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sábado, diciembre 7, 2024

Los invisibles

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Marcos 12:43-44  “Y llamando a sus discípulos, les dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos los contribuyentes al tesoro;  porque todos ellos echaron de lo que les sobra, pero ella, de su pobreza echó todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir”

Esta es una de las historias más bellas del Nuevo Testamento. Marcos tiene un estilo tan especial para capturar imágenes que solo las mentes más brillantes nos pudieron haber dejado para enseñarnos grandes lecciones.

Y, como los perfumes finos que vienen en frascos pequeños, así las historias que nos cuenta Marcos vienen en dosis pequeñas. Pequeñas pero profundas.

Jesús está viendo cómo los asistentes al Templo echan sus ofrendas. Los ricos llevan sus heraldos con sus tambores y trompetas para anunciar que van a pasar a depositar su limosna para que los Sacerdotes y encargados del Culto a Dios se sostengan en sus necesidades. Han hecho sus cuentas y las monedas que les sobran de su ganancia, han tomado un puñado para que mientras más ruido hagan al caer, mejor. Buscan aplausos, aprobación y llenar su ego de la admiración del pueblo.

Me imagino a sus guardaespaldas apartando a todos los que están en la fila esperando pasar a dejar su ofrenda, para que nadie estorbe la llegada del señor fariseo o saduceo que necesita pasar rápido porque sus negocios en la bolsa de valores exige su atención diaria. No puede darse el lujo de no saber como van sus acciones y si el precio de sus productos ha subido o bajado.

Después de una larga oración viendo quien lo veía, el potentado con un desparpajo digno de un César romano, deja caer una por una las monedas que le han sobrado de sus cuentas. En Guatemala le llamamos “el sencillo”, lo que sobra, son las monedas que nadie usa cuando hay suficientes billetes en la cartera.

El Templo tenía una ordenanza: Cada fin de semana, antes de entrar el Sábado, acostumbraban darle a los pobres una cuota de dinero para su sustento semanal. En un lugar diseñado para eso, pasaban los pobres, viudas, huérfanos y extranjeros haciendo su fila para recibir su ofrenda semanal. Mientras en otro lado estaba el lugar de las ofrendas. Siempre había gente ocupando esos espacios. Unos para recibir de parte del Señor su sustento y otros aportando para que en las arcas del Templo no faltara nada. Así que los que recibían su dinero se iban a sus casas con su provisión para sus gastos y necesidades. Gloria al Señor, Aleluya.

Pero la viuda que Jesús observó con tanto interés, hizo algo diferente: Cuando salió de la fila de los que recibían, en vez de irse a su casa a disfrutar su provisión, dio la vuelta y se puso en la fila de los que ofrendaban. Con paciencia esperó su turno y después de una larga espera, llegó al alfolí y depositó allí lo que le acababan de dar para su sustento semanal. Es decir, lo que recibió en una fila, lo entregó en la otra. Prefirió darle al Señor todo lo que tenía para sus alimentos como ofrenda para su Señor. ¿Por qué lo hizo? No lo sabemos. Quiero creer que fue como agradecimiento por su vida, su salud o por su gran amor al Dios de su tierra. Quizá con algo de vergüenza depositó sus dos monedas de cobre, las más pequeñas que circulaban en aquel tiempo en Jerusalem.

Su gesto no lo vio nadie. Como viuda, era invisible para los demás. La misma ropa de todos los días. Las mismas sandalias de siempre. El mismo rebozo cubriendo su cabeza como siempre. Era una anodina entre los anodinos. Esta mujer ha dado una cantidad insignificante y miserable, como es ella misma. Su sacrificio no se notará en ninguna parte, no transformará la historia del Templo. Con eso no se logrará pagar nada. El Templo se sostiene con la ofrenda de los ricos. El gesto de esta mujer no servirá prácticamente para nada. Eso lo vieron los demás. Pero no Jesús. Jesús lo ve de otra manera: “Esta pobre viuda ha echado más que nadie. Su generosidad es más grande y auténtica. Los demás han echado lo que les sobra, pero esta mujer que pasa necesidad, ha echado todo lo que tiene para vivir” Jesus está conmovido por lo que está viendo y se lo hace ver a sus discípulos.

¿Ven a esta mujer? no tiene marido. No posee nada. Solo un corazón grande y una confianza total en Dios. Si sabe dar todo lo que tiene es porque pasa necesidad y puede comprender las necesidades de otros pobres a los que se ayuda desde el Templo, como a ella.

Estamos a punto de entrar nuevamente al mes de Diciembre. Quizá se estarán preparando las actividades propias de la estación. Muchos “ricos” ya estarán preparando las canastas para sus empleados pero descontando de su informe fiscal el precio de las mismas. Pero también estarán los invisibles. Los que no se ven en ningún centro comercial. Son los que van al Centro de Acopio a las cinco de la mañana para poder comprar algo para la semana. Los que van al mercado “nocturno” a comprar lo que ya nadie quiere. Esos son los invisibles de hoy. Los que nadie toma en cuenta pero que podrán celebrar las próximas fiestas con un corazón agradecido de poder compartir con otros el poco sustento que les ha llegado a sus manos.

Son los que Jesús ve con mucho interés. Y que nos dice a los discípulos: ¿Ven a esos pobres? Vayan y hagan ustedes lo mismo. Sin tambores, sin fotos, sin selfies.

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