1 Corintios 13:1 “Si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor…”
A nosotros los evangélicos nos gusta la polémica. Y es la polémica la que nos ha separado tanto unos de otros. Si Jesús viniera en estos tiempos tal como le tocó a Pablo en su época, se quedaría asombrado de cómo por una simple palabra que no entendemos hemos hecho una montaña de separación entre unos y otros a pesar de decir que somos “hermanos”.
Es por eso que este famoso capítulo de primera a los corintios en donde Pablo menciona las discutidas “lenguas” humanas y angélicas ha provocado más cismas evangélicos que ninguna otra enseñanza paulina. Unos dicen que no, que no hay que hablar en lenguas. Otros dicen que si, que si no se habla en lenguas no se es totalmente salvo. Otros que son idiomas terrenales, otros que son lenguajes celestiales. Unos que son idiomas angélicos, otros que son lenguajes vernáculos. Que si, que no. Y se ha hecho todo un montón de discusiones al respecto.
Bautistas se han separado de pentecostales. Centroamericanos se han separado de bautistas. Toda una gama de discusiones estériles que creo que vendrá Cristo en las nubes como lo ha prometido y seguiremos hablando de lo mismo, cuando si leyéramos detenidamente el capítulo veríamos una enseñanza más profunda sobre lo que Pablo trató de enseñar: La preeminencia del amor por sobre todo lo demás.
Otro problema es que somos latinos. Nuestro lenguaje, aunque deriva del griego y del latín, no nos hemos atrevido a estudiar detenidamente lo que está escrito, no en blanco y negro sino el sentido que el escritor quiso darle a las palabras.
Todos sabemos que en griego hay varias palabras para expresar “amor”. Veamos: Ágape, storge, philia y eros. Cada una de ellas, en griego koiné tiene diferentes significados y estadios para definir un pensamiento. Claro que para nosotros, simples mortales, amor es amor y nada más. Es más, cuando en el matrimonio se dice “hagamos el amor” estamos dando por entendido que tendremos sexo. Es sobreentendido al decir esa palabra. Sabemos que el amor no se hace. El amor es. Así de sencillo.
Por lo tanto, lo que tenemos que comprender en este significado del capítulo trece de primera a los corintios, es que Pablo nos está dando una cátedra de la conducta humana. Pablo se está metiendo hasta la médula del asunto cuando nos dice: “si yo hablara lenguas humanas y angélicas, pero no tengo amor…” aquí la palabra “amor” la está traduciendo por fidelidad. La fidelidad es una condición sine qua non para mostrar si realmente soy o no cristiano. Viene de la raíz ágape. El amor incondicional de Dios para nosotros.
Es decir, y aquí está el verdadero sentido del capítulo: Si no tengo fidelidad a Dios, es por demás que yo hable en lenguas angélicas o humanas. No importa si doy mi cuerpo para ser quemado, de nada me sirve que tenga toda la fe del mundo para mover montañas, si no soy fiel a Dios, soy como címbalo que retiñe. Si doy todos mis bienes para dar de comer a los pobres pero no soy fiel a mi compromiso para con Dios, de nada me puedo jactar.
Y es que Dios que es tan Sabio como solo él puede serlo, nos ha cerrado la puerta a la jactancia, al orgullo y la soberbia humanas cuando creemos que hemos hecho maravillas cuando damos algo a alguien, creyendo que hemos hecho lo que otros debieran hacer. No, queridos hermanos. Especialmente los cristianos necesitamos ser enseñados desde la misma raíz del Evangelio de Cristo para poder comprender que nuestras mejores obras son como trapos de inmundicia ante los Ojos Santos del Señor.
Es por eso que este problema teológico del capítulo en mención ha despertado tantos dilemas que se ha olvidado de estudiar el verdadero néctar que el Espíritu Santo al inspirar a Pablo quiso darnos: La verdad de la verdad.
La Fidelidad hacia Dios está por sobre todos los sentimientos humanos. Es la base de la confesión judía del Shemá: Oye, Israel: Amarás a Jehová con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Cuando nos damos cuenta del verdadero tesoro oculto en estas lineas, comprenderemos lo que Jesús pide cuando nos dice: El que ame más a…no es digno de Mi, eso quiere decir sin darle tantas vueltas al asunto. Amar a Dios, serle fiel, serle leal y no anteponer ningún otro amor por sobre el que él merece, eso es lo verdaderamente importante. No nos jactemos entonces de hablar en lenguas o angélicas más que otros. Mejor nuestro esmero, como dice el profeta, es conocer al Señor y lo que le gusta y le agrada. Solo eso. Lo de las lenguas vendrá después.