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lunes, noviembre 25, 2024

Solamente cree

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Marcos 5:22 “Y vino uno de los principales de la sinagoga, llamado Jairo; y luego que le vio, se postró a sus pies, y le rogaba mucho, diciendo: Mi hija está agonizando; ven y pon las manos sobre ella para que sea salva, y vivirá. Fue, pues, con él; y le seguía una gran multitud, y le apretaban.”

Lucas 8:43 “Pero una mujer que padecía de flujo de sangre desde hacía doce años…se le acercó por detrás y tocó el borde de su manto…”

Jairo está al límite de sus fuerzas. Jairo está al límite de su fe. Jairo está al límite de su esperanza.

Cuando caminamos en el filo de la navaja las cosas se ponen feas para cualquiera. Especialmente cuando la enfermedad deriva en amenazas de muerte. Y eso es lo que Jairo está experimentando. Ha probado de todo. Es un hombre que cree en Dios. Es un hombre de oración. Es un hombre de Torah y de tefilìm y de talith. Es un hombre de posición. Dice la Biblia que es un “principal de la sinagoga”. Eso quiere decir que es muy favorecido en muchas maneras. Sí, en muchas, aún en lo que concierne al favor de Dios.

Y ahora está frente a Jesús. Es su último recurso. Es su última esperanza. Todas sus cartas las ha puesto sobre la mesa de la fe. Ha puesto toda la carne en el asador. Ya no le queda nada más que una leve llamita en su pábilo que amenaza con apagarse.

Como usted seguramente que ha llegado a fin de mes y cuando hace cuentas no queda para los pasajes del bus para ir al trabajo la semana entrante. O cuando está sentado en las bancas del hospital y le han dicho que el cultivo que le hicieron muestra malignidad.  O cuando el banco le envía la carta de embargo del sueldo por haber servido de fiador de un pícaro de su iglesia. O cuando el dolor abdominal de madrugada la levanta y resulta que está embarazada y ya no hay lugar para otro hijo. Ni más pan. Ni más ropa. O más fuerzas.

Así está Jairo en esta escena. Y, aquí viene lo peor: Habla con Jesús y Él le ofrece ir a su casa a sanar a su hijita que está al borde del precipicio. Es su única casa. Es su único sueldo. Es su única esposa. Lo peor, explico, no fue hablar con Jesús. Lo peor que pudo haber sucedido es que en el camino de Jesús se interpone una señora que se pone a platicar con Él. Jairo se enoja. Se entristece porque el tiempo que era para él, Jesús se lo está dando a otra persona. Y para colmo, es una mujer. Y para más colmo, si se puede la expresión, Jesús se detiene y le dice que le cuente su testimonio. Y Jairo sabe que cuando una mujer empieza a hablar, hay que escucharle como dos mil palabras. Jairo empieza  contar hasta diez. Desesperado. Su hija necesita un toque del Maestro pero Él está platicando con esa señora que le está quitando el tiempo.

Pero no es solo eso: Sus amigos llegan y le dicen “ya no molestes al Maestro. Tu hija ha muerto”. El piso se hunde bajo los pies de Jairo. Se le hunde también el estómago. Se le seca la boca. Se le nublan los ojos. Las manos le tiemblan. Un frío horrible le recorre el cuerpo. Se le hiela la sangre. Las sienes le palpitan y el corazón amenaza con salírsele. Todo ha terminado. “Gracias por nada Jesús. Ya no te ocupes de mi necesidad. Mi hija ha muerto. El embargo ya se hizo. Me dejaron sin sueldo. El abogado ya no puede hacer nada. El cáncer ya es metástasis. El hígado ya no funciona. Los riñones ya no trabajan. Olvídate de mi petición”

¿Le suenan conocidas estas palabras? A mi sí. Muchas veces. Cada fin de mes. Cada fin de quincena. Cuando Migración nos pidió papeles difíciles de conseguir para que nos dieran la ciudadanía. Cuando me llegaron los estados de cuenta de mis tarjetas. Cuando mi mamá murió allá en Newark. Cuando mi esposa se cayó y se cortó un buen pedazo de la frente y creímos que había perdido su ojo. Cuando… para qué les cuento.

Jesús solo le dice: Jairo, no escuches otras voces. Solo la mía. Todos tienen buenas intenciones para avisarte de tu tragedia. Ellos te aman y quieren ayudarte pero yo te amo más. Yo te ayudaré más. Yo atenderé tu necesidad Jairo. Cree solamente. Tu hija no ha muerto, está dormida. Yo iré como te ofrecí, Jairo. Yo no miento porque no soy hombre. Soy el Dios en quien tú has creído y no te dejare solo. Vamos, Jairo, cree solamente. Tu hija sanará y volverás a tenerla en tus brazos. Volverás a comer helados con ella en el parque Jairo. Cree solamente.

Y todos sabemos el final de la historia. Todos hemos tenido el final de nuestra propia historia. Todos conocemos que el cáncer no es la última palabra. Que los riñones vuelven a funcionar como antes. Que el hígado graso vuelve a la normalidad. Que las deudas se cancelaron. Que el banco retiro la demanda. Que el matrimonio volvió a su cauce. Que el hijo se sanó y que la sonrisa volvió  brillar en nuestro rostro. Solo no escuchemos otras voces. Solo no veamos a otras personas. Solo estemos quietos y veremos la salvación de Jehová.

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