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lunes, noviembre 25, 2024

Alguien tendrá que pagar

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(Gracias a mi sobrina Zaida Maldonado por sugerirme escribir algo sobre este verso. Ella radica en Newark, N.J. USA y es pastora de jóvenes)

1 Reyes, 21:29 “Entonces la palabra del SEÑOR vino a Elías tisbita, diciendo:

¿Ves cómo Acab se ha humillado delante de mí? Porque se ha humillado delante de mí, no traeré el mal en sus días; pero en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa”

Bueno. Aquí tenemos lo típico cuando un hombre o mujer se unen en yugo desigual. Creemos que no pasará nada cuando rompemos las normas del Señor con respecto al matrimonio. Hoy está eso en boga. Ya los jóvenes no quieren a las muchachas cristianas o viceversa porque no les ven el atractivo que ven en los que andan en el mundo tras los deleites y vicios que -según ellos-, son el todo en la vida.

Egocentrismo. Hedonismo. Libertinaje a la máxima potencia. La juventud de nuestros días cree que unirse con jóvenes que no sean de su misma fe cristiana no dejará ninguna huella en sus vidas o en las de sus hijos. Nada más equivocado.

La princesa Jezabel fue una mujer muy influyente en la vida de este rey de Israel. Acab había hecho alianza con el padre de esta princesa sin saber el triste final que iba a tener como consecuencia de haber roto con los principios divinos. Ella lo manipuló de tal manera que terminó abandonando el culto al Dios de Israel que lo había levantado al reinado de su pueblo, pero también lo indujo a adorar ídolos y dioses extraños.

Qué se podía esperar de una relación ambigua. De una relación mixta. Sin duda Acab pensó que no iba a suceder nada con unirse con una mujer pecadora e impía, adoradora de ídolos y dioses falsos. Pensó que vivir con una belleza como pudo ser esa reina era la meta de la vida. Al igual que hoy: los jóvenes ven más lo exterior antes que lo interior. Se están dejando llevar por lo físico. Lo que se presume. Títulos académicos. Figuras deportivas. Cuerpos exuberantes. Belleza falsa. Transitoria y a veces perversa. Es más asunto de presumir que se anda con un cuerpo hermoso antes que un corazón santo y apartado del mal.

En muchos matrimonios de hoy sucede lo mismo que sucedió en los años del reinado de Acab y Jezabel. Ella lo llevó, como Dalila a Sansón, a ser juguete de sus dioses y profetas falsos. Ella lo indujo a que adorara a sus propios dioses falsos y abandonara al Dios verdadero. Acab no se dio cuenta del tobogán en el que se había subido hasta que fue demasiado tarde. Cuando vino a despertar de la realidad de su fracasada vida ya era demasiado tarde. El veredicto del Señor fue lapidante: “…porque se ha humillado delante de mí, no traerá el mal en sus días; pero en los días de su hijo traeré el mal sobre su casa”

¡Esto me asusta! Ante el juicio del Dios Perfecto que adoro no hay excusas ni pretextos. Es cierto, no me pasa nada. Hasta puedo presumir que Dios está de acuerdo conmigo en lo que estoy haciendo. Puedo engañarme que porque Dios no toma acción contra mí todo está bien. ¿Ve pastor como prospero? ¿Ve cómo tengo mi vehículo del año, mi televisor de alta gama, mi casa llena de enseres de última generación? ¡No me diga que esto no viene de la Mano de Dios, por favor! Además de la belleza que tengo por esposa o esposo, tengo hijos hermosos, sanos e inteligentes. Buen sueldo. Vacaciones a las Bahamas cada año. Cruceros a las Antillas. Relaciones con amigos inteligentes y pudientes. Los bancos me ofrecen sus tarjetas de crédito. ¿Qué más puedo pedir? Y todo esto sin necesidad de estar en la iglesia cantando coritos y viendo como la gente llora por emociones.

Cierto. Pero falso. Es el oropel de la vida. La ambigüedad del cristianismo de hoy ha perdido a muchos que se han fabricado su propio evangelio. Cierto, a Acab no le cobraron nada. Fue perdonado. Se humilló y alcanzó el perdón de Dios. Pero no nos engañemos: hay una deuda pendiente de cancelar. Y Dios cobrará en donde más nos duela: en nuestros hijos. Víctimas a veces inocentes de las acciones de nosotros los padres que no tuvimos el carácter de obedecer a Dios antes que a Jezabel quienquiera que sea su personificación.

No. No nos engañemos: Dios no puede ser burlado. Él cobrará a su manera y en su tiempo. ¿Qué deudas les estamos dejando entonces a nuestros hijos? ¡Vaya usted a saber…!

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