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martes, noviembre 26, 2024

Miren si somos ingratos

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Proverbios 22:6 “Enseña al niño el camino en que debe andar…”

Me sorprendió mucho lo que vi hace poco en un restaurante. Como ahora es permitido que en ciertos lugares se acepten el ingreso de mascotas y porque eso ha abierto la oportunidad de muchas personas de comprarse una de su agrado, no fue raro que en ese restaurante entrara una familia compuesta por el padre, la madre, el hijo pequeño de ambos y su mascota.

Para mi, que soy de la vieja escuela, me pareció un poco fuera de lugar que en un lugar de comida se permitiera eso, pero ni modo, las modas mandan o las exigencias de los clientes. Y como el axioma es que “el cliente manda”, hay que permitirlo.

Pero no me sorprendió tanto ver entrar a esa familia con un perro amarrado a su correa y que cuando se sentaron todos, noté que el padre de familia le hizo una seña a su perro de un buen tamaño y de una raza muy conocida por su obediencia a que se sentara a sus pies.  Algo digno de aplauso. El perro, obedientemente se sentó donde se le indicó y se estuvo quieto mientras el mesero se hacía cargo de prepararles la mesa y empezar a servir lo que le habían ordenado.

Así empezó a pasar la jornada de la comida, el padre y la madre se sirvieron sus porciones, el niño también empezó a manosear sus papas fritas, a golpear la mesa con un cubierto haciendo un escándalo que para que les cuento, de pronto se puso a llorar a grito pelado mientras sus progenitores seguían enfrascados cada quien con sus alimentos sin prestarle la más mínima atención al niño que ya para ese momento, nos estaba incomodando a los que estábamos alrededor de su mesa. El hijo quizá tendría unos cinco a seis años, así que no era aceptable que estuviera haciendo ese show tan ridículo para llamar la atención de sus padres quienes lo ignoraban por completo.

Ustedes pensarán que fui un juzgon o que, pero como me gusta aprender de otros para ver como andan las familias de nuestra sociedad para poder tener algo que enseñar o escribir, estuve observando a pesar que mi esposa me dijo varias veces que les quitara los ojos de encima, cosa que no pude hacer a pesar de sus indicaciones.

Bueno, pero ¿en donde está la lección que saqué de aquella experiencia de la que fui un observador a la distancia?

La lección está aquí: Esos padres indudablemente invirtieron tiempo, dinero y esfuerzo por llevar a su perro a un entrenador para que aprendiera a ser educado, obediente y tranquilo en lugares públicos para que no incomodara a nadie en ningún momento. Y lo lograron. El perro se quedó sentado a los pies de su amo sin reclamar ni un bocado de algo, sin moverse para nada, sin ladrar ni husmear por allí a ver en que pata de que mesa podría hacer lo que ellos acostumbran. Nada de eso. La maravilla que el entrenador y el dinero invertido en pagar sus clases lograron fue admirable.  Un perro educado. Bien portado y bien controlado.

Pero no fue así con su hijo. Y aquí es donde entra la ingratitud del ser humano. Se han perdido los valores más elementales de la convivencia social. No importan los berrinches del nene, no importa el escándalo que hace en la mesa con los cubiertos, el llanto molesto hacia los demás y que todas sus papas estuvieran desparramadas en la mesa con tal que nadie diga ni haga nada con su impertinente y malcriado hijo.

Claro que los que más sufrieron con esa falta de respeto y consideración fueron los empleados del restaurante que tuvieron que recoger pedazos de tortilla del suelo, cosa que ni el perro se aprovechó, tuvieron que limpiar varias veces la mesa porque al nene se le ocurrió botar el vaso de refresco varias veces, tuvieron que limpiar todo el desorden que esa criatura había provocado que si yo hubiera sido uno de los empleados no sé que habría hecho, menos quedarme tranquilo.  Pero el corolario inaceptable de la conducta del hijo y de los padres fue la guinda del pastel de la intolerancia: Al niño se le ocurrió que lo sacaran de su silla de comer y que lo sentaran en medio  de la mesa en donde empezó a meter los dedos en el plato de la madre cosa que ésta aceptó de buen grado. Sin chistar nada. Ni ella ni papito. El niño hizo lo que quiso sin que nadie se lo impidiera.

¿Y el famoso perro? Bien dormido bajo  la mesa, a los pies de quien lo entrenó para que fuera obediente y tranquilo. Una sola orden bastó para que la mascota superara la razón de un hijo que supuestamente debe ser Imagen y Semejanza de Dios convertido en un rebelde, impertinente y falto de respeto hacia los demás.

Y es que ahora las cosas han cambiado, incluso lo que dice la Biblia. Ahora el texto ya no debe leerse como está escrito según lo ordenado por nuestro Creador: Instruye al niño en su camino. Instruyelo cuando salgas, cuando entres, cuando duermas, cuando despiertes…No, ahora lo que se lee es: Instruye a tu perro cuando camines, cuando comas, cuando veas la tele…

Vean si no somos ingratos. Como diríamos en Guatemala: Después no nos quejemos muchá.

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