en la iglesia. Es el guardián de la cuadra que ha pasado toda la noche en vela mientras nosotros dormimos tranquilos y necesita de una taza de café caliente en la madrugada. Es el policía que ha hecho guardia en su garita durante la noche soportando el frío de la mañana.  Es el niño que pide limosna en la esquina. Es la viuda que necesita ayuda para sus pequeños.  Ese es nuestro prójimo.

Los que están a mi lado cantando coritos no son mi prójimo. Ellos son mis hermanos.

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