Daniel 4:26 “…que reconozcas que es el Cielo el que gobierna…”
Pareciera que me ensaño con mis hermanos pastores y que mis escritos van en su contra, que quizá soy amargado o traumatizado por algo que me sucedió en alguna iglesia y por eso escribo tanto en contra de las costumbres que muchos traen del mundo y las introducen en el Reino de Dios, su Iglesia y que tanto daño provocan en sus miembros. Pero nada màs lejos de la verdad, ya que escribo para poder señalar los yerros que cometemos muchos de los hombres y mujeres que hemos sido llamados por Dios para guiar, enseñar, exhortar y ser ejemplos de la grey. Así que no estoy amargado contra nadie, ni traumado ni herido por nada ni por nadie. Aclaro algo: sí he sido herido y lastimado por algunos, pero también he aprendido -porque me conviene-, aprender a perdonar; y perdonar, para mí, es olvidar.
Pero no puedo evitar darme cuenta de acciones que algunos tienen para con su congregación y es cuando me doy cuenta de cuanta falta nos hace ser enseñados y señalados para darnos cuenta que no somos lo perfectos que creemos. Hacemos y decimos cosas que van en contra de la Palabra de Dios, a veces usamos el púlpito como trinchera para tirarle a otros sus miserias públicamente, abusando de los recursos que Dios pone en nuestras manos para su beneficio y para su Gloria.
Hace un tiempo asistí a una reunión a una iglesia de las “grandes” de algún paìs del área y escuché que el pastor, en un arranque de cólera santa dijo a todo pulmón “¡aquí mando yo!”. Esa frase no me dejó helado, pero si me abrió un panorama para darme cuenta de lo que abunda en nuestro medio pastoral.
Nos hemos creído la última soda del desierto, la última gota de agua en medio del mar. La teología o el crecimiento congregacional que Dios le regala a algún pastor le hace tanto daño que sin darse cuenta, empieza a caer en el síndrome de Nabucodonosor. Creerse omnipotentes y dueños de algo que no les pertenece. Creen que el crecimiento, los regalos y comodidades que el Señor les provee para sus templos, incluido este, les pertenece y se hacen dueños y señores de todo, hasta el extremo de confesar con sus labios que ellos son los que mandan allí, sin darse cuenta que el Bondadoso Espíritu Santo es quien levanta y engrandece a quien Èl quiere.
Se nos olvida que no somos dueños, solo mayordomos y que tenemos que llegar al tiempo de darle cuentas al propietario de la Viña. Algunos seremos reprobados y otros, por Misericordia, serán aprobados, eso lo sabremos llegado el momento.
Esta frase fue la que llevó a Nabucodonosor a convertirse en un animal que comía yerba, se bañaba con el roció del cielo y dormía bajo las estrellas del Cielo. La soberbia, el orgullo y la petulancia de este monarca le valió pasar a la historia como uno de los hombres màs cínicos de la Biblia. Se creyó tanto por el favor de Dios en su vida que se olvidó que todo lo que era y lo que tenía venia de la Mano de Dios que lo había engrandecido para tratar con su pueblo Israel.
Nabucodonosor no era grande per sé. Era grande porque Dios lo había engrandecido. Al igual que nosotros los pastores. Somos gente grande, gente de prestigio, gente honorable pero no por nosotros mismos sino por las promesas de nuestro Señor que se ha gozado en hacerlo para su Gloria, pero no debemos olvidar que un dìa nos preguntarán qué hicimos con lo que se nos entregó.
Y tuvo la suerte -si se puede llamar así-, a que en su reino viviera un hombre de Dios que no se amilanaba para hablar la verdad sin pelos en la lengua y sin temor a ofenderlo. Cuando fue llamado para explicar el misterio del sueño del árbol, Daniel le dio todos los pormenores de lo que iba a pasar. El rey fue advertido de lo que vendría sobre èl, pero pasado un tiempo se olvidó. Se enorgulleció tanto que dijo lo que el pastor dijo en aquella ocasión solo que en otras palabras: “Doce meses después, paseándose por la azotea del palacio real de Babilonia,
el rey reflexionó, y dijo: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?”
En ese preciso instante, una Voz del cielo se expresó con toda claridad. Y lo que le dijeron creo que se nos dice a nosotros aunque se nos pongan los pelos de punta: “…»Rey Nabucodonosor, a ti se te declara: El reino te ha sido quitado…”
Entonces, repito la pregunta del principio: ¿Quién manda realmente en su congregación, en su hogar, en su vida, en su empresa?
SOLI DEO GLORIA