Por el Pastor: Pai Otoniel Alvarado| Iglesia: Lirios del Valle Central
La meditación de hoy se titula: “Ven a gosén y entra en el gozo eterno”
Gosén, una pequeña ciudad en el territorio de Egipto, estaba cerca de Menfis, la ciudad de José. Exactamente en el delta del rio Nilo, es decir en la parte más ancha de ese caudal. La mejor tierra para los rebaños de ovejas. El mejor lugar para que, el envejecido Jacob rejuveneciera y los cansados hermanos de José se redimieran.
Gosén la tierra del gozo
José ya había trabajado anticipadamente para ahora gozar de su provisión. “Vamos, vámonos a gosén”, era la frase viral en ese momento de la historia. La promesa de José, para todos los que se mudaran a gosén era irresistible.
No había tierra con tanta gracia, abundancia y frescura como gosén. Justamente en medio de la aridez, escasez, sequía y hambre, brillaba una tierra diferente, fertilizada por Dios para los hijos que se cobijaran a la sombra de José. Y es que no importa cuán árido y solitario esté el mundo, ausente de Jesucristo y agrietado por todos lados a causa de amarguras y pecados.
Tú puedes habitar en gosén. En una tierra diferente en medio de la tierra de todos. Una tierra donde tu proveedor no sea una empresa sino Dios, donde tu doctor no es un hombre sino Jesús, donde tu mejor amigo no sea alguien imperfecto como tú, sino el único capaz de dar su vida por sus amigos el cual es Jesucristo. Tenerlo en el corazón es vivir en gosén, y te hace la misma invitación que hizo en el pasado diciéndote “Habitaras en tierra de gosén, y estarás cerca de mí, tú y tus hijos y los hijos de tus hijos… y todo lo que tienes. Y allí te alimentare…para que no perezcas de pobreza tú y tu casa y todo lo que tienes”. Ven a mis brazos, ven a gosén.
Esa fue la última voluntad que José hizo antes de morir. José les profetizo a todos diciéndoles “Dios ciertamente os visitará y haréis llevar de aquí mis huesos” y así fue. José entraría a la tierra prometida aun estando muerto. Les hizo jurar que sus huesos no quedarían en Egipto, sino que los llevarían a la tierra prometida. Así que ese juramento, paso de generación en generación y después de más de 400 años lo cumplieron. El día en que el pueblo hebreo salió de Egipto liberado por moisés, se llevaron los huesos de José, y anduvieron con ellos en el desierto. Todos se portaron mal, la gran mayoría murió en el desierto. E incluso moisés no vio la tierra prometida solamente 2 personas de la vieja generación saliente de Egipto pudieron entrar en Canaán. Los cuales son Josué y Caleb. Dos de dos millones y medio aproximadamente. Los demás que entraron fueron los que nacieron en el desierto, (todos menores de 40 años).
Una nueva generación para una nueva tierra.
Pero hay uno que entro también a la tierra prometida y ese fue José. Sus huesos entraron a la tierra que fluye leche y miel. Mientras que todos fueron sepultados unos en Egipto y otros en el desierto. ¿Puedes imaginarte eso? los huesos de José sí, pero todos los que salieron de Egipto no.
Esa exhumación ilustra la nuestra… Los que estamos en Cristo seremos llevados a los nuevos cielos y a la nueva tierra. No nos quedaremos sepultados en esta tierra vieja. Sino que lo corruptible se convertirá en incorruptible y con cuerpos glorificados entraremos a gozar una eternidad con Cristo. Así que no solo hay una promesa para nuestras almas, sino también para nuestros huesos. Ahora bien:
“Daos prisa, id a mi padre y decidle: Así dice tu hijo José: Dios me ha puesto por señor de todo Egipto; ven a mí, no te detengas”
Palabras dichas por José, enviadas por medio de sus hermanos directamente a su padre Jacob. José tenía en sus manos las lleves del reino, los sueños y profecías se habían cumplido en su vida y ahora contaba con la posición y posesión suficiente para bendecir a toda su familia. Era el vicepresidente de Egipto la nación más poderosa del mundo en esa etapa de la historia. Nadie de su descendencia moriría de inanición. Nadie moriría de hambre, para esa hora Dios lo preparo y con letras de oro invita a su padre a mudarse a una tierra de abundancia. José una de las sombras de Cristo en el antiguo testamento. Nos ilustra con lujo de detalle lo que Jesús ha hecho por nosotros para gozar de sus dadivas divinas. Después de haber sido vendido, traicionado, y calumniado conquisto riquezas en la cruz del calvario. Son muchos los graneros que están a nuestra disposición por medio de Jesucristo. Graneros de sanidad, salvación, restauración y perdón, todos y cada uno de ellos para nosotros por medio de él. No te quedes en la ciudad del hambre, ven a él, amado amigo, conoces bien el camino. Date prisa, Dios puso como señor de todo a su hijo Jesús, así que ven, ven. ven a mi te dice el señor y no te detengas. No lo pienses tanto. Si fallaste pídele perdón. Reconcíliate, vuelve a recibirlo en tu corazón una y otra vez y cuando lo hallas hecho. Cuando te hayas levantado pásale este mensaje también a otros. Dales el recado de nuestro buen salvador el cual dice: “Date prisa, porque yo soy señor de todo, ven a mí, y no te detengas. Ven a gosén y entra conmigo al gozo eterno.”
Texto base: Genesis 46-50
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