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lunes, noviembre 25, 2024

Equidad

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1 Sam. 30:24 “Porque conforme a la parte del que desciende a la batalla, así ha de ser la parte del que queda con el bagaje; les tocará parte igual.”

¿Quiénes eran estos invisibles que no fueron a la batalla y que cansados, se quedaron a cargo de cuidar el bagaje de los guerreros? ¿Quiénes serían estos hombres valientes que ya no pudieron seguir con David y su ejército porque sus piernas ya no daban para más y prefirieron quedarse cuidando las cosas de los otros? ¿Quiénes serían estos que también eran valientes pero que en este momento de la historia no tuvieron la energía que se necesitaba para luchar al lado de su rey? No se nos dan los nombres. Ni la cantidad. Ni el sexo. Pero conociendo a David, creo que él sí sabía quiénes eran. Y, por lo tanto, lo justo era que también recibieran el reconocimiento y la parte del botín logrado en la batalla.

Hoy también sucede lo mismo. Hoy…

Son esas personas que no se ven cuando el pastor está ocupado recibiendo seminarios, capacitaciones y va y viene de un lugar a otro llevando el mensaje que el Señor le ha encargado. O dando consejería a un hermano en angustia.

Son esas personas que se quedan guardando el bagaje mientras él sale de viaje. Mientras él está tomando un café con sus líderes en su oficina o dictando alguna conferencia en otro país.

Son las invisibles. Las anodinas. Es cierto, no van a la batalla pero están batallando igualmente. Batallando con los hijos. Batallando con el cuidado de la casa, de la ropa y del prestigio de su esposo. Batallando con sus propios demonios, con sus miedos y sus dudas.

Son esos seres tan humanos que a veces nadie toma en cuenta, pero que están allí listas a secar las lágrimas de sus esposos cuando caen en algún bache de depresión espiritual, cuando no ven la Mano del Señor abierta enviando la provisión para su casa. Son esas personas que nadie ve en lo secreto de sus habitaciones derramando su corazón a los Pies del Señor clamando por la salud de algún hijo descarriado o enfermo.

Son esas mujeres, esposas y madres que también lloran, que también se angustian cada fin de mes porque la congregación no ha dado lo suficiente para cubrir sus necesidades. Son esas mujeres que frente a los demás se hacen las valientes pero en privado dejan caer sus  brazos, cansadas, -como Moisés en el monte-, aceptando la derrota a veces inevitable de su fe, esperando que alguien pregunte por ellas, esperando que alguien toque la puerta de su casa llevando un canasto con alimentos o con la leche de su bebé a quien ya no le queda para el resto del día.

Son esas guerreras cansadas a veces del camino duro y difícil que les ha tocado vivir al lado del hombre que fue llamado por Dios para atender el rebaño, mientras, como el hombre de Cantares, se da cuenta que está cuidando viñas ajenas pero su propia viña no tiene pan. Y son ellas quienes tienen que sacar adelante las finanzas, poniendo negocios, poniendo algo a la venta bajo el sol del día, sudando y viviendo momentos de peligro con tal que en su mesa haya un mendrugo que llevarse a la boca.

Son esas mujeres valientes que aun a costa de su propia salud, a veces sufriendo dolores de cuerpo, de cabeza, de presión arterial, de menopausia o de falta de descanso tienen que salir cada día mientras su flamante esposo está en reuniones, ella está lidiando con ladrones y mañosos que amenazan su seguridad con tal de lograr unos centavos que nadie se cuida de proveerle.

Son esas invisibles ante quienes me quito el sombrero al reconocer que son dignas de recibir parte del botín porque también ellas, que aunque no fueron al culto de esta noche, se quedaron secando el sudor de la frente de su hijito que arde en fiebre. Que se quedaron sin ir al culto porque se quedaron en casa secando las lágrimas de la hija que se enamoró y fue engañada por el hombre que le partió el corazón. Que se quedó sin ir a la iglesia porque no alcanzaba para el pasaje del bus. Porque tenía hinchados los pies de tanto lavar ropa, de tanto planchar y de tanto oficio en su casa.

Como declaró David, ellas también tienen derecho de recibir parte del botín. Parte de los aplausos, parte del honor y la honra que se le da al esposo. Ellas también tienen derecho de recibir una palmada en la espalda que les haga sentir que valen tanto como el que salió a pelear. Ellas también, mis apreciables pastores, merecen el respeto porque en la noche se quedan esperando que usted llegue para acompañarle a cenar y esperar un beso de agradecimiento. Una palabra de aliento. Un abrazo de fe. Una mirada de amor.

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