La nueva normalidad es un término surreal que nos obliga a tomar la decisión de acostumbrarnos a una forma distinta de ser y de hacer las cosas que cotidianamente realizábamos.
En esta cuarentena he tenido que afrontar la nueva normalidad desde la perspectiva más dura, que es la perdida de seres queridos, personas que han estado con nosotros, de un día para otro no tenemos la oportunidad de despedirlos como se debe, nos queda nada más el recuerdo, la memoria de alguien que fue para nosotros muy importante, esta es la parte más dolorosa que he tenido que vivir en mi función pastoral en tiempos de pandemia.
Escenas desgarradoras de ver personas a la distancia en el marco de su sepultura, en ocasiones a través de cámaras ¿Cómo sobreponernos a circunstancias tan adversas? Aquí es donde nuestra fe consuela, el refugiarnos en Cristo, el saber que el acercamiento inevitable de encontrarnos con el creador y con el ser amado rebasará cualquier dolor. Debemos llenarnos de esperanza.
La nueva normalidad va más allá del distanciamiento y de la negativa a socializar, ha sacado a luz una serie de elementos que antes no los considerábamos, como el hecho que solo llegábamos a casa a dormir por el arduo trabajo, a primera hora del día ya estábamos de salida, de repente nos encontramos con que estamos en casa, quienes tenemos el privilegio de tener hijos hemos tenido la oportunidad de compartir con ellos durante todo el día, de disfrutar a los nuestros, es un regalo que no se nos había concedido, una semana de vacaciones en algún lugar sentíamos que estábamos compensando el tiempo que no se estaba con la familia, ahora es vivir con ellos, estudiar con ellos, trabajar con ellos; la nueva normalidad me ha llevado a ser más paciente con mis hijos, antes era muy paciente con las personas de fuera pero impaciente con los míos, tengo hijas pequeñas y me doy cuenta que ellas necesitan mucho de su papá, que sea maestro, tutor, etc.
Mi labor de pastorear en línea no es algo distante, ni frio, es tan cercano como yo lo quiera hacer, por eso le impregno todo el amor del mundo a cada predica, le brindo atención a cada comentario para reaccionar de manera privada como la persona lo necesita, el transmitir mensajes de esperanza de forma virtual es algo que ha llegado para quedarse, no es que no quiero volver a los cultos de manera física (eso sucederá en su momento con las medidas respectivas), pero estoy disfrutando el haber dado el salto a compartir el evangelio en esta nueva modalidad, dándole valor a todas aquellas cosas que antes no tenían el mismo significado.
De diez a doce reuniones diarias que sostenía, ante un posible retorno lo más que haría sería tener una o dos, me mantendría dedicándole más tiempo a mi familia, a mi persona y cultivando mi relación con Dios, el contexto actual está renovando como vemos al prójimo y en cómo nos vemos nosotros mismos. “¿Por qué voy a inquietarme? ¿Por qué voy a angustiarme? En Dios pondré mi esperanza, y todavía lo alabaré. ¡Él es mi salvador y mi Dios!” Salmos 42:11.