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domingo, noviembre 24, 2024

¿Cómo fue posible?

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Lucas 12:32 “No temáis, manada pequeña; porque al Padre ha placido daros el reino”

A mi me ha sucedido, no tengo empacho en confesarlo. Negarlo sería mentirles sobre mi propia naturaleza pecaminosa y de falta de fe.

La fe es algo que se pierde fácilmente. Aunque llevo años viviendo de la Misericordiosa Mano proveedora del Señor, aún lucho contra esa inclinación al mal que me invade a veces provocando miedo e inseguridad cuando las cosas se ponen lentas, especialmente en materia financiera.

¿Por qué será que las finanzas nos importan tanto? La respuesta es sencilla: El dinero sirve para todo. Con él se cancelan los recibos mensuales, se paga el apartamento y los gastos fijos de cada hogar. Sin el dinero es difícil quedarse tranquilos. Y eso Dios lo sabe. Es por eso que nos prueba de cuando en cuando para ver si corremos al banco, a la tarjeta aunque ya no tengamos fondos o a alguien para que nos saque del apuro.

Otros, más valientes, se aventuran a irse al norte atravesando ríos, montañas y ciudades llenas de narcos con tal de pasar “al otro lado” a como de lugar con tal de llegar a su destino y enviar en unos pocos días algo para paliar las necesidades de su hogar. La mayoría de las veces no lo logran, pero, como se dice en el argot callejero, por lo menos lo intenté.

Es por eso que no podemos ser tan crueles de criticar a los que cometen errores cuando las cosas se ponen color de hormiga.  Debo confesar que a veces, quizá muchas, a mi mismo me han dado deseos de salir a buscarme un trabajo fuera del que tengo como pastor, a pesar que mi edad ya no me permite encontrar uno fácilmente, pero cruzan por mi mente esos pensamientos.  Después, cuando bajo a la realidad, le pido perdón al Señor por tener ese tipo de dudas y tormentos de no creer que Él me suplirá para mis necesidades.

Esperar no es fácil. Y eso es lo que más daño le hace a la fe. Ésta se tambalea cuando pasan los días y el milagro no llega. Cuando vemos que la Fidelidad del Señor empieza a retrasar su llegada y empezamos a navegar en ese túnel de dudas, en donde no vemos la luz al final y entramos en pánico. Un pánico que quita el sueño, quita el hambre y el estrés interno empieza a aparecer con su feo rostro robándonos la paz que podríamos haber tenido mientras todo iba bien.

Perdemos la tranquilidad, perdemos la comunión con Dios y nuestro viejo hombre empieza a reclamar que debemos hacer algo para proveernos a nosotros mismos lo que tanto nos urge. 

A pesar que sabemos que Dios nunca nos dejará solos. Primero porque él lo ha prometido, segundo porque fácilmente olvidamos que si el mes pasado nos sacó adelante, ¿por qué no habría de hacerlo ahora? Sus promesas son si y amén para nosotros sus hijos. Pero, mis amigos, la espera nos desespera. Así de franco tengo que ser. Espero que me comprendan amigos mios.

Eso nos explica por qué los israelitas, en el desierto le pidieron un ídolo a Aarón para que los guiara en el camino por donde iban. Moisés ha subido al Monte a atender un llamado de Dios y se ha tardado más de lo debido. Para ellos, la dirección de su líder era tan indispensable que ahora que se ha perdido de vista se sienten desprotegidos. Estando tan conectados con Dios en el éxodo, en la partida del mar y en la entrega de los Diez mandamientos, es llamativo el desvío en 180 grados a abrazar la idolatría en tan poco tiempo.

¿Qué les pasó, hermanos israelitas?  ¿Cómo pudieron inventarse un becerro para darle forma de dios, sabiendo que su Dios estaba allá arriba haciendo planes de bien para ustedes?  Es una buena pregunta que necesita una buena respuesta.

Pero la Biblia nos dice el motivo explícitamente “El pueblo temió porque Moisés se atrasó y le dijeron a Aaron, haz para nosotros un nuevo dios”. El apego y la dependencia con Moisés era tal que un pequeño retraso los hizo entrar en pánico y cometer los peores errores.

Una de las principales virtudes de una persona de fe es sostenerse cuando hay temor, cuando nuestro Señor se oculta y parece no querer volver, en estos casos es cuando más cuesta sostener la fe cuando el sostén en quien nos apoyábamos desaparece. Lo más irónico es que Moisés ya estaba a punto de bajar con las tablas de la Ley, si hubieran tenido apenas un poco más de paciencia no hubieran pecado con este hecho, pero les ganó la ansiedad y el temor.

Eso es lo que nos ocurre a nosotros. No nos hacemos un becerro cuando la duda nos carcome, cuando el pánico nos rodea, pero vamos al banco, al amigo, al truco, a vender nuestras argollas matrimoniales, cuando hacemos lo que no debemos, en vez de esperar. Cuando entramos en pánico nos aferramos a cualquier cosa pensando que es Dios. Y allí está el pecado. Convertir en dios lo que no es nuestro Dios. No le pidamos al César lo que no puede darnos.

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