Por: Mario Vega | pastor general de Misión Cristiana Elim
En la India se ha producido una doble mutación del virus que provoca la COVID 19 y lo ha vuelto más contagioso. En consecuencia, se ha levantado una nueva ola de contagios que tiene al país en condiciones dramáticas. Los hospitales han alcanzado su máxima ocupación y el oxígeno no es suficiente para las necesidades. En medio de esas terribles condiciones, el 23 de abril pasado se produjo un incendio en un hospital de las afueras de Bombay. El fuego inició de madrugada en la unidad de cuidados intensivos donde se encontraban 17 pacientes en estado crítico. El personal médico solamente pudo rescatar a 4 de ellos, los otros 13 fallecieron en el incendio.
La triste historia de estas personas, que tras un mal recibieron otro, hace recordar de manera inevitable la ocasión cuando Jesús hizo referencia a hechos también trágicos de su tiempo. En Lucas 13 mencionó a un grupo de Galileos a quienes Pilato había asesinado cuando ofrecían sacrificios. También habló de una torre que se había derrumbado en Jerusalén y que había caído sobre 18 personas causándoles la muerte. Jesús preguntó a sus oyentes si ellos pensaban que esas personas habían padecido esas desgracias porque eran más pecadores que los demás. La razón de preguntarles eso era que en su tiempo las personas se inclinaban a creer que las tragedias eran consecuencia directa del pecado. Por tanto, a una gran tragedia se le daba por explicación un gran pecado.
Pero ¿es la conexión tan general que se puede decir que los buenos son prósperos y saludables mientras que los malos se hunden en la pobreza y la enfermedad? Por simple que sea esa explicación, ha sido una noción muy influyente que ha conducido a muchos a considerar su propia falta de éxito o experiencias de pérdida como un castigo divino. Otros han ido aún más lejos y han llegado a argumentar en contra de los actos de solidaridad hacia tales personas porque tales actos interferirían con el castigo de Dios. Por su parte, Jesús mostró lo contrario no con palabras sino con hechos que manifestaban el favor de Dios hacia los pobres, los ciegos y los lisiados. Eso en sí mismo debería haber roto cualquier insistencia de que la condición financiera, social o física de las personas es siempre un reflejo directo de su estado espiritual. Sobre todo, porque las mismas Escrituras presentan la realidad de que a veces el mal prospera y otras veces los santos sufren. La expresión más dramática de esa verdad es el hecho de que el mismo Jesús sufriera a manos de hombres sin ley. Ese relato debería haber enterrado para siempre la idea que sostiene que los que sufren son los peores pecadores y debería haber desatado los más grandes actos de bondad y solidaridad hacia los necesitados por parte de los creyentes.
Los 13 enfermos de cuidados intensivos que terminaron muertos en el incendio nos mueven a preguntarnos si la tragedia reiterada es al azar o de acuerdo con la ley divina. En el pasaje aludido Jesús rechazó tales intentos de cálculo, no solo porque son inútiles sino también porque desvían la atención del tema principal: la obligación de toda persona de vivir en humildad y confianza ante Dios. La confianza penitente no está ligada a los dolores o alegrías de la vida. La vida en el reino no es un juego consistente en ganar favores y evitar pérdidas. Sin arrepentimiento, todo estaría perdido de todos modos.