Por el Pastor: Pai Otoniel Alvarado | Iglesia: Lirios del Valle Central
En la infancia existe una transición muy evidente y un tanto divertida, la cual es la caída de los famosos dientes de leche. Le llaman así, debido a que son la primera colección de dientes, pero con la naturaleza de no ser permanentes. Luego se asoman, los dientes que nos acompañaran por el resto de la vida. y cuando estos vienen, es señal de crecimiento y avance en la anatomía humana. Incluso, en ocasiones hay quienes dicen: “si ya boto los dientes de leche, ya no es un niño chiquito, ya está grandecito” y así es. Cuando los dientes de leche se van, es una señal de trasformación y transición de la niñez a la pre-adolescencia. La palabra de Dios nos dice que,
“…entre tanto, que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo. Sino que está bajo tutores… hasta el tiempo señalado por el padre.” Gálatas 4:1
Y es que nuestra fe, nuestro carácter y nuestras emociones, también deben de mudar los dientes de leche. Se necesitan colmillos fuertes para conquistar. Para pelear la herencia que nos pertenece, como lo es la familia, los hijos y las bendiciones que Dios nos da. Avancemos en la madurez de las diferentes etapas de nuestra vida, no nos comportemos como niños. Aprendamos a perdonar y a pasar por alto las ofensas. Corrijamos lo deficiente, todo aquello que nos limita, estanca y empequeñece. Y pasemos a un nivel nuevo de responsabilidad. Donde a los dientes de leche, les sean imposible de volver a aparecer.
Con esa aplicación de la vida natural a la vida espiritual, ilustro la necesidad de permitir los procesos de crecimiento en nuestra fe, dones y carácter cristiano.
No podemos permitir que los años nos pasen encima, sin crecer ni madurar espiritualmente.
Debemos sufrir cambios, transformaciones y correcciones en nuestra vida, hasta que lleguemos a la estatura de Cristo.
Como, por ejemplo;
En levítico se menciona una lista grande, de los sacrificios imperfectos que Dios prohibía presentarle en el altar. A demás de eso, varios requisitos físicos que tenía que calificar los sacerdotes para ejercer su servicio delante de Dios.
Entre esas prohibiciones están las siguientes:
Ningún sacerdote debía de ser cojo, quebrado, jorobado e incluso enano.
Ya que era una imperfección biológica en el desarrollo natural e imagen del cuerpo del ministro.
Eso nos mueve a reflexionar, en cuán importante es el crecimiento en todas las áreas de nuestra vida. Así como agradable era a Dios presentarle una ofrenda con tamaño natural, así también se agrada de nuestros avances y crecimientos.
Por lo tanto, debemos de luchar contra toda enanez. Todas aquellas cosas que nos limitan, y que no nos dejan crecer y avanzar, deben de ser quitadas de nuestros caminos. Toda pequeñez debe de salir de nuestra mente. Tenemos un Dios grande e infinito. Él no es un diosecito, él es el Rey de reyes, el Señor de señores y el Dios de dioses.
A veces vemos los problemas y las necesidades más grandes que el poder de Dios.
Y nos deprimimos, aceptando la sentencia de alguna predicción médica o nos quedamos escuchando permanente el eco de los pensamientos de derrota.
Pero Dios quiere que dimensionemos nuestra vida. y vallamos al siguiente nivel. Los hijos de Dios somos grandes, por lo tanto, que nada te haga pensar que eres poco o que eres menos que otros. Los enanos creen lo que la gente dice de ellos, mientras que los hijos de Dios, creen lo que la biblia dice de ellos.
A continuación, veamos ciertas características de los enanos espirituales:
- Se demoran en perdonar
- Son los hipersensibles de la iglesia
- Se quejan por todo
- Están llenos de complejos ministeriales y espirituales
- Son buenos para demandar, pero malos para ofrendar
- No tienen una visión amplia, ponen su mirada solo en lo terrenal y no en lo celestial.
- Hablan un lenguaje de incredulidad y duda
- Contradicen los proyectos de fe
- No se discipulan, ni se dejan corregir
- Nunca se sienten hijos, ellos carecen de identidad espiritual.
Debemos de soltar todo enanismo que nos limita y estanca. Para dejar de ser niños espirituales y ser gigantes de fe.
“hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe,… a un varón perfecto, a la medida de la estatura de plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes,…” Ef 4:13,14.
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