Levítico 23:42-43 “Habitaréis en tabernáculos por siete días; todo nativo de Israel vivirá en tabernáculos, para que vuestras generaciones sepan que yo hice habitar en tabernáculos a los hijos de Israel cuando los saqué de la tierra de Egipto. Yo soy el SEÑOR vuestro Dios.”
No. Los jóvenes de hoy no saben nada de lo que sus padres pasaron antes que ellos nacieran.
Hoy estamos viendo una generación de “pantallas”. Las pantallas de sus celulares, iPads y Laptops. Son los aparatos que interactúan con sus hijos. He visto a muchos padres que para que sus hijos los dejen “tranquilos” les dan su celular para que jueguen. Y lo peor de todo, es que lo hacen en horas en que supuestamente la familia se sienta en la mesa de comedor para compartir las experiencias del día.
Entonces vemos con tristeza que los padres están comiendo aparentemente tranquilos, mientras sus hijos juegan con sus aplicaciones o sencillamente están platicando con sus amigos virtuales quienes les comparten a sabe qué cosas. Los alimentos pasan a segundo plano. Los padres pasan a segundo plano. Están allí, pero no están para los padres. ¿Y los padres? Tranquilos. Que nos dejen conversar.
Y se rompe el por qué de la familia. Se rompe el círculo de comunicación entre padres e hijos. Porque ellos están más preocupados por cuantos “likes” les están dando en sus perfiles que en comunicarse con sus progenitores.
Craso error.
Dicen los expertos que las aplicaciones de los teléfonos celulares han sido hechas para ser adictivas. Es decir, fueron planificadas para que la gente sea adicta a sus redes. Que no puedan vivir ni un día sin antes consultar su círculo de amistades cibernéticas. Que antes que nada averigüen si han sido vistos por más personas. Si sus comentarios han sido leídos por más gentes y si les han añadido más likes a sus fotos.
¿Por qué tanto interés en pedir: dame un like? Porque las redes y las pantallas han pasado a ocupar un lugar dentro de los jóvenes y adolescentes que sin ellos se deprimen. Se deprimen porque sienten que nadie los ama, que nadie los ve, que son invisibles en las redes y que sus vidas son totalmente anodinas. Y eso los lleva a la depresión y la depresión muchas veces al suicidio.
De manera que dicen los expertos, que un celular es tan adictivo como un trago de licor. Empieza por marear, y ese mareo produce que la cortisona, la hormona que enciende nuestros cuerpos y se active cada mañana para empezar el día, nos impulse a actuar de manera positiva. Pero, ¿qué sucede cuando nadie ha visto sus fotos o comentarios? Busca otras redes para abarcar más público tratando de buscar más y más seguidores. Entonces dicen ellos, que es como ponerle a su hijo en su cuarto un bar lleno de botellas de licor y decirle sin palabras: “Cuando te sientas deprimido o triste porque tus amigos no te ven, allí está el licor para que te calmes”.
Es por eso que Dios, en su Infinita sabiduría, le ordenó al pueblo de Israel en el desierto: “Habitareis en tabernáculos por siete días…para que vuestras generaciones sepan…”
La fiesta de los Tabernáculos no es otra que una ocasión para recordar que los padres de esa nación, en su viaje por el desierto después de su liberación de la esclavitud de Egipto, tuvieron siete para vivir en tabernáculos. Sin nada más que lo necesario para comer, dormir y pasar esos siete días.
Es decir, hoy, salir de la comodidad de sus casas. Dejar todo aparato de televisión, celular, electrodomésticos, todo lo que haga fácil la existencia y vivir en una choza improvisada para recordar lo que vivieron los padres de antaño en que nada era imprescindible sino el vestido, el alimento y la familia. Esos siete días servirían para que los hijos supieran las penalidades que sus padres pasaron en el desierto y sobrevivieron.
Esa es la fiesta que hoy no se practica en las mayoría de los hogares. Los hijos de hoy ignoran totalmente las penalidades, sufrimientos y falencias que sus padres vivieron porque los mismos padres se niegan a que ellos, sus hijos, sepan vivir con lo que realmente importa: La comunicación y la relación con su núcleo familiar.