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jueves, abril 18, 2024

¿Sigue siendo el mismo?

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Daniel 5:11-12 “…Hay un hombre en tu reino en quien está el espíritu de los dioses santos…”

“Llámese, pues ahora, a Daniel, y él declarará la interpretación”

No, no quiero contarle esto para presumir ni para sentirme superior a nadie, pero se lo cuento quizá para inspirar a alguien a que haga algo para mantener fresco el amor por Jesus y su Palabra.  Además de mantener en movimiento sus neuronas cerebrales para que su vida sea más activa mentalmente y aparte de todo, para que enriquezca su conocimiento bíblico. Porque es un hecho que mientras más conozco de la Palabra de mi Dios, más lo amo.

Porque me doy cuenta que mientras más estudio su Palabra menos conocimiento tengo de ella. Necesito estar todos los días estudiando algo sobre ella para tratar -como dijo Pablo-, de conocerlo más y más. Algo que nunca llegaré a lograr del todo, por supuesto. Pero ignorantemente  si quiere, lo estoy intentando.

Tengo setentidos años en el momento que escribo esto. Y estoy estudiando mi segundo Doctorado en la Universidad Hebrea de Jerusalén. He recibido clases con maestros de primer nivel como Mario Saban, Jesus Plumed y Erick de Jesus Rodríguez. Cada uno de ellos ha dejado huella en mi conocimiento y me asombra la cantidad de información que me han inyectado, aunque muchas de las lecciones que he recibido quizá nunca las comparta con mi congregación para no darle rienda suelta al orgullo que alberga mi corazón.

Dicho esto, me tocó el alma mi lectura anual de la Biblia al encontrar hoy el pasaje en el libro de Daniel cuando el rey Belsasar tuvo la brillante y profana idea de mandar a traer los vasos de oro que pertenecían al Templo de Dios en Jerusalén, y que su padre Nabucodonosor había traído a su tierra y los utilizó para emborracharse, no solo él sino toda su cohorte de oficiales, prostitutas y todas las personas de la más baja categoría moral.

Esa profanación provocó que una mano enviada desde el Cielo, escribiera las famosas palabras en la pared de su palacio que lo sentenciaban a ser depuesto. Por abusivo e ignorante con respecto a las cosas sagradas de Dios. Con las cosas de Dios no se juega señores. Aprendamos la lección.

Bueno, ni sabios, ni adivinos ni agoreros propiedad del rey pudieron traducir las palabras que estaban en la pared. Todos, junto con el rey, estaban afligidos por tal enigma. Pero como siempre, hay alguien que estaba al tanto de un hombre que era diferente. Y ese alguien era la esposa del rey. Menos mal que ese hombre no era como muchos líderes de hoy que no le dan crédito a las palabras de sus esposas. La mayoría ignoran que sus esposas tienen en algunos momentos, más sabiduría que el mismo que se dice ser rey. Y ella le aconseja que busque a un hombre que fue llevado por el rey Nabu a Babilonia como prisionero hacía varios años y que había tenido la gallardía de aconsejar al padre de Belsasar como arreglar sus asuntos no solo de estado sino personales.  

Esta mujer había estado observando la conducta de aquel hombre que no se las llevaba de saber mucho pero que sí podía demostrarlo con hechos llegado el momento. ¿Su nombre? Daniel. ¿Donde vivía? Ella no lo sabía. ¿Que hacía en sus momentos diarios? Oraba. ¿Seria el mismo joven o ya envejecido había perdido el fuego de su Dios? Ella creía que no. Que aún siendo ya viejo tenía la sabiduría -y quizá ahora más-, como para traducirle al rey las palabras de la pared.

Y aquí entra mi asombro. Muchos hombres y mujeres que hace años empezaron bien en la Iglesia, empezaron con pasión, con fuego, con que nada les impedía ir a los cultos, pero cuando ya están entrando a sus años de senectud pierden la pasión. Ya no sirven ni de consejeros mucho menos de ayuda del pastor. Han perdido el primer amor con el que empezaron años atrás y de pronto se van quedando rezagados del resto de los hermanos. Lástima por ellos.

Pero no Daniel. Daniel seguía siendo el mismo que amaba y respetaba y honraba a su Dios. De manera que el rey le hace la consabida pregunta: Daniel 5:13 “El rey habló y dijo a Daniel: ¿Eres tú aquel Daniel…?” ¿Eres aquel que mi padre honró por tu sabiduría? ¿No has perdido tus dones, Daniel? A pesar de los años pasados, ¿aún puedes interpretar los misterios? ¿Todavía puedes ayudarme a resolver mis problemas, Daniel? ¿Si te damos el púlpito aún puedes impactarnos con la revelación de Dios que antes tuviste? ¿Aún puedes hacernos derramar lágrimas de emoción por el precioso ministerio que Dos te había dado? Juzgue usted su propia ruta en el Evangelio de Cristo y dése cuenta en donde se encuentra hoy con respecto al principio de su caminar.

Ese es el mensaje escondido en este mensaje.

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