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domingo, abril 28, 2024

¿Cuál es tu pozo?

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Gén. 37:24  “y lo tomaron y lo echaron en el pozo”

Nadie puede decir que nunca ha tenido que pasar momentos de dolor.  Desde nuestro nacimiento hasta la edad adulta, tendremos que pasar por instantes en los que no sentimos solos, cansados y alejados de todo y de todos.

El solo hecho de nacer ya nos causó dolor.  Pasar por el canal vaginal de nuestra madre al darnos a luz provoca un dolor inmenso en la criatura y en la madre. Nacer duele. Aparte que para el niño que está naciendo, le parece que su madre no lo ama porque lo está expulsando del único lugar en donde ha estado desde hace nueve meses.  El hecho que ahora lo estén sacando de ese nido para él es inexplicable.  Y ese dolor lo perseguirá el resto de sus días.  De comprender el misterio del nacimiento dependerán sus traumas y conflictos con las mujeres.

Porque, aunque no nos guste, la primera mujer que nos causó dolor fue nuestra propia madre. Así son las cosas.

Sin embargo, en nuestro caminar por la vida, iremos conociendo y relacionándonos con otras personas que también nos causarán algún tipo de dolor.

Una muchacha que nos rechazó cuando quisimos andar juntos. Un chico que despreció a su nena porque tenía barros en las mejillas. Un amigo que nos hizo a un lado porque no le interesó nuestra amistad. Aquel pequeño en el kínder que nos mordió los dedos de la mano y eso nos produjo rechazo por los demás por miedo a ser mordidos.

El dolor viene en muchas formas y de muchas personas.  Especialmente en nuestra propia familia.  Tenemos hermanos que se burlan de nosotros. Nos provocan sinsabores y nuestros padres no nos defienden. Nos sentimos solos y abandonados y optamos por apartarnos de todos, nos volvemos invisibles para no molestar a nadie ni que nos molesten.

José, el hijo de Jacob ha tenido encontronazos con sus otros hermanos.  A causa de su ropa y de sus sueños, los demás hermanos lo rechazan. Les cae mal que nunca haga nada por ayudarlos a trabajar y poco a poco le van tomando aversión.  José se niega a creer que no lo quieren con ellos. Lo evaden.  Se esconden de él y José trata de seguirlos para contarles lo que ha soñado de parte de Dios.

Pero ellos no están interesados en sus sueños ni mucho menos en su compañía.  Lo hacen a un lado y tratan de no dirigirle la palabra.  Y José comete la imprudencia de contárselo a su padre y eso va provocando cada vez más que sus hermanos lo aparten de su lado.

Hasta que llega el momento en que piensan deshacerse de él.  Y la forma de hacerlo  fue tirarlo a un pozo para que se muriera de inanición.

Después de una larga discusión entre ellos, deciden venderlo a unos madianitas que iban pasando por aquel lugar y José va a parar a Egipto como esclavo.

Pero quiero invitarlos, lectores, a imaginar qué pensó José los momentos en que estuvo hundido en esa cisterna que, aunque estaba vacía y sin agua, tuvo que pasar por momentos angustiosos, momentos dolorosos al darse cuenta que sus hermanos lo odiaban.  ¿Como es posible que entre hermanos exista odio unos por otros?  ¿Como es posible que siendo hijos de un mismo padre haya esa separación emocional, al grado de querer deshacerse de él?

Son preguntas a veces sin respuesta. Son preguntas que quedan flotando en el ambiente porque las respuesta no llegan de ningún lado.

José está sufriendo lo indecible.  Primero porque no fue cayera en el pozo: Lo metieron al pazo. Segundo, no fueron extraños quienes lo hicieron, fueron sus propios hermanos. Tercero para él, no había hecho nada que mereciera tal trato de parte de ellos.

José está confundido.  Como lo estamos muchos de nosotros en algún momento. ¿Por qué, de pronto nos dejan de hablar?  ¿Por qué de pronto ya no nos saludan los hermanos?  ¿Los hermanos que dijeron que éramos amigos y hermanos?  ¿Qué se hizo todo aquel amor que antes nos impartían? Como José en el pozo, a nosotros también nos han echado en uno. Un pozo oscuro de soledad.  Un pozo oscuro de ignorarnos. Un pozo que solo provoca dolor y angustia por la incertidumbre de haber hecho algo que haya provocado esa acción.

Hay diferentes pozos para diferentes personas. Un esposo que tira a su esposa al pozo de  la tristeza, o de la amargura, o el pozo de la traición y el abandono, o un hijo que se va de la casa dejando a su madre o padre en el pozo de la enfermedad.  Pero también existe el pozo de la baja autoestima.  O quizá el pozo de las deudas impagables.  O el pozo de la frialdad del alma.

O la necesidad de un beso o un abrazo.

A Jesus también lo metieron a un pozo, como a José. Y ambos tienen en común algo que los conecta: Ambos salieron de ese pozo. José salió y fue a Egipto. Jesus resucitó y se fue al Cielo. Entonces, amigos, nosotros también saldremos de esos pozos.

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