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viernes, marzo 29, 2024

No se embriaguen

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Efesios 5:18  “Y no os embriaguéis con vino…”

Yo no se de donde se han sacado algunos cristianos que pueden tomarse un par de cervezas antes de su almuerzo. Me perdonan, muchachos, pero he visto a algunos que predican muy bien pero que en secreto hablan malas palabras, insultan a sus esposas y se toman sus tragos. Pero el problema no termina allí porque también he visto y escuchado el lenguaje que usan desde el mismo púlpito que se supone es un lugar digno de respeto y consideración.

Pero así están las cosas.  Quizá por eso Pablo es tan intransigente con esto de no emborracharse. Claro, algunos dirán “es que yo no soy borracho, pastor”, pero no se necesita serlo para caer en situaciones de vergüenza y malas conductas. Porque basta con un pequeño desliz para tomarlo como costumbre. 

Me considero una persona no solo adulta que he caminado unos pocos kilómetros en la vida como para no asustarme de muchas cosas, pero hace un tiempo escuché a un predicador hablar sandeces en el púlpito de una iglesia a donde fuimos invitados.  Utilizó palabras quizá no totalmente vulgares pero si corrientes, palabras que me movieron un poco algo allá dentro de mi moral y me hicieron ver que hace mucha falta una buena cátedra de educación verbal en los institutos bíblicos en donde se están formando estos predicadores. 

Noé es un vivo ejemplo de lo que estoy hablando. Este hombre tan favorecido por Dios al haberle confiado el trabajo de fabricar un arca para salvar al mundo de su tiempo porque iba a llegar un diluvio que inundaría toda la tierra para acabar con esa raza de gentes, cometió el error más grande de su vida al bajar de la misma.

Dice la Escritura que después de haber salido, sembró una viña y después tomó del fruto de esa viña, se emborrachó y se desnudó en su tienda, provocando que uno de sus hijos hiciera algo aberrante al verlo desnudo. Las consecuencias de esa acción fueron duras. El nieto -Canaan-,  de este anciano “hombre de Dios” pagó el precio del abuso de su padre Cam. 

Pero tenemos que pensar en algo importante que aunque no está escrito, podemos sacar algunas conclusiones al respecto. Porque es algo que muchos hombres o mujeres cristianos especialmente jóvenes, no calculan a la hora de tomarse ciertas libertades con el alcohol en cualquiera de sus formas. 

¿Cuánto tiempo pasó Noé cuidando, regando y abonando su viña antes que esta diera frutos? ¿Cuantas veces estuvo Noé observando el crecimiento de su planta sembrada después del diluvio? ¿Sabría Noé el efecto nocivo de beber de ese líquido fermentado? ¿Sabría Noé que se pondría en peligro si abusaba de beber de ese fruto tan atractivo a los ojos y al paladar? La Biblia no nos lo dice, pero no hay que estudiar maestría en vinicultura para saber que todo lo fermentado producirá efectos negativos en la conducta de aquel que abuse de su ingesta. 

Noé no tuvo en cuenta el terrible daño que se iba a producir él en primer lugar, porque había sido el hombre de confianza de Dios al haberlo puesto como ejemplo de tenacidad y entrega al fabricar un arca que le llevó varios años hacerla.  Todos se burlaban de él al verlo hacer algo nunca antes visto. Nunca había llovido, por lo tanto, las gentes de su ciudad y su entorno sin duda se reían de su acción. Pero a Noé no le importó con tal de obedecer el mandato del Señor. Soportó todo eso hasta el final. 

Sin embargo, no tuvo en cuenta toda esa sabiduría para discernir el tremendo efecto negativo al beber del jugo fermentado de la uva. No tuvo en cuenta -quizá por ignorancia o necedad-, que se iba a poner en peligro no solo él sino también sus hijos, al llevar a sus labios ese peligroso momento de placer. 

Un Midrash cuenta una historia al respecto: Satanás, viendo hacia donde iba Noé al sembrar su viña, se disfrazó de hortelano. Le ofrece ayudarlo con cuidar su viña y Noé aceptó el favor que se le ofrecía. Satanás, primero mata un cordero y su sangre la echó en la tierra donde estaba la viña. Luego mató un león e hizo lo mismo. En tercer lugar, mató un mono repitiendo la acción con su sangre. Por último mató un cerdo y puso su sangre al pié del sembradío. 

¿Que lección tenemos aquí? Primero, el que bebe se pone como corderito, bien manso y humilde. Si sigue tomando, se vuelve un león. Se cree el valiente de la cuadra o de la casa. Después viene el efecto del mono. Empieza a hacer “monerías”, a portarse ridículo, se pone chistoso y empieza a hacer vulgaridades. Por último llega al efecto del cerdo. De eso ni hablar.

De Noé aprendemos estos cuatro pasos que nos hacen descender si nos atrevemos a ingerir aunque sea un poquito de licor por muy baja que sea su concentración. Además, está el mandato de la Palabra a través de Pablo: No se embriaguen. No se expongan. El proverbio dice: ni vean el vino cuando rojea. Estamos advertidos pues.

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