Basado en Lucas 13:10-17
¿Te has sentido alguna vez encorvada?
No físicamente… sino emocionalmente.
Tal vez por un abuso que nunca contaste.
Un golpe que no dejó marcas por fuera, pero sí por dentro.
Palabras crueles que aún resuenan.
Apodos que se clavaron en tu mente.
Abandonos que te enseñaron a callar y a sonreír por fuera mientras por dentro te apagabas.
Muchas mujeres han aprendido a vivir dobladas… no en su cuerpo, pero sí en su alma.
La mujer encorvada llevaba dieciocho años así.
No era solo una dolencia física: era el reflejo de un peso espiritual y emocional.
Vivía mirando al suelo, como quien ya no espera nada.
Ya nadie miraba su rostro, solo su carga.
Pero un día, Jesús entró en la sinagoga…
Y la vio.
No la evitó. No la juzgó. No esperó que hablara.
La llamó. Le habló. La tocó.
Y en ese instante, se enderezó.
No solo su cuerpo, también su dignidad.
Y glorificó a Dios con todo su ser.
Muchas veces vivimos encorvadas por dentro.
El maltrato, la vergüenza, la comparación y hasta lo que nunca te atreviste a decir… todo eso va robando poco a poco tu voz y tu autoestima.
Y creemos que ya no hay esperanza ni salida.
Pero Jesús no deja de buscarte.
Él te ve, aunque otros no lo hagan.
No se aleja por lo que has vivido ni por lo que otros te hicieron.
Él conoce ese dolor que cargas en lo profundo… y con ternura, empieza a sanarlo con su verdad.
Hoy no estás sola.
No importa cuántos años lleves en esa condición: Jesús está en tu camino.
Y cuando Él te toca, todo lo que el dolor distorsionó, Jesús lo empieza a restaurar con su propósito.
Tu historia no termina en el suelo. Fuiste creada para levantar la mirada y mirar al cielo con fe.
“Mujer, quedas libre de tu enfermedad” —Lucas 13:12
Emma de Cuéllar
Tomando Mi Nación Mujer
