Prov. 31:4 “No es para los reyes, oh Lemuel»
Todo empezó mucho tiempo atrás… No sabemos en què momento sus miradas se cruzaron. No sabemos en què instante esas miradas se enviaron un mensaje que solo ellos pudieron descifrar, eran miradas de mutua comprensión, expresando en esos gestos visuales mensajes silenciosos y cargados de intensidad. Miradas que decían mucho sin necesidad de palabras…
Para los demás de la congregación solo eran un par de personas que se relacionaban bajo el manto del Evangelio. Eran pastor y oveja. Solo eso. No había nada de que preocuparse. Incluso la esposa de èl no veía nada sospechoso. Era su esposo, era el pastor, era el ungido del Señor. Se sentía segura de su amor y su respeto. Hasta que sus advertencias cayeron en oídos sordos. Las esposas saben cuando hay algo que interrumpe el curso normal de la rutina de alguien con quien se ha convivido durante tantos años.
Hasta que brotó la semilla sembrada tiempo atrás. Aquellas miradas se convirtieron en palabras, las palabras en citas, las citas en acción. Y salió a luz el pecado. Adulterio. Fornicaciòn. Vergüenza. Humillación. El barco que empieza a naufragar en las aguas tormentosas de la lascivia y la lujuria que se había estado incubando en sus entrañas…
Todo empezó mucho tiempo atrás…
El adulterio no sale a luz cuando empieza. Es como una pequeña llama que se va encendiendo poco a poco hasta que el fuego arrasa con todo lo que encuentra a su paso: Ella, -la mujer-, queda estigmatizada. Es la traidora. La sucia. La entrometida. La carnal. Èl, -el hombre-, queda marcado para siempre. Le falló a Dios, a su familia y a su congregación. Queda inhabilitado. Pierde el respeto que logró cultivar por tanto tiempo. A donde quiera que vaya le precede su pecado. Ellos, -su familia-, quedan avergonzados. ¿Supiste lo que hizo el papá de esos muchachos? ¿Ya te contaron lo que le sucedió a la hermanita que va entrando? Son las frases que se dicen en voz baja. Y la congregación se dispersa, se pierde la visiòn, y los pocos fieles que quedaron se reparten los despojos… Todo queda hecho pedazos. Todo por un par de miradas.
Es la mujer aquella que fue despedazada y repartida por todas las tribus del Israel antiguo.
¿Què pasò? ¿En què estaba pensando el líder principal de esa congregación para haber caído tan bajo? Se veía tan ungido. Su mensaje era poderoso. Sus credenciales eran inigualables. La potencia de su voz era escuchada en los cuatro puntos cardinales. ¿Què pasò?
Bueno, pasò lo que tenía que pasar cuando un pastor no escucha la voz que le avisa del peligro. Primero la Voz de Dios escrita en la Biblia que utiliza para predicar. Cuantas veces habrá pasado por el verso cuatro de Proverbios 31 que le advirtió: “No es para los reyes, oh, Lemuel, no es para los reyes…” Segundo, quizá no escuchó la voz de su esposa que le advirtió del peligro: “amor, ten cuidado con esa hermana. No me gusta como te mira”. “Amor, ten cuidado con esa hermana que tanto te ve y se acerca demasiado a ti, ten cuidado por favor…” No, no eran celos. Era ese divino poder que tiene la mujer para “sentir” que algo está poniendo en peligro su hogar. Y es que cuando ya somos pastores, cuando ya estamos detrás del púlpito se nos olvida que hay algo que nos une a todos que se llama fragilidad ante los deseos de la carne. Que somos polvo y como tal, nos desmoronamos al primer intento. El machismo religioso ha perdido tantos buenos hombres de púlpito. Pudieron haber hecho grandes cosas para Dios, pero ellos se sintieron grandes por sí solos y creyeron que ya no necesitaban la ayuda del Espíritu Santo para que los sostuviera en esos momentos de tentación.
Es cierto, la Palabra dice que somos reyes y sacerdotes pero no nos creamos en total invulnerabilidad suponiendo que el Diablo nos va a respetar porque Dios nos ha hecho sus reyes y sus sacerdotes.
Claro que ese llamado es para todos, no solo para los pastores, pero nosotros, los que ocupamos puestos de jerarquía por Gracia y Misericordia somos más responsables de cuidar esos títulos. Quizá es por eso que el Espíritu inspiró al escritor de los Proverbios para que al terminar un mes de lectura encontremos esa clara y contundente advertencia: “No es de reyes, pastor, no es de reyes…” Irónicamente, cuando predicamos sobre los mandamientos hacia la congregación hacemos énfasis del peligro que conlleva ignorar uno de ellos. Enseñamos al pueblo a obedecer todo lo que nos manda el Señor. Pero no aplicamos esas instrucciones para nuestra propia vida. También para nosotros los lìderes es el mandamiento. Pasarlo por alto nos traerá graves consecuencias y dolores para nuestra familia.
Además, tenemos que tener presente esto: “¿qué haré cuando Dios se levante? Y cuando El me pida cuentas, ¿qué le responderé?” Job 31:14.
Creo, respetados lìderes en cualquier posición que el Señor le tenga al frente de su pueblo, que tanto usted como yo debemos vivir en el filo de estos versos. Un dìa nos llamarán ante la Autoridad Suprema de nuestras vidas y, como escribió el escritor de Job, ¿què cuentas daremos? ¿Cómo explicaremos que no fuimos capaces de soportar la tentación de unos bellos y hermosos ojos que nos cautivaron teniendo los lindos y apacibles ojos de nuestra esposa? ¿Como explicaremos a la Sabiduría Eterna que no leímos o no respetamos sus ordenanzas? ¿Como justificarnos ante el Señor que creímos que esa Palabra no era para nosotros sino solo para el rebaño que pusieron bajo nuestro cuidado?
No, no podremos alegar ignorancia. Fuimos llamados a ser representantes del Reino de Dios no el de las tinieblas. Fuimos llamados a ser reyes y sacerdotes para Dios, para mostrar las virtudes del que nos llamó a su servicio. Es por eso que cada vez que leamos los proverbios y finalicemos cada mes, encontraremos la misma advertencia: “No es de reyes, pastor, no es de reyes coquetear con el pecado. No es de reyes mirar el vino cuando rojea. No es de reyes mirar a la mujer que se está bañando. No es de reyes quedarnos en la cama mientras todos están en la guerra. No es de reyes mirar esas pantorrillas femeninas que van delante de nuestros ojos…”