Basado en 2 Samuel 13:1-22
Hay grietas en el corazón que parecen imposibles de cerrar.
Momentos que quiebran la confianza, experiencias que roban la paz y marcan el alma para siempre.
A veces no lo decimos, pero vivimos atrapadas: la falta de perdón se vuelve una cárcel silenciosa.
No solo duele; nos roba fuerza, nos estanca y apaga el plan perfecto de Dios para tu vida.
El dolor ante una situación de maltrato te cierra el corazón, apaga tu felicidad y va llenando tu vida de silencios, tristeza y soledad.
Tamar conoció ese dolor.
Alguien cercano la hirió en lo más profundo, la dejó marcada y luego sola, sin defensa.
La Biblia dice que “quedó desolada en casa de su hermano Absalón” (2 Samuel 13:20).
Ella no solo perdió su alegría; su corazón quedó preso de la vergüenza y el abandono.
Y como muchas mujeres hoy, se apagó en silencio… sin avanzar, sin esperanza.
Cuando guardamos resentimiento, creemos que nos protegemos, pero en realidad el dolor nos sigue consumiendo por dentro.
La amargura nos roba el gozo, nos cierra puertas y nos hace cargar un peso que no fuimos diseñadas para llevar.
Perdonar no significa olvidar ni justificar lo que pasó.
Significa soltar las cadenas que nos atan al pasado y dejar que Dios sane lo que nadie más puede tocar.
Mujer, no naciste para vivir escondida tras el dolor ni atrapada en la amargura.
Si decides entregar hoy tu carga a Cristo, Él te levantará.
El perdón no cambia el pasado, pero transforma tu futuro.
Cuando sueltas, respiras.
Cuando perdonas, avanzas.
Y cuando sanas, tu vida vuelve a florecer en el propósito de Dios.
Hoy es el día de dejar de vivir desolada.
Es tiempo de abrir tus manos y entregar ese peso al Señor.
Porque el dolor no escribe el último capítulo de tu vida, sino lo que Dios hará contigo cuando decidas ser libre.
“Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó en Cristo.”
—Efesios 4:32
Emma de Cuéllar
Tomando Mi Nación Mujer
