Pandemia.
A estas alturas, probablemente estás de alguna manera cansado y un poco atemorizado de este tema que ha comenzado a ser desgastante para muchos. Has leído las definiciones, analizado las estadísticas, escuchado a los expertos y revisado las noticias (las oficiales y las no tan oficiales), las redes sociales, los funcionarios gubernamentales y a las organizaciones internacionales. Así que –cansado y atemorizado– el peligro mayor en este momento es que pienses que en esta pandemia tú “no puedes hacer mucho”. Si crees así, te equivocas.
Lamentablemente, la tendencia de casi cada ser humano es concluir que cuando algo es de dimensiones muy superiores a su pequeño mundo, uno es solo un mero espectador. No es cierto. En una pandemia, al menos en esta pandemia, todos somos actores principales. Todos podemos hacer algo. De hecho, lo que cada uno de nosotros hagamos a diario determinará el curso de eventos en nuestra amada tierra.
Nuestra fe como seguidores de Jesús, lejos de aislarnos de tal compromiso, nos hace más responsables de él. Créeme, si en algo podemos imitar a la iglesia primitiva en el libro de Hechos en la pandemia del Coronavirus y “tener favor para con todo el pueblo” es asumiendo nuestro papel bíblico más elemental: amar a nuestro prójimo. Para lograrlo, el nombre del juego que tú y yo debemos jugar se llama “solidaridad”.
Echa un vistazo al Antiguo Testamento. Una forma simple de resumir casi todo el Pentateuco es entendiendo que la ley dada a Israel nos enseña a “amar a Dios y amar al prójimo”. Amas a Dios por medio de la obediencia, y amas a tu prójimo por medio de la solidaridad.
Considera la cantidad de leyes que Dios dejó a su pueblo para librarlos de enfermedades que habrían diezmado o incluso desaparecido a la nación entera. Puede parecerte sorprendente que la Biblia dedique 116 versículos (en Levítico 13 y 14) para enseñar, establecer y regular cómo Israel debía poner en cuarentena a quienes padecían de lepra, una de las enfermedades más infecciosas de su tiempo. La idea era aislar al enfermo y sanitizar de manera absoluta todo aquello con lo que la enfermedad podía propagarse.
Dios estableció así un sistema que requería de lavarse las manos, desinfectar las viviendas, disponer de la ropa contaminada, higienizar las letrinas, aislar a los posibles focos de infección y respetar un sistema de información que previniera a otros de la exposición inminente al contagio.
Por el bien de la nación, todos debían seguirlo. Era un asunto de obediencia a Dios y solidaridad con el resto del pueblo.
Claro, no todos entendían el porqué de estas medidas; de hecho, el concepto de “infección” –gérmenes, bacterias, virus, etc– fue descubierto por el hombre 30 siglos más tarde. A más de un Israelita las indicaciones dadas por Dios deben haberle parecido sin sentido o, incluso, innecesarias y exageradas. Sin embargo, los Israelitas sobrevivieron plagas y pestes por ser obedientes a Dios y solidarios con sus prójimos. El sistema bíblico funcionó: 6,000 años después siguen existiendo –y prosperando– como nación.
En realidad, fue Dios quien mostró a Moisés por medio de la ley –incluyendo las leyes sanitarias– cómo podemos amar al prójimo. Rudolph Virchow, un médico alemán fundador de la rama que estudia la patología celular y considerado por muchos como el ‘padre de la patología moderna,’ solía decir que: ‘Moisés fue el más grande higienista que haya visto el mundo”. La Biblia nos dice que fue Dios quien le dijo a Moisés qué hacer.
Dios, por supuesto, tenía razón. Siempre la tiene.
En esta pandemia, ama a tu prójimo como a ti mismo.
Sé solidario, especialmente con la población de más alto riesgo y con todo el personal de salud y de seguridad que está en la primera línea de fuego en el papel de combatirla. La manera más simple de ser solidario es cuidarte de no esparcir el virus hasta donde te sea posible. Quédate en casa. Evita las aglomeraciones. Respeta el distanciamiento físico recomendado para evitar el contagio. Reduce tu movilidad. Sigue siendo cálido y cariñoso en el trato con otros, pero haz el sacrificio de incomodarte y modificar tus patrones regulares de conducta por solidaridad.
No se trata solamente de evitar que tú te enfermes, sino de procurar que no se contagien quienes son “menos fuertes”. Sí, es cierto, las estadísticas dicen que la letalidad del COVID-19 es porcentualmente baja, pero este concepto puede resultar engañoso. Viendo las evidencias, un porcentaje bajo de fallecimientos en una cantidad alta de contagiados se degenera en muchísimo luto. Piénsalo. Cada caso crítico de coronavirus es el padre, la madre, el abuelo, el amigo, el hermano o el hijo de alguien. Estadísticamente, tú podrías ser ese alguien. Una vez más: sé solidario. Cuando se trata de muertes que podrían ser evitadas, una tan sola persona es un número demasiado alto.
Si eres líder –en tu casa, tu oficina, tu iglesia o tu comunidad– cambia tu enfoque del modo “tratemos de hacer que la vida siga normal en medio de esta crisis” a la idea “hagamos nuestra parte para que el coronavirus no se esparza”. Si eres un líder cristiano, esto es especialmente importante. El planeta entero ha acuñado el hashtag #YoMeQuedoEnCasa. Es hora que los que seguimos a Jesús lo acompañemos con otro que nos motive igualmente: #YoAmoAMiPrójimo.
Es cuestión de simple y sencilla solidaridad