Nuestras personalidades fueron formadas los primeros siete años de nuestro crecimiento. Se formò en el entorno de nuestra familia. Bien o mal, allí fue donde absorbimos lo que nos ha perseguido durante los años siguientes. Nuestras “cosas” duermen, caminan, comen y despiertan con nosotros. Es parte de nuestro yo. Algunas de esas cosas son dolorosas porque las hicimos en ignorancia pero eso no quita que hayan quedado grabadas en nuestro interior. No importa si usted es nihilista o no, pero siempre hay algo que nos afecta a todos.
Son los aguijones.
Viendo un programa de TV de animales, aprendí que las avispas domésticas, cuando pican, lo hacen ensartando su punzón que tienen en la parte trasera de su cuerpo y es por ese medio que inyectan su veneno. El problema es que para poder seguir volando, tiene que arrancarse ese aguijón y comete suicidio ya que la única manera de soltarse del cuerpo que ha ensartado es arrancarse sus entrañas y eso la mata. Lo que duele no es la muerte de la avispa, lo que duele es que el aguijón queda ensartado en la piel el cual sigue inyectando su veneno y es lo que produce el tremendo ardor. Para poder quitarlo, serà necesario utilizar pinzas y lupa para poderlo ubicar y retirarlo. Pero el aguijón permanece haciendo daño. Y es doloroso.
Eso es lo que tenía el Apóstol Pablo y tenemos nosotros. Todos tenemos un aguijón en la carne que nos duele. Pablo le oró al Señor para que lo retirara pero Èl se negó. Había una razón divina para eso: Evitar que Pablo se sintiera orgulloso por sus revelaciones. O sea que el aguijón en la carne nos sirve para que no nos creamos màs que los demás. El aguijón ayuda a recordar de donde venimos, de un cantón anodino de alguna aldea anodina, de algún paìs anodino. Si usted nació en cuna de oro, tendrá su propio aguijón al recordar cómo su padre logró ese oro. Si usted es un profesional de alta gama, el aguijón le ayudará a recordar como consiguió su título, qué hizo en el ínterin, cuantas chicas dejó burladas en el trayecto, cuantos abortos se provocó en sus dìas de universidad, cuantos desprecios dejó en su camino y cuántas personas heridas abandonó como el hombre de la paràbola de Jesus.
Ese dolor provocado por el aguijón que todos tenemos es permitido por Dios para recordarnos que no somos lo que creemos, porque se nos ha enseñado basar nuestras vidas en lo que poseemos, en los títulos, siglas antes del nombre y conocimiento intelectual. En una charla que di a unos profesionales en una Universidad, le pregunté a un caballero cual era su nombre, y me respondió poniendo primero su titulo de profesión. Es algo que ya está impregnado en nuestra sociedad. Pero para el Señor nosotros no somos un título, somos sus hijos, sus criaturas, somos el polvo que Èl usó para darnos forma. Pero la sociedad nos ha malformado haciéndonos creer que sin un titulo no somos nada. No somos personas.
Cuando le preguntaban a Jesus si Èl era el Mesìas, el Ungido de Dios, se limitaba a decir: Soy el Hijo del Hombre. Porque sabìa que su corona iba a ser puesta en su cabeza después del sacrificio en la Cruz. Èl sabìa quién era en el Padre y eso era suficiente.
Es por eso que necesitamos ese famoso aguijón que solo usted sabe cual es el suyo. Gloria al Señor que no lo declara a los demás para que no nos aveguercen. Suficiente vergüenza debemos sentir al saber que cada uno de nosotros tiene uno que nos humilla y nos hace ver lo que realmente somos.
Para este caso, ese dolor es bueno. Entonces, la pregunta es: ¿Cual es su aguijón que no la deja tranquila, o no lo deja tranquilo? No me lo diga. Solo sopórtelo con paciencia y con acciòn de gracias a Dios. Es el instrumento que Dios usa para recordarnos de que pasta estamos hechos y no nos sintamos orgullosos de nuestros éxitos o virtudes ante los demás sino al contrario, bajar nuestra frente y aceptar que todo lo que somos es por la pura Gracia de nuestro Buen Dios.
SOLI DEO GLORIA