No soy un apologista del dolor, pero tampoco puedo ocultarlo. El dolor existe. A los médicos les sirve para enfocar su atención a una parte del cuerpo. Los pacientes le piden a gritos que les den algo para quitarlo, pero ellos saben que si lo hacen, el órgano infectado puede provocar màs daños al resto del cuerpo. El peritoneo infamado puede terminar en una mortal peritonitis y así por el estilo. El dolor, nos guste o no, tiene su propósito.
Si usted es ama de casa, o por lo menos tiene en su lavatrastos una esponja, va a comprender este sencillo ejemplo. La esponja tiene una virtud y un defecto. Cuando usted va a lavar los trastos primero la empapa de agua con jabón para poder limpiar sus trastos. Pero al terminar, si no la exprime, o se le pudre por el agua jabonosa que guarda en sus moléculas internas, o toma mal olor. Lo que usted hace después de usarla, es exprimirla para que la próxima vez le sea útil para que absorba el agua y el jabón que le servirá nuevamente.
Mientras la esponja esté llena de agua con jabón ya no es capaz de absorber nada aunque usted la mantenga en agua durante mucho tiempo. Ya está saturada de agua y no le servirá de mucho. ¿Qué hace entonces, para evitar que se le dañe tan pronto y pueda volver a utilizarla?
La exprime.
Eso hace Dios con nosotros. Somos como la esponja. De tiempo en tiempo Dios necesita exprimirnos de todo lo que hemos estado absorbiendo en el mundo, la iglesia, los amigos, la familia y aún en nuestras cosas privadas. Exprimirnos es el método que nuestro Buen Dios usa para sacarnos de todo aquello que ya nos hace daño, de todo lo que se ha ido acumulando en nuestro interior y que sin darnos cuenta, va tomando mal olor: olor a religión, olor a orgullo por ser “santos”, olor a muerte por tanta fiesta a las que hemos asistido, olor a pecado secreto, olor a hipocresía, olor a… pòngale usted el nombre.
Este tiempo ha sido un tiempo de exprimirnos para que cuando salgamos a la vida cotidiana, lo hagamos limpios, sin esa agua jabonosa resbaladiza y a veces hedionda para que las Manos de nuestro Lavador nos use con su Agua limpia sin nada que la contamine.
Ser exprimidos no es nada agradable porque duele, duele en el alma quedarnos sin aquello que nos daba seguridad, sin un trabajo que nos proveía el sustento de la casa, sin un cónyuge que nos amaba cuando los tiempos iban viento en popa, nos duele haber perdido a un ser querido en medio de esta pandemia y sin haber tenido el privilegio de despedirlo como solíamos hacerlo antes.
Hace unas semana murió un amigo mío muy querido. Cuando me llamaron para que fuera a dar palabras de aliento a la familia en la funeraria, hubo varias advertencias: Solo cinco personas máximo, no màs de quince minutos, no quitarse la mascarilla, no dar abrazos ni tocar a nadie. En el cementerio, dejar el cadàver en la puerta para que los encargados por el gobierno se encargaran de èl. No se le pudo acompañar hasta la fosa donde lo iban a depositar, no hubo permiso para ingresar al sitio. Todo fue prohibiciones y limitaciones.
¿Qué sintieron los deudos que su pastor y amigo no haya podido cumplir lo que la Biblia ordena al respecto? No poder darles un abrazo de consuelo, no poder llorar con el que llora ni sentir abiertamente el dolor del otro. Eso es dolor. Dolió no poder vernos con la cara descubierta y sentir un toque de gracia el uno por el otro.
Es el síndrome de la esponja. Dios nos está exprimiendo de nuestros sentimientos màs profundos para hacer en nuestro interior una nueva experiencia para que cuando todo esto termine, podamos volver a empaparnos de su Amor, de la amistad de los unos con los otros, de poder disfrutar de un buen café en compañía de un amigo o amiga. Entonces quizá aprovecharemos para empaparnos de amor, de ternura y de respeto unos por otros y sobre todo, del inmenso Amor de Dios que Èl derrama y quiere derramar sobre nosotros.
¿Duele ser exprimidos entonces? Claro que si, pero ese dolor es beneficioso para nuestras vidas. Porque el dolor nos enseña a sentirnos vivos, a sentirnos útiles, a sentirnos humanos.
SOLI DEO GLORIA