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domingo, marzo 23, 2025

Cuidado con quien te metes

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Génesis 12:17  “Pero el SEÑOR hirió a Faraón y a su casa con grandes plagas por causa de Sarai, mujer de Abram…”

Creo que si muchos hombres que les gusta andar coqueteando con el pecado de adulterio, si leyeran la historia de Faraón con su supuesta aventura con Sara, pensarían dos veces antes de meterse -como decimos en Guatemala-, a camisón de once varas.

Conozco de primera mano amigos y hermanos en Cristo que se pasaron de listos con una mujer que no era su esposa. En el hombre existe la tendencia a ser conquistador por naturaleza. Nos gusta ser admirados, respetados y nuestro ego nos lleva muchas veces a cometer imprudencias que después nos salen caros.  En algún lugar del mundo, un pastor conocido de todos, presumía de haber tenido tres divorcios de tres matrimonios por supuesto. Su presunción era que le habían salido “caros” sus divorcios.  No sé que necesitaba este ministro del Señor para aprender su lección. Aunque predicamos la Biblia, hay versos que nos afectan personalmente en materia de matrimonio y divorcio. Es mejor no tocarlos. Mejor predicar de Jesús y sus milagros pero no de los mandamientos de Jesús.

Eso nos lleva a pensar que cada quien tiene su propio evangelio. Como se dice, el “evangelio según san yo”. Nos fabricamos nuestra propia manera de enseñar y evadimos los textos que nos confrontan y nos hacen ver nuestra parte fea de nuestro interior que es el verdadero yo que todos llevamos dentro.

Faraón era dueño de la tierra. Según su teología, él era un dios. El dios de Egipto. Por lo tanto, todo lo que era de esa tierra, era propiedad de este hombre. Era dueño de la vida de sus súbditos a quienes podía esclavizar, dar vida o matar a su antojo. Uno de ellos, incluso, se atrevió a decir que él “había hecho el Nilo” dando a entender que era el dios omnímodo de Egipto. Todo era de él y por él.

Incluyendo las mujeres que le gustaban.

Y, lamentablemente, como en toda sociedad laica o religiosa, tal el sacerdote, tal el pueblo. Este Faraón de nuestra historia con Sara y Abram, había creado una cultura entre todos sus empleados su misma forma de pensar y sentir. De manera que cuando Abram debido al hambre que había en la tierra en aquella ocasión, decide descender a Egipto en busca de comida.  De entrada, la expresión “descender” significa que se rebajó al nivel de los egipcios. Abram conocía la depravación moral de aquella gente. Sabía que los egipcios eran gente que no adoraba al Dios Verdadero sino a sus propios dioses quienes según sabemos, la idolatría lleva a la lujuria y el desorden sexual.

Así las cosas, cuando los egipcios vieron a la mujer de ese peregrino llamado Abram, corren al palacio a informarle a su pastor -perdón-, a Faraón. Aquí debemos conocer el verdadero lenguaje hebreo. Según los originales hebreos, no eran los egipcios en general, o sea no eran los del pueblo los que vieron a la mujer. Faraón tenía un “gabinete de gente especial” para informarle de cualquier suceso que afectara la tranquilidad de Egipto. Ese gabinete de oficiales, cuando vieron la belleza de aquella mujer, entraron donde Faraón y le contaron lo que habían visto. Ellos, como su patrón, estaban en el mismo sentir lujurioso y perverso, y para quedar bien con su jefe, le llevan el informe.

Y le llevaron a Faraón el trofeo femenino de aquel momento.

Este, sabiendo que era “hermana” del extranjero, le empieza a dar regalos, prebendas y privilegios para ganarse a su supuesta hermana. Es decir, tal como hoy podemos hacer muchos pastores, le damos privilegios al hermano o esposo de la mujer que deseamos. Puro negocio al más alto nivel.

El problema de Faraón no fue que le gustara la belleza que le habían llevado sus lacayos. El problema fue que quiso acostarse con ella y eso no le gustó al Dios que cuidaba a aquella mujer. Ya que su marido no supo cuidarla y protegerla, Dios tomó a su cargo su protección. Y le mandó un poco de lepra al abusivo que se creía dueño de todo. Y no solo castigó al hombre sino a toda su casa. Es decir, a todos los del palacio, incluyendo al que hacía la limpieza. Por  alcahuetes.

Todo porque -mis amigos-, Faraón creyó que aquella linda mujer era del vulgo. Que era carne fresca para su deleite. Pensó que podía hacer con ella lo que hacía con las egipcias. Faraón se equivocó. Se metió con la mujer equivocada. Se metió con la mujer prohibida. Sencillamente Faraón ignoró las señales de aquella mujer. Ella era una princesa, no una plebeya. Su nombre nos da la clave. El nombre Sara, está compuesto en su raíz por la palabra Sar que significa alguien con poder, con linaje, con abolengo. Por eso Dios la defendió de aquel atrevido.

Cuidado, hermanos que andan a la caza de mujeres de su congregación. No sea que se metan con la mujer equivocada. Averigüen bien con quien están flirteando.

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