Basado en Génesis 16:1-13
¿Alguna vez hiciste tu mayor esfuerzo por algo?
Entregaste amor, cuidado, tiempo, lo mejor de ti… pero en lugar de gratitud, recibiste rechazo o silencio. Sin embargo, te mantuviste firme pensando en tu familia, amistades y ministerio, aunque te sentías desplazada, agotada y sin voz. Muchas mujeres viven así: dando tanto, y recibiendo tan poco. Esa era la historia de Agar: sierva, extranjera, usada y luego expulsada.
Agar no eligió esa situación; fue víctima de decisiones que otros tomaron por ella.
De pronto se encontró embarazada, sola, sin apoyo emocional, y finalmente, en el desierto. Su autoestima estaba rota, su corazón quebrado y su futuro parecía perdido. Un callejón sin salida. El lugar donde debió haber amor se convirtió en un espacio de abandono. Pero fue en ese desierto donde Dios la encontró.
El Ángel del Señor la llamó por su nombre. No la ignoró en su dolor ni la etiquetó por su pasado. La reconoció, la escuchó y le dio dirección. La mujer que fue descartada por los hombres, fue abrazada por el cielo. Por eso ella exclamó:
“Tú eres el Dios que me ve” (Génesis 16:13).
Qué esperanza tan poderosa: aunque otros no te valoren, Dios siempre te ve. Él conoce tus lágrimas, tus silencios, tus luchas ocultas… y te dice: “No estás sola. Yo te veo, te entiendo y sigo contigo.”
Dios no solo la vio: la sostuvo, la guió y le aseguró un destino. Y lo mismo quiere hacer contigo hoy, ahí donde estás.
Levántate, mujer. Si fuiste usada, herida o abandonada, recuerda esto con firmeza en tu espíritu:
el Dios que te ve… también te restaura, te afirma, y te envía con propósito renovado.
“Tú eres el Dios que me ve”
—Génesis 16:13
Tomando Mi Nación Mujer
Emma de Cuéllar