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domingo, julio 20, 2025

Lo bueno del dolor

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Lucas 6:29  “Al que te hiera en la mejilla, preséntale también la otra…”

No nos gusta el dolor. Sufrimos cuando alguien a quien amamos tiene un dolor y no podemos hacer nada por aliviarlo. Lo hacemos nuestro. Nos desespera y nos hunde en la desesperanza al darnos cuenta lo frágiles que somos cuando el dolor nos ataca.

Pero el dolor tiene una función: ayudarnos. ¿Como es que nos ayuda el dolor? Hagamos un pequeño examen: Un día me levanto de la cama con un fuerte dolor en un diente. El diente como ya saben los expertos, no duele. Es solo el catalizador de que algo está mal allá adentro del diente. Lo primero que vamos a hacer es tomar un analgésico y eso nos hace el favor de quitarnos el dolor.

Pero la causa de ese dolor sigue avanzando dentro de la encía. Poco a poco va ganando terreno dentro del hueso y a las pocas horas que pasa el efecto del medicamento, el dolor vuele a avisarnos que algo está mal y que requiere de un experto en odontología para que me examine.

Me niego. Ya sea porque no tengo dinero o porque le tengo miedo al dentista. Pero el dolor sigue avisando que mi encía necesita una buena revisión.  Allí es donde aparece lo bueno del dolor.  Si yo no hubiera sentido dolor en el famoso diente, éste se me habría caído y seguramente habría pérdida de hueso y más piezas. La infección hubiera ganado la batalla y al final…me sale más caro la medicina que la enfermedad. No le hice caso al dolor.

El dolor entonces, tiene un lado bueno.

Pero también tenemos que tener claro que no todos quieren vencer el dolor. Ahora hablemos del dolor interno, el dolor del alma. Ese dolor que no tiene cura en un sillón del dentista. Ese dolor no se quita con analgésicos. Tampoco lo quita el médico de cabecera o el hospital. Ese dolor está más profundo. Y son pocas las personas que lo atacan de frente. A muchos les gusta sentir ese tipo de dolor. El dolor del abandono. El dolor del divorcio. El dolor de haber perdido a un ser querido. El dolor de sentirse menos que otros.

Y ese dolor también me está avisando que algo anda mal allá adentro de mi ser. Pero como no es tan fuerte como el del diente, lo mantenemos oculto. Y es que ese dolor me provoca lástima de mí mismo. Ese dolor que muchas personas quieren mantener vivo dentro de ellos, los impulsa a querer que todos los quieran.  Son los que siempre andan con cara triste porque quieren demostrar que no son amados. Quieren ser consentidos y protegidos sin que ellos hagan nada. Son los egoístas que andan por las calles de la ciudad o en las sillas de las iglesias donde se adora al Señor que todo lo sana.

Pero ellos se niegan a ser sanados por el Poder de la Palabra de Dios. Escuchan, analizan pero se niegan a ser sanados por el Espíritu Santo que desea hacerles personas libres de la codependencia. Prefieren sentirse lastimados y doloridos para inspirar lástima, para que otros les solucionen sus problemas.

Esa es la cara fea del dolor. Es decir, no es el dolor el feo. son las personas que lo han afeado sirviéndose de él para que otros les saquen las castañas del fuego. Esas personas fueron niños mimados por su madre o su padre, que todo se l solucionaron, todo se lo concedieron y cuando ya fueron adultos y la vida les exige carácter, no tienen de donde sacarlo y es cuando se esconden en el dolor de hacerse víctimas de todo y de todos.

La soledad por ejemplo, produce dolor. Pero la soledad es una mensajera que me hace ver que necesito ayuda, que necesito la compañía de alguien que se ocupe de mi. Y para eso vino Jesús. Para hacernos ver que podemos vivir libres de esas ataduras del alma ocasionadas por la sobreprotección de la familia o por su antagonista que pudo ser el abandono de la familia. A estas personas se les ofrece el Amor de Cristo pero no lo aceptan porque Jesús no tiene brazos físicos para abrazarlos y hacerles sentir seguros. Necesitan de otros, un cónyuge a quien le exigen más de lo que pueden darle, de los hijos que los hacen sus proveedores en todo sentido, de los hermanos de la iglesia para que les den el calor que solo Jesús puede y quiere darles. Pero las raíces de su dolor están tan profundas en su interior que no quieren salir de allí.

Su mantra es: Nadie me quiere. Nadie me ama. Nadie se ocupa de mi. Y Jesús le pregunta: ¿Y para que estoy Yo? Recuerda: Sin mi, nada puedes hacer. Es sin Jesús. Porque con Jesus lo tenemos todo. Lo podemos todo y lo llenamos todo. Así de sencillo.

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