Mateo 11:6 …y bienaventurado es el que no halle tropiezo en mí”
En algún lugar leí unas frases que me quedaron grabadas en mi mente y que me han ayudado a convencerme que para mi, la amistad es muy importante. Es cierto, está sobrevalorada, muchos ni siquiera la tienen en su estilo de vida, pero en lo que a mi respecta, tengo un alto concepto de la amistad.
La frase que me gustó y que guardo en mis recuerdos es: Dos amigos están platicando en una mesa tomando café. Uno de ellos le dice al otro: ¿sabes? para mi, la amistad vale oro. Y yo tengo dos clases de amigos: Uno de ellos reacciona así: Lo llamo a media noche y le cuento que acabo de matar a una persona. Le he pegado un tiro y está muerto en medio de mi patio trasero. Me responde: ¿Me llamaste a mi? ¡Me vas a comprometer! por favor cuelga.
Llamo a mi otro amigo y le cuento lo mismo. Pero él me responde: No hagas nada. Cuelga y no hables con nadie. A media noche se aparece con una pala y me ayuda a arreglar el problema. Después hablamos y vemos que hacemos.
En la vida habrá momentos en que nos tenemos que hacer ciertas preguntas. Llegará un momento en que a solas con nosotros mismos tendremos que cuestionarnos qué hemos dejado atrás o quienes han estado a nuestro lado.
Si somos brutalmente sinceros, tenemos que cuestionarnos con preguntas que exigen respuestas sinceras. Y una de ellas es: ¿Con quien puedo contar en momentos de debilidad? ¿En momentos de dolor y tristeza sin que me cuestionen o me juzguen? ¿A cuantas personas puedo darles permiso que me vean tal como soy sin que se escandalicen de mis actos y mi carácter?
Es más: ¿Con quienes cuento para que me ayuden a levantarme cuando estoy a punto de caer? No hablo de la esposa ni de los hijos o parientes. Estoy hablando de compañeros que van conmigo en la ruta hacia la Presencia de Dios.
Es que hay personas que son difíciles de acompañar. No permiten que se les pueda ayudar. No comparten sus vidas. No dejan huellas por donde caminen otros. Nunca muestran sus heridas y nunca se muestran tal como son. Son personas heridas por algo o por alguien. Guardan tanto rencor en sus corazones que difícilmente se les puede tender una mano. No queda más remedio que dejarlas a solas con su dolor y su indiferencia hacia la misma vida.
En Africa hay un dicho que dice: Si quieres ir lejos, anda solo. Si quieres llegar más rápido, busca un compañero. Porque caminar solo a veces es bueno, pero siempre es mejor andar con otros. La Biblia lo dice: Mejor son dos que uno.
El otro lado de la pregunta es: Y usted, ¿con cuantos amigos puede caminar? Hermana: ¿Con cuantas amigas se puede tomar un café y drenar ese dolor o esa alegría que tiene dentro de usted?
Jesus, ya lo sabemos, tenía un círculo de amigos compuesto de tres grupos. Tenía a los setenta, luego los doce y por último los tres. Esos últimos, los tres fueron quienes lo vieron sudar, llorar, rogar e implorar a su Padre por un milagro. Ellos lo vieron en toda la crudeza de su hombría. Esos tres amigos fueron quienes estuvieron con él en momentos tan íntimos que los otros no pudieron tener.
No eran perfectos. No eran la flor y nata de la santidad. Eran hombres comunes y corrientes pero con un corazón a toda prueba. Eran de los amigos que no le negarían un riñón al amigo que lo necesite. Eran la clase de amigos que si usted necesitara una transfusión de sangre total no pensarían dos veces en brindarle su sangre.
Jesus dijo esas palabras cuando Juan que estaba en la cárcel mandó a sus amigos a preguntarle si era él el Mesías prometido. Juan entró en dudas. Porque Jesus nunca lo fue a visitar a la cárcel. Nunca hizo una oración por él. Nunca le envió un mensaje de apoyo. Juan tenía razones para dudar. Y Jesus lo comprendió. Y lo amó. Y sacó esa preciosa enseñanza para nosotros.
Entonces, esta plática es para preguntarnos: ¿Con quien puedo ser tal como soy sin que se escandalicen? ¿Sin que se molesten ni enojen o me dejen de amar? ¿Con quien puedo ser imperfecto sin tener que fingir que soy lo que no soy?
