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domingo, noviembre 24, 2024

HONESTIDAD

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Un anciano pescador ya jubilado, sentado a la sombra de su rancho en la playa viendo hacia el mar, recibe cada mañana a los jóvenes pescadores que se irán al mar a pescar en sus lanchas. Le piden que haga una oración por ellos para regresar con bien a sus hogares y con buena pesca. Que ninguna tormenta les atrape y los haga zozobrar. El anciano los encomienda a la Providencia de Dios… Un dìa, el anciano pescador se lamentaba de su fracasada oración. Quien le escuchaba quejarse de su mala influencia le preguntó por què se expresaba así. “Creo que todos los jóvenes por quienes oro para que les vaya bien se ahogan en el mar porque nadie regresa a darme las gracias…”

Hoy en dìa, la honestidad, la sinceridad y la reciprocidad brillan por su ausencia…

Se han perdido los valores que antes nos inculcaban en el hogar. Dar gracias por un favor recibido, por ejemplo, era una de las primeras órdenes que se recibían de parte de nuestros padres. Devolver un favor que habíamos recibido de otra persona era un deber. Ah, y nunca con las manos vacías. Recuerdo que mi mamá le enviaba una canasta con frutas o tortillas a la vecina que le había hecho algún favor para darle las gracias. Eran modelos de gratitud y humildad. Es uno de los mandamientos que nos da el Apóstol Pablo en sus escritos. Ser agradecidos es uno de los sellos no solo de las personas cultas y educadas sino también de los que nos llamamos hijos de Dios.

Cuanta gente abandona las congregaciones en donde han conocido la salvación gracias al cuidado y mensaje de un pastor, pero cuando se cansan o no obtienen lo que quieren, dan la espalda y se van sin dar las gracias por tanto cuidado. Dejan un mal sabor de boca y algo de decepción porque provocan preguntas sin respuestas debido a su ingratitud y su deshonestidad. ¿Què deje de hacer para que se fueran? ¿Què parte de algún mensaje les lastimó sin que me diera cuenta? ¿Por què no me hablaron de algo que les lastimaba de mi persona o ministerio? Son los vacíos que quedan en el alma lacerada del pastor.

Hay esposos que abandonan el nido sin tomar en cuenta que dejan a una mujer herida, hundida en la desesperación y en un túnel sin salida y sin ninguna explicación razonable. Esposas que dejan el hogar por irse a buscar en otros labios los besos que bien pudo pedir a su esposo con un poco de valor honesto…

Pero no. Es más fácil dar la vuelta y abandonar a los que nos hicieron bien. Es más fácil guardar en el corazón el rencor y el rechazo a aquellos que sin darse cuenta nos lastimaron. Todos lo hacemos. Hijos que desprecian a sus padres porque nos les dejan hacer su voluntad. Padres que dejan a sus hijos a su suerte porque están cansados de corregirlos e instruirlos sin obtener resultados que para ellos eran necesarios. Ovejas que abandonan la congregación por ir a buscar nuevas aventuras espirituales, por seguir a sus amigos a las fiestas y placeres que -incluyendo a ciertas congregaciones-, les ofrecen en vez de pedirles santidad y consagración como manda la Palabra de Dios.

La gratitud hoy por hoy brilla por su ausencia. Nos hemos vuelto fríos, indiferentes al sufrimiento ajeno. Nos hemos vuelto ególatras y egocéntricos, buscando solamente nuestro propios beneplácitos y nos olvidamos de las llagas que supuran en otros a causa de nuestro abandono a su cuidado y protección.

Es por eso que la Escritura hoy como nunca cobra vigencia. Nunca como ahora la Palabra de Dios nos desafía a volver a las sendas antiguas. A los caminos de nuestros sabios y no mover los linderos que pusieron los antiguos. Es en la Biblia en donde encontramos el norte que necesitamos recuperar a base de búsqueda, de oración y entrega a lo que decimos creer. Es en la Palabra de Dios en donde encontramos no solo el bálsamo a nuestro dolor y soledad sino también los consejos que otros dejaron para que los vivamos y podamos seguir su ejemplo.

Y el rey David es uno de esos paradigmas que nos dejaron una viva enseñanza para que la pongamos en práctica. No olvidar a aquellos que sufrieron, lloraron y se negaron un bocado de pan para dárnoslo en nuestros momentos de necesidad. David es uno de los ejemplos más notables aparte de Jesus, que nos deja un maravilloso ejemplo de lo que es la honestidad con uno mismo. No es una honestidad hipócrita, política ni mucho menos egoísta. Y es porque David, en su lecho de muerte, cuando ya no tiene nada que ganar o perder, cuando ya su futuro está echado, llama a su hijo Salomon y le da algunas instrucciones para su gobierno.

Le advierte que entre sus ayudantes hay personas que no son dignas de respeto ni de honra. Que tenga cuidado con algunos de ellos porque a èl, a David, le hicieron mucho daño y no dudarán en hacérselo a èl también. Le dice que tome cartas en el asunto.

Pero también le advierte que entre sus amigos hay unos que merecen todo su respeto. Que merecen cosechar bendiciones y honra por lo que sus padres hicieron en sus momentos críticos. En sus momentos de angustia, en sus momentos de oscuridad, en los cuales su alma se vio estrujada por el miedo a ser muerto por sus enemigos.

Mejor dejaré que usted lo lea:  1 Reyes 2:7 “…Mas muestra bondad a los hijos de Barzilai galaadita, y que estén entre los que comen a tu mesa; porque ellos me ayudaron”

¿Lo ve?

¡Hermoso recordatorio! ¡Meritorio y digno de un rey como David! Barzilai le había hecho favores que David nunca olvidó. Y llegó el momento de pagarlos. Llegó el momento de recordar el bien recibido. Pero Barzilai ya no está. Solo quedan sus hijos. Bien, no hay problema. Salomon, que los hijos de Barzilai, el que me alimento cuando huía de tu hermano Absalòn, sean alimentados de tu mesa. Así como su padre me dio pan en mi tiempo de dolor, que sus hijos reciban pan de tu mano. Como Barzilai me alimento en mis momentos de hambre, así alimenta tú a sus hijos.

¿Què hicieron los hijos de Barzilai para recibir semejante honra? Se supone que “nada hace el hijo sino lo que ve hacer al padre”. Indudablemente los hijos de aquel gran hombre, aquel que se desprendió de su pan para dárselo al hambriento rey de alguna manera habían aprendido de su padre a ser generosos. Y ahora reciben su cosecha. Gracias al corazón noble y generoso del padre. De igual forma, David, ahora en su momento final recuerda que hay una deuda pendiente que cancelar. Y deja instrucciones a Salomon para que aquella deuda sea cancelada a los herederos de un bien que necesita recompensa.

Bueno, hasta aquí, todo está bonito… Pero, ¿y nosotros? Què herencia le estamos dejando a nuestros hijos? ¿Estamos sembrando buenas obras para que nuestros hijos cosechen de ellas? ¿Serà que nuestros hijos o nietos heredarán el buen nombre que les hemos dejado? ¿O estamos haciendo lo contrario?

Con mucha razón el mismo David escribió su salmo 37:25 “Yo fui joven, y ya soy viejo, y no he visto al justo desamparado, ni a su descendencia mendigando pan”

Nuestra descendencia necesita de un futuro prometedor. De un futuro en el cual no mendiguen pan, amor, respeto, dignidad, apoyo y sobre todo gratitud.

No olvidemos la generosidad de  Barzilai. No olvidemos la honestidad de David.

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