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domingo, noviembre 24, 2024

Apariencia

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Lucas 20:21 “Y le preguntaron, diciendo: Maestro, sabemos que hablas y enseñas rectamente, y no te guías por las apariencias…”

En los aeropuertos de USA,  cerca de los carruseles en donde se recogen las maletas cuando uno ha bajado de Migración y se dispone a salir a su destino hay un letrero que parece que muchos ignoran. Dice: “Muchas maletas son parecidas entre si, antes de retirarse del carrusel verifique con su ticket de embarque que esa maleta es suya.  Ignorar este aviso trae problemas con otras personas porque equivocadamente, y porque su maleta se parece a esa que precisamente usted recoge, no es la suya”

A mi me pasó. Hace un tiempo en uno de mis viajes a visitar a mi mamá en Newark, NJ, cuando esperé y esperé a que mi maleta saliera por el carrusel, ésta no llegó. Reclamé en la oficina de la aerolínea y me informaron que ya habían despachado todas las de mi vuelo. Tendría que esperar unos días a que la persona que tomó mi maleta equivocada la devolviera porque la de ella estaba allí precisamente y tendría que regresar a hacer el cambio.

Pasé dos días sin poder cambiarme de ropa por la equivocación de aquel desconocido que ignoró el aviso del aeropuerto. Juzgó que su maleta era la mía por la apariencia.

Y eso es precisamente lo que vemos en las vidas de muchas maletas, perdón, de muchos cristianos.  Se parecen unos a otros. Asisten a la iglesia, llevan biblias bajo el brazo, caminan con tal seguridad de ser salvos que impresionan hasta al mismo Diablo.  Son parecidos en lo más mínimo, de lejos, pero cuando se examinan sus vidas con una pequeña lupa nos damos cuenta que la etiqueta que mostramos no es la verdadera. 

En mi niñez vivimos con una tía que tenía catorce hijos. Imagínense, ¡catorce hijos! ella y su esposo pertenecían a una iglesia (ahora sé que no era iglesia) en la cual se enseñan sus doctrinas basados no en la Biblia de ellos sino en lo que dicen sus líderes a través de una revista que de repente le han tocado la puerta de su casa para vendérsela junto con la salvación de su alma. 

Pues bien, en esos años en que dicha revista se mantenía en la sala de la casa, me gustaba ver las fotos de las familias que parecían precisamente de revista. Eran dibujos de familias siempre sonrientes, hijos jugando con el padre en el jardín de su casa tipo americano, la esposa con un delantal elegante cocinando sus comidas con una eterna sonrisa en los labios.  En mi mente de niño me formé una idea de que las familias que vivían ese tipo de enseñanza en la iglesia a donde mis tíos asistían eran familias perfectas. Bien avenidas y sin ningún tipo de problema de conducta. Eran la familia que todo niño podía soñar. 

Pero cuando ya empecé a crecer y a tomar conciencia de las cosas, sin necesidad de asistir a ningún seminario teológico empecé a ver la realidad de las cosas. Lo que enseñaba esa revista y lo que veía en el hogar de mis tíos era la antípoda de la verdad.  Era pura ficción. O quizá porque era el sueño americano de sus dibujantes o maestros de doctrina. Porque la verdad cruda y sin censura era que mi tío se emborrachaba cuando estaba en casa. Golpeaba a su esposa -mi tía-, y maltrataba a sus hijos.  Lo que veía en las revistas y lo que experimentaba en la vida real eran dos cosas distintas. 

Es decir, cuando salían a vender sus revistas salían en familia aparentemente unida, sonrientes y llenos de la Presencia de Dios. Eran modelos de conducta. Pero en la realidad no eran así. Mi tía sufría abusos diariamente, mis primos soportaban insultos de ambos padres y la casa era no un pedazo de cielo sino un abismo de infierno. 

Eran maletas parecidas a otras, pero la etiqueta decía otra cosa. Y hoy, después de un largo caminar que en verdad se me ha hecho corto, en mi caminar en la vida cristiana, trato de no olvidar aquella experiencia de mi niñez y juventud para obligarme a no aparentar ser una maleta parecida a los demás. No quiero parecerme en el color, la forma e incluso en el peso que otros tienen en sus vidas evangélicas. Sencillamente porque eso es hipocresía de la más pura. Hipocresía que ya no convence a nadie porque los medios, las redes y todo lo demás que hoy tenemos, ha sacado a luz la verdad de lo que somos. Hoy más que nunca los cristianos necesitamos ser sinceros, francos y decididos a marcar la diferencia entre unos y otros.

Y eso aplica principalmente a nosotros los pastores. Los que, como los fariseos del primer siglo, enseñamos que no se debe ser orgulloso pero nosotros lo somos, como dijo el maestro Pablo. Nosotros que enseñamos que no se debe ser áspero con la esposa, tenemos el deber de tratarlas como enseñamos. Nosotros, amigos pastores, que enseñamos que la vida cristiana tiene que ser transparente donde quiera que nos encontremos, debemos ser los primero en poner en práctica esa enseñanza. También lo dijo alguien: enséñate a ti mismo. 

En el carrusel de la vida todos podemos ser parecidos, es cierto, pero tiene que haber alguien que marque la diferencia. Y ese alguien puede ser usted que me lee y yo que lo escribo.  Como dijo Vargas Vila: “todas la mujeres son malas, pero cuando pensó en su madre, rectificó y dijo, no, no todas son malas…”

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