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lunes, noviembre 25, 2024

Fuego amigo

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Salmos 55:12-13  “Porque no me afrentó un enemigo, Lo cual habría soportado; Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, Porque me hubiera ocultado de él: Mas tú, hombre, al parecer íntimo mío, Mi guía, y mi familiar”

Sí, no hay nada más doloroso que sufrir a causa de que un extraño nos haga algo que nos lastima.  Usted va en el bus y de pronto alguien tocado por algún espíritu inmundo empieza a insultarlo y a ultrajarlo sin motivo alguno.  Usted seguramente se hace el desentendido, mira para otro lado y evita en lo posible una confrontación.

Usted no conoce a tal persona, por lo tanto, no le hace caso a sus insultos. Lo justifica porque piensa que debe estar pasando algún momento de estrés supremo y no sabe cómo ni donde drenar ese algo que le está afectando. Se lo suelta al que está más cerca de él y ese alguien es usted.

Ni modo, gajes del oficio. Son cosas que pasan y hay que hacerles frente de cuando en cuando.

Pero cuando el daño viene de una persona cercana a usted, cuando esa persona ha estado en contacto con usted en momentos de compañerismo, de unidad espiritual, compañeros de trabajo o de iglesia, cuando usted es atacado por una persona que dijo que era su amigo, entonces el dolor se duplica.

Porque a esa persona usted no la puede ignorar. El tiempo que ha estado en compañía de ella ha ahondado mucho en su corazón y seguramente ha llegado a formar parte de su círculo de amistades en las cuales usted quizá sin darse cuenta, puso cierto grado de confianza y esperanza en ella.  Ahora resulta que de pronto, sin ningún motivo aparente, se olvida de usted. Le da la espalda. Lo ignora y se aleja de usted sin más explicación que un simple adiós.

Eso parte el alma. Destruye muchas veces la misma autoestima porque usted se queda con más preguntas que respuestas. ¿Y entonces que? se pregunta. ¿No que éramos hermanos y amigos?  ¿No que iba a estar a mi lado en las buenas y en las mala? ¿Tan pronto se olvidó de nuestros momentos de café haciéndonos confidencias?  ¿Tan rápido se olvidó de nuestras lágrimas que compartimos en nuestros momentos de dolor?

El odio es horrible. Porque el odio nos hace sentir solos y aislados. El odio que nos muestran algunas personas, incluyendo hermanos de la congregación, parte el corazón, lacera el alma y nos hacen sentir disminuidos.  Pero según los estudiosos, hay otra clase peor de odio.  Porque el odio en sí, ignora, aparta, disminuye y hace sentir mal a quien lo recibe, pero el otro odio, el odio por el odio es más doloroso. Ese odio dice: Te odio, por eso no te saludo.  Te odio, por eso no te hablo.  Pero el otro odio dice: Te odio, por eso para mí no existes. Eres invisible. Y ese es el odio más doloroso para el ser humano porque todos necesitamos empatía tanto para dar como para recibir. En eso nos parecemos a los primates. Ellos nos ganan en esa materia porque se cuidan y se limpian unos a otros para mantener cerca y amor entre la manada.

En el ejército nos enseñan que en medio de una batalla siempre habrá una bala que nos atraviese el cuerpo. Es el fuego enemigo. Es el que todos esperamos algún día que lastime nuestros cuerpos y nos preparan para evitarlo en lo posible.  Nos puede causar incluso la muerte.  Todo soldado ha sido entrenado para vigilar constantemente al enemigo para evitar que sus artillerías nos atraviesen nuestro entorno.

Pero en más de alguna ocasión, los soldados a veces por descuido o por negligencia, cuando están maniobrando sus fusiles o sus armas a  veces se les escapan una bala que va a dar al cuerpo de algún soldado amigo que está confiado en que todo está siendo llevado en el debido orden.  Quizá en un entrenamiento un fusil se dispara y hiere o mata a algún compañero de cuadra, un compañero con quien se han compartido momentos de sudor, lágrimas y dolor.

Ese es el fuego amigo. La muerte o herida de ese soldado no fue causado por un enemigo. Fue causado por un amigo que nunca tuvo la intención de dispararle. Fue accidental.  El castigo se minimiza porque fue un lamentable accidente.

Pero no es así con el que se dice amigo. No se puede excusar a alguien que se dijo que era nuestro amigo pero en su corazón abrigaba el deseo de que en cualquier momento las cosas iban a cambiar. La herida duele más cuando el bofetón viene  de un compañero de congregación, de alguien que en un tiempo compartíamos los secretos de Dios.

Es mejor entonces, recibir un insulto de un enemigo porque eso se espera de él, pero nos sorprende y duele cuando el bofetón viene de uno que se llamó en algún tiempo nuestro amigo.

¿Que dirá Jesús de los que decimos que somos sus amigos y luego lo negamos?

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