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sábado, abril 20, 2024

Reflexiones sobre el crecimiento de la Iglesia evangélica (II)

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Por: Pastor Mario Vega/ Misión Cristiana Elim Central

En el artículo anterior se hizo referencia a la encuesta publicada por un periódico del país en el que, en 2019, identifica el más alto índice de salvadoreños expresando ser evangélicos que en ningún otro momento de la historia nacional. Un aspecto de ese crecimiento es que mientras en el año de 1937 se contabilizaban solamente 70 iglesias evangélicas, en la actualidad existen 1963 iglesias registradas en el Ministerio de Gobernación. Es difícil saber cuántas más hay que no poseen personería jurídica. En todo caso, la pregunta que se formula es ¿en qué contribuye al país el crecimiento de los evangélicos? Es una pregunta que apunta al poco impacto de lo que uno esperaría de las iglesias en una realidad como la que vive nuestro país. Pero, la pregunta también puede ser formulada de otra manera: ¿Cómo sería el país si no existiesen iglesias evangélicas? En este segundo caso, la pregunta señala hacia los beneficios que muchas personas y familias han recibido de las iglesias e instituciones de desarrollo evangélicas, sin las cuales, la crisis sería aún más aguda.

Lo que es indudable es que la influencia de las iglesias pudo haber sido mayor. Si no lo ha sido es por razones diversas; una de ellas es la confusión que se ha producido entre evangelismo y religiosidad. No hay duda de que ahora tenemos mayores expresiones de religiosidad en nuestro país, pero de lo que se trata es de volver cristiana esa religiosidad y hacerla más eficaz. Para ello, los evangélicos no deberían adoptar para su práctica de vida énfasis del primer mundo o del mundillo del espectáculo religioso sino de las circunstancias históricas concretas donde se encuentra. Sólo desde una reflexión que parta de los condicionamientos históricos propios se puede desarrollar una teología y una pastoral pertinente. Esa reflexión debe comenzar con una conciencia informada de los principales problemas que afectan al país como violencia, desempleo, migración, marginación, etc. Frente a ello, el cristiano debería adoptar una posición preguntándose cuál es la actitud que Dios espera de sus hijos frente a esa realidad. De qué manera el cristiano evangélico puede ser instrumento para que la voluntad de Dios se realice en la historia de los hombres. Es decir, cómo la presencia de Dios, tal como se revela en Jesús, se vuelve parte de los valores y motivaciones de las comunidades donde las iglesias evangélicas están insertas. Por supuesto que esa vivencia debe ir más allá de la espiritualidad individual para poder afectar las relaciones con su familia, su comunidad y el país. Todas las esferas de la vida deben ser permeadas con la sal del evangelio, pero eso, no se alcanzará solamente con las prácticas individuales de espiritualidad, por mucho que se cante o se celebren cultos, hace falta la capacidad, la técnica, los políticos cristianos que inauguren una nueva era de ética y servicio. En esto, no hay duda de que hay un saldo deudor que el crecimiento de los evangélicos tiene con el país y que, al mismo tiempo, se convierte en su limitación para continuar creciendo. Las personas tendrán una conversión a la esperanza celeste de los evangélicos solamente cuando los evangélicos tengan una conversión a la realidad terrena que los salvadoreños empobrecidos viven en su día a día. Una conversión que les mueva a un compromiso transformador emulando al de Jesús con los marginados de su tiempo.

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