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sábado, noviembre 23, 2024

¡Que gran lección!

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Éxodo 5:3  “Entonces ellos dijeron: El Dios de los hebreos nos ha salido al encuentro. Déjanos ir, te rogamos, camino de tres días al desierto para ofrecer sacrificios al SEÑOR nuestro Dios…”

Cuando Dios le habló a Moisés a través de la zarza ardiendo, le dio las instrucciones para que fuera a Egipto a liberar al pueblo hebreo de la esclavitud a la que Faraón los tenía desde hacía ya varios años.

En Éxodo 3:7-9 El Señor le dice: “Y el SEÑOR dijo: Ciertamente he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor a causa de sus capataces, pues estoy consciente de sus sufrimientos. Y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y para sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel, … Y ahora, he aquí, el clamor de los hijos de Israel ha llegado hasta mí, y además he visto la opresión con que los egipcios los oprimen”  Esa fue la promesa que Dios le había dado a Abraham años atrás.  Y había llegado el momento de cumplir aquella promesa.

Pero aquí hay un misterio que debemos desentrañar:  Los hijos de Israel eran esclavos.  Un esclavo no tiene el derecho de su propia vida, no es dueño de sí mismo.  Otra persona es el dueño de él.  Para nosotros es difícil entender esto porque no lo hemos vivido, a menos que recordemos de quien éramos antes de conocer al Señor Jesus.

La esclavitud de los hijos de Israel no significa solamente que tenían que trabajar duramente, sino que no eran dueños de sí mismos.  Pertenecían al faraón.  La escritura no revela en detalle cómo llegaron a ser esclavos.  Lo que sí sabemos es que si eran esclavos implica que en algún momento tenían que haber perdido la libertad.  O se vendieron como esclavos por propia voluntad, o fueron obligados a ser esclavos por la fuerza.  Lo cierto es que eran esclavos y como tales, eran posesión del faraón.  Eso nos dice que Dios no podía sacarlos de Egipto sin el permiso de su dueño (quizá no nos guste la palabra pero ni modo).  Por eso vemos que Moisés no ordenó al faraón dejar ir a los hijos de Israel para celebrar fiesta al Señor, sino simplemente le pidió permiso, hasta rogando, como lo vemos en Éxodo 5:3 “…Déjanos ir, te rogamos…”.

Jurídicamente hablando, Dios no podía reclamar a los hijos de Israel porque estaban bajo la autoridad del faraón y eran su posesión.  Si Dios los hubiera sacado sin el permiso de faraón, sería un ladrón y no respetaría el principio de autoridad que él mismo había establecido.  Por eso Moisés tenía que pedir permiso hasta siete veces para sacar a los hijos de su pueblo.

En ninguna de esta ocasiones está escrito que el Señor ordenó al faraón que soltara al pueblo.  Dios no puede cometer ningún acto de injusticia, como dice el Salmo 145:17: “Justo es el SEÑOR en todos sus caminos, y bondadoso en todos sus hechos”

Por otro lado Dios tenía toda la autoridad sobre el faraón.  Fue él quien le había puesto como rey en Egipto según Romanos 13:1-6, delegando parte de su propia autoridad.  Por lo tanto, Dios tiene el derecho de juzgar las acciones del faraón, y esa también fue parte de la misión que Moisés tenía que cumplir a través de las plagas.  Las plagas vinieron porque el rey de Egipto, junto con su pueblo, no habían respetado las leyes de Dios que son para todos los hombres de la tierra.  Moisés fue enviado con dos propósitos principales: Juzgar la autoridad que no estaba cumpliendo su función según la voluntad del que la puso en su lugar y redimir a los hijos de Israel de su esclavitud..

Ese es el mismo caso de la venida de Jesus como Mesías: Redimirnos a nosotros de la esclavitud y del yugo del pecado.  Antes de reconocer a Jesus como nuestro libertador, éramos esclavos de Satanas y ahora vemos por qué tuvo que pagar el precio por nuestra esclavitud en la Cruz del Calvario.  Jesus no podía libertarnos de su yugo sin antes pagar el precio por nuestra voluntad de ser esclavos del pecado.  Jesus, en su muerte, fue condenado el pecado y el príncipe de este mundo fue juzgado y echado fuera.

Es maravilloso ver como Dios respeta sus mismos principios para darnos una buena lección a todos aquellos que tenemos un lugar de liderazgo en su Reino, como debemos conducirnos y como debemos respetar a quienes nosotros mismos hemos puesto en lugares de autoridad. Además de respetar a todos aquellos que Dios ha puesto en lugares de eminencia. 

La Humildad que Dios mostró en el caso de los egipcios es un claro ejemplo de lo que se espera de nosotros también.

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