Una de las preguntas que màs se hace la gente cuando todo el ataque del universo se vuelve contra ellos es: ¿Por qué a mi? Eso es algo que todos llevamos dentro y que en màs de alguna ocasión preguntamos al viento. A menos que crezcamos en la Palabra de Dios y en el conocimiento del Señor, podremos comprender que lo que Èl hace en nuestras vidas es por su pura Voluntad y que siempre lleva un propósito para nuestro bien. Eso es lo que dice la Escritura: Todo ayuda a bien a los que aman al Señor.
¿Por qué nos hundimos en ese mar de preguntas ante las situaciones difíciles que la vida nos presenta? Eso es porque a nadie nos gusta sufrir. Y como todos nos creemos especiales, creemos que nadie tiene derecho de hacernos sentir el sufrimiento de la vida. Se nos ha enseñado que tenemos derechos que nadie puede violar y ese “derecho” lo hemos extendido a Dios.
Nos hemos vuelto tan soberbios que le reclamamos al mismo Dios por qué nos hace sufrir. Levantamos la cara, levantamos el puño como muchos hombres en la Biblia nos enseñan, reclamándole a Dios con arrogancia por qué nos suceden cosas feas y para nosotros malas. Incluso hay escritores que han publicado libros que sus títulos dicen algo así como “Los renglones torcidos de Dios”, como si Dios tuviera el defecto de escribir torcido. No comparto esa opiniòn porque el Dios en quién yo creo es Perfecto en todas sus formas.
Así que cuando un ser humano finito, una partícula de polvo en el basto universo que Èl creó, se atreve a preguntarle ¿Por qué tengo que sufrir yo? Creo que la respuesta es sencilla:
¿Y por què no?
Eso fue lo que entre lineas dijo Job. Y lo que consigue por respuestas son las mismas que nos puede responder el Señor a nosotros si nos atrevemos a reclamar por qué sufrimos algo que ataca nuestra zona de confort. ¿Por què no, Job? ¿En donde estabas tú cuando…” y la lista es larga, tan larga que lo dejó cavilando en cada una de las situaciones que este hombre sabio -según Dios-, se hallaba en esos momentos hasta caer rostro en tierra, cerrar sus ojos y levantar sus manos al cielo y exclamar: Perdòname Señor, antes, de oídas te conocía, pero ahora mis ojos ten ven. Claro que antes que Job, ya había habido otro hombre que discrepó con Dios y le insistió en algo que Dios tuvo que decirle: ¡Basta!, ya no me hables de ese asunto. Años después encontramos a otro sabio pidiéndole que le quitara cierto sufrimiento que lo tenía al borde del abismo. Y el Señor tiernamente le respondió: No, no haré lo que me pides, solo que te baste mi Gracia. Sigue caminando con tu aguijón a cuestas. Usted sabe de quién hablo. Entonces, la pregunta que se hace, aunque sea algo duro de tragar es: ¿Esta usted sufriendo alguna situación extrema pero aun sigue disfrutando de la vida? No pregunte, no sea que también le respondan:
¿Y por què no…?
SOLI DEO GLORIA