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lunes, noviembre 25, 2024

El efecto Gedeón (3 clases de personas)

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Jueces 7:2 “Jueces 7:2 Y el SEÑOR dijo a Gedeón: El pueblo que está contigo es demasiado numeroso para que yo entregue a Madian en sus manos; no sea que Israel se vuelva orgulloso, diciendo: «Mi propia fortaleza me ha librado.

Jueces 7:3  “Ahora pues, proclama a oídos del pueblo, diciendo: «Cualquiera que tenga miedo y tiemble, que regrese y parta del monte Galaad.» Y veintidós mil personas regresaron, pero quedaron diez mil”

Jueces 7:5-6  “E hizo bajar el pueblo al agua. Y el SEÑOR dijo a Gedeón: Pondrás a un lado a todo aquel que lamiere el agua con su lengua, como lame el perro, y a todo el que se arrodille para beber. Y fue el número de los que lamieron, poniendo la mano a su boca, trescientos hombres pero todo el resto del pueblo se arrodilló para beber”

Jueces 7:7  “Entonces el SEÑOR dijo a Gedeón: Os salvaré con los trescientos hombres que lamieron y entregaré a los madianitas en tus manos; que todos los demás del pueblo se vayan, cada uno a su casa”

Hace unos años me invitaron a predicar a una de las llamadas Mega Iglesias de este país. Era un templo muy bonito sin ser hermoso. Tiene una capacidad como para unas dos mil personas bien sentadas como en los vuelos de los actuales aviones comerciales: Rodillas pegadas al respaldo del que está adelante sin poder moverse durante el tiempo que tarda el servicio.

El pastor tenía su oficina en una parte adjunta al Templo, y a través de una pequeña ventana cubierta por una discreta cortina podía ver cómo se iba llenando el edificio. En su oficina tenía todo un sistema de pantallas para observar todo el edificio incluyendo el parqueo. Su orgullo era mostrarnos a sus invitados como mantenía en observación toda su obra.

Estando sentados en esa oficina él y yo, mientras disfrutábamos de un café, me llamó en algún momento y me dijo: Venga, pastor, y vea cómo el Señor me ha bendecido con toda esa gente que está llenando los espacios. Faltaban pocos minutos para que empezara el servicio y ya había quizá la mitad de las sillas ocupadas por asistentes a sus servicios.

No se si le amargué el café al pastor con mi comentario, pero hay momentos en que me brota más de alguna indiscreción. Sentándome, le dije: “pastor, no se engañe. Toda esa gente no es cristiana. Solo vienen porque aquí encuentran lo que usted les quiere dar: Distracción, una buena cafetería, un excelente parqueo para sus carros y una confortable sala cuna para que les cuiden a sus hijos.

Esa fue la primera y única vez que me invitó a su congregación.

Si el pastor hubiera sido como Gedeón quizá me hubiera dado las gracias por mi comentario. Porque eso fue lo que hizo el Señor con su ejército.

Gedeón está listo para ir a la batalla. Quizá se siente orgulloso por la cantidad de soldados que tiene bajo su mando. Daba por sentado que la victoria estaba sellada a su favor. Con treinta mil soldad bien adiestrados podía darle duro a los madianitas sin sudar ni una gota.

Pero el Señor le sale al encuentro con un comentario que Gedeón -como el pastor de mi historia-, no se esperaba. Gedeón esperaba aplausos de parte de Dios. Esperaba una felicitación por su capacidad de mando.  Pero en vez de eso le dijo el Señor: Te voy a probar quienes son estas gentes. No te engañes Gedeón. No todos los que tú ves son soldados fieles. Aquí tienes una caterva de engañadores, cobardes, miedosos y pusilánimes, que solo te servirán de estorbo a la hora de la batalla. Haz la prueba y lo verás.

Primer grupo: De un solo ramalazo, veintidós mil eran miedosos y cobardes. Se regresaron a sus casas a seguir sacándole brillo a sus armaduras inútiles. Son los que no diezman ni ofrendan, ni sirven, que solo ocupan un lugar en la iglesia. Que solo consumen recursos sin dar nada a cambio. Son los que tienen miedo a quedarse sin nada cuando se les pide que den algo. Los que tienen miedo a vivir en santidad, en consagración al Señor. Los que tienen miedo a dejar su vieja vida, su comodidad y sus placeres. Sus diplomas y títulos.

Segundo grupo: De los diez mil que le quedaban, setecientos se arrodillaron para beber. No era tiempo de orar. No era tiempo de hacer devocionales ni de fingir que estaban leyendo la Biblia. Era tiempo de pelear. No sirvieron para formar parte de la élite militar que Gedeón necesitaba. Son los que a la hora de un llamado se ponen a orar en sus sillas porque nunca pasan al frente, no muestran sus heridas, ni sus cicatrices para que sirvan de testimonio del Poder de Dios, son los que no lloran con un mensaje ni con un canto. Son los que en las plazas se les cantó y no se alegraron, se les endechó y no lloraron. Los insensibles.

Tercer grupo: Solo trescientos lamieron el agua en una mano. En la otra tenían la espada lista para el combate. No se distrajeron aunque tenían sed. No abandonaron sus responsabilidades aunque tenían necesidades. Eran los fieles. Los guerreros natos. Los invictos. De estos no hay mucho que decir porque demostraron con su actitud vigilante que eran los llamados por Dios para dar la victoria al pueblo.  Son los que abren su mano cuando se les necesita, los que dicen “presente” cuando se les llama. Los que siempre están dispuestos a rendir cuentas, que siempre están listos cuando el pastor necesita a alguien que le acompañen en una misión.

Estos son los pocos. Son los trescientos valientes. Son los que sostienen la obra con sus recursos, con su presencia visible, los que no tienen miedo a lamer el agua de la Palabra y deleitarse en su sabor maravilloso y transformador.

Esa es la Iglesia mis amados. No sé a que grupo pertenece usted. Usted tendrá que definir con su actitud y su conducta a qué grupo pertenece.

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