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jueves, diciembre 26, 2024

Dios, Unión, Libertad. La verdadera libertad se basa en el amor.

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La palabra Libertad fue escrita en nuestra bandera y escudo nacional para inmortalizar el indomable espíritu libertario del pueblo, que prefirió la lucha desigual y la muerte, a la subyugación extranjera. Esa libertad, tan fundamental en nuestra historia como país, es sin duda alguna un privilegio que, hasta el día de hoy, disfrutamos como nación.

Como todo bien preciado, es tan importante tenerlo, como la manera en la que lo usamos. La libertad es tan valiosa para los seres humanos que aun la misma Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, que llevan como estandarte las organizaciones, movimientos e ideologías humanitarias; establece en el Artículo 1 que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”; y en el Artículo 3, que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”.

Sin embargo, hoy en día, en el mundo y en nuestro país, el uso de la libertad es discrecional, cada uno busca lo suyo. Es normal escuchar frases como: ¿Qué importa si no les parece? Tengo derecho a hacerlo, es mi vida. O ¿cuál es el problema? Si no le hago mal a nadie. Sin embargo, irónicamente, en nombre de esa misma libertad, hoy se legaliza el asesinato a través del aborto; se encarcela a pastores, en diversos países “progresistas”, por “ofender” con el evangelio a algunos grupos minoritarios; son enviados a prisión pequeños empresarios, por usar su libertad para negarse a prestar servicios a miembros de la comunidad LGTBI. Recientemente un médico fue enviado a la cárcel por negarse a practicar un aborto y salvar la vida de un bebé ¿Dónde está la libertad de todos ellos? ¿Cómo estamos usando nuestra libertad?

En una sociedad así, tarde o temprano la libertad de unos es atropellada por garantizar la libertad de otros. El problema no es el derecho a la libertad, es la cosmovisión que tenemos de ese derecho lo que adultera la forma en la que lo usamos. Si yo uso mi libertad para satisfacer mis deseos egoístas, más temprano que tarde tendré que pasar por encima de muchas libertades para garantizar la mía. Así, el problema no es la libertad, es el corazón con el que la ejercemos.

Y es que, aún en la misma iglesia vemos la búsqueda de “lo suyo” por encima de los intereses del Renio de Dios. Iglesia, no se trata de hacer lo que nos conviene, pensando solo en el beneficio de nuestra denominación, de nuestro nombre, ministerio o iglesia local. La Biblia nos enseña que la libertad es gracia de Dios y debe ser usada para amar a los demás. Solo recordemos el capítulo 8 de la Primera de Corintios, en donde ante la acusación de que algunos cristianos comían carne sacrificada a ídolos; Pablo no les coarta su libertad o los reprende, sino que los enfoca en el uso que hacían de ella. Es igual con nosotros, más allá de pensar si tenemos “derecho a”, el punto está en pensar “si deberíamos de”; en cada decisión libre. No podemos ejercer nuestra libertad sin entender el objetivo de tenerla:  amar a los demás con ella. No podemos ocupar la libertad sin pensar en los demás, pensando solo en satisfacer nuestros deseos. Eso no es amor.

Una libertad que no se ejerce bajo el principio del amor y el bien del otro, no es más que un capricho egoísta que pierde legitimidad y propósito. Tampoco podemos pretender ejercer la libertad sin considerar el impacto social de nuestras acciones. El uso de la libertad personal nunca es realmente personal sino social. Nuestras acciones afectan a la sociedad entera. Recordemos que “todo es lícito, pero no todo edifica. Nadie busque su propio bien, sino el de su prójimo” (1 Co 10:23-24).

No podemos olvidar que, como hijos de Dios, nuestra vida, testimonio y acciones serán lo más cercano al evangelio que conocerán muchos no creyentes. Por eso, como iglesia, estamos llamados amar a los demás y a buscar su beneficio para que sean salvos. Esto implica no solamente proclamar, aconsejar y enseñar el evangelio de Jesucristo; sino vivirlo y que este se traduzca en acciones y obras justas, a través de las cuales Dios es glorificado.

Por eso, usar nuestra libertad cristiana con amor implica restringirla, renunciar a ella cuando se requiera para edificar. Parece una paradoja, ya que debemos usar nuestros derechos y libertades cristianas, pero a la vez, inclinarnos hacia los demás. ¿Cómo hacerlo? Tenemos que ver a la cruz. El evangelio nos enseña que somos libres porque alguien sacrificó primero su libertad por amor a nosotros.

Como iglesia debemos vivir nuestra libertad como Cristo lo hizo, que restringió sus derechos de Dios para amarnos y salvarnos (Flp 2:5-8). Estamos llamados a amar a todos, a nuestro conyugue, compañeros de trabajo, familiares, miembros y hermanos de la iglesia, hermanos de otras denominaciones, amigos e inconversos; renunciando a nuestros derechos para la edificación de todos.  Ahora bien, ante aquellos que ofenden, atentan y quieren estorbar el progreso del evangelio, debemos amarlos, si, pero a la vez defender, sin transigencia, los principios inalienables de la palabra de Dios.

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