Salmos 37:25
“Y no he visto justo desamparado,
Ni su descendencia que mendigue pan.”
Te has encontrado en situaciones donde las deudas te aprisionan y acosan, donde a causa de ellas no puedes respirar tranquilidad, donde tu corazón languidece y tu alma está angustiada, debido a la desesperación por no contar con los suficientes recursos para pagar. Esos momentos cuando los compromisos financieros caen en mora indefinida y te van carcomiendo el espíritu y la paz como un cáncer…, ¿has experimentado esto? ¡¡¡Yo sí!!!
Hace unos años vivimos una grave situación de escasez financiera con mi esposo e hijos. Fue tan duro experimentar la pérdida, no una casa, sino dos casas que habíamos adquirido con muchas ilusiones y sacrificios, así como vender nuestros vehículos para pagar deudas y así poder subsistir. Para colmo de males, mi esposo perdió su trabajo, también perdimos algunos “amigos”. Me sentía emocionalmente agotada, deprimida, frustrada y lo único que veía crecer, no era la cuenta del banco sino las deudas. No encontrábamos con mi esposo una salida y parecía que estábamos acorralados por los acreedores. Mi diario vivir era el temor de que éstos, cansados de esperar, llegarán a embargarnos lo último que poseíamos.
Pero el Señor se manifiesta, en toda su misericordia y providencia, en momentos así… Antes de que mi esposo perdiera su trabajo, yo no trabajaba, me quedaba en casa con mis hijos, haciendo tareas, cocinando y era muy feliz siendo ama de casa. En esa etapa cuando Mario no estaba generando ingresos para el hogar, de una manera inexplicable y milagrosa, me ofrecieron un empleo y a Mario lo invitaron de dos universidades para dar clases. Dios no permitió que nosotros quedáramos desamparados y abandonados. Esto nos llenó mucho de gratitud hacia Él, confortó nuestra alma, nos hizo saber que Él caminaba a nuestro lado, que estaba cerca de nosotros y por eso nos quitó los apoyos humanos, para que aprendiéramos a depender sólo de Él.
Este testimonio continua…