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domingo, noviembre 24, 2024

No eran dignos

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Deuteronomio 9:17 “Tomé las dos tablas, las arrojé de mis manos y las hice pedazos delante de vuestros ojos”

Moisés viene bajando del Monte donde estuvo reunido con Dios durante cuarenta días y cuarenta noches. En ese lapso, el Señor le entregó las Tablas de la Ley para que se las llevara al pueblo como el mejor y único regalo que él tenía para ellos. Esas Tablas fueron talladas y escritas por el mismo dedo de Dios. Era un presente que les iba a servir para preservar la vida, su bienestar y el futuro de sus hijos. Esas Tablas eran únicas. Eran hermosas y llenas de vida, rebosantes de bendición para enriquecer la vida de su pueblo. 

Pero ¿qué vio Moisés cuando llegó al campamento? ¿Encontró un pueblo consagrado? ¿Los encontró adorando al Dios del Cielo, entregados a la oración y en santidad? No. Lo que vio fue todo lo contrario: estaban adorando un becerro de oro que ellos mismos se habían hecho para adjudicarle los honores que solo a Dios le correspondían. Encontró un pueblo de gente idólatra, egoístas y carnales, corruptos por el pecado de idolatría.

¿Se imaginan que sintió Moisés cuando vio lo que hacía el pueblo? ¿Se imaginan al hombre de Dios que les llevaba un hermoso regalo de parte de Dios, un regalo que les iba a bendecir por sobre todas las cosas? En ese momento, Moisés se dio cuenta que ese pueblo no era digno de tener esas tablas con las palabras escritas por el dedo de Dios. No eran dignos de recibir ese presente que iba a ser eterno para ellos. No eran dignos de ser bendecidos. Porque si se las entregaba, hubieran pensado que era su ídolo quien les había bendecido y Moisés no podía permitir ese pecado. 

Y es cuando estrella las Tablas contra las piedras al pie del monte. Las despedaza y el pueblo se quedó sin la bendición que Dios quería que tuvieran.

Después de un castigo ejemplar de parte de Moisés para el pueblo, Dios le dice que ahora él se tiene que labrar otras piedras a puro martillo y cincel. La lección aquí es que de ahora en adelante, Moisés, si quieres conocer la Ley de Dios, tendrás que luchar duro, tendrás que estudiar, romper con tu fe la roca que significa encontrar los secretos de la Palabra. Tendrás que estudiar mucho, invertir mucho tiempo para encontrar las palabras sabias de la Ley. Tendrás que memorizar y memorizar constantemente para obtener la sabiduría y el conocimiento que las primeras Tablas tenían para ustedes. 

Y, por supuesto, esa sabiduría la obtendrán solo aquellos que mantengan una actitud de santidad, un carácter limpio y santo delante de Mi. Solo aquellos que se consagren en su vida privada y pública serán capaces de comprender el significado de mis Palabras.

Pero la lección no termina allí.

Dios tiene bendiciones para cada uno de nosotros.  Bendiciones únicas y diseñadas para enriquecernos en todos los aspectos. Esas bendiciones que el Señor tiene para cada uno de nosotros están hechas para enriquecer nuestra vida y la de nuestros hijos. Pero si Él ve que nuestro corazón no está dispuesto a vivir una vida que le agrade a él, una vida consagrada y entregada a su obediencia y servicio, si no somos dignos de recibirlas, esas bendiciones se estrellarán contra las rocas de la vida, esas bendiciones se despedazarán ante nuestros propios ojos y tendremos que trabajar duro, esforzarnos mucho para alcanzar la provisión que necesitamos y  que de otra manera serían abundantes si tan solo ellas nos encontraran con un corazón puro y con manos limpias. 

El Salmista escribió eso: ¿Quien entrará al lugar santo? el limpio de manos, el de corazón puro y que no ha contaminado su ser con las cosas vanas de la vida. 

Solo aquellos que no han permitido que su corazón sea fascinado con los pecados sutiles del mundo, con el orgullo, la soberbia, la rebeldía y todo aquello que nos aparta de la vida de santidad que Dios espera de nosotros seremos capaces de disfrutar las bendiciones que el Señor tiene para cada uno de nosotros. Solo aquellos que obedecen su palabra, aquellos que se esfuerzan por ser dignos de recibir los regalos diarios de Dios serán capaces de tener la Paz que sobrepasa todo entendimiento. 

De otra manera, tendrán que ver con sus propios ojos que otras piedras se llevan sus bendiciones que eran para ellos. Que ante sus propios ojos, otros reciben las bendiciones que les correspondían y que perdieron porque no eran dignos.

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