El dolor que la vida nos depara tiene dos facetas: la primera es que podemos decidir sufrir solos y quedarnos exhaustos en el camino como la mayoría de las personas han decidido hacerlo. Para paliar el dolor se van a subterfugios que solo terminan causándoles màs dolor. La segunda faceta es vivir esos dolores de la Mano de Jesus. Es lo que èl llamó “su yugo”. La ironía es que èl lleva la mayor carga por nosotros. De manera que es inconcebible que un creyente en Jesus busque otras formas de suavizar su experiencia con el dolor.
Ya vimos ayer que los griegos para poder explicar el fenómeno del dolor de la vida crearon el Mito de Sìsifo. Porque en todas las edades siempre ha habido sociedades que tratan de explicarlo. Algo imposible desde luego. Jesus dijo: “En el mundo tendréis aflicción…” Porque èl sabìa de qué estaba hablando. Rubén Dario escribió unos versos que me aprendí desde joven: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y màs la piedra dura, porque esta no siente, pues no hay dolor màs grande que el dolor de ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consiente”. Duele nacer, duele vivir. Pero duele màs no entenderlo.
Para los que piensan lo contrario, que para nosotros no aplica el dolor de la vida, les quiero hacer una pregunta: ¿A quién vio Marìa aquella famosa tarde de un viernes en el Monte de la Calavera, colgando de la cruz? ¿A su Salvador y Señor? ¿Al Dios hecho carne? ¿Al Rey de Israel? ¿Al Leòn de Judà? ¡No, y mil veces no! Marìa vio a su hijo. Al niño aquel que había tenido con dolores de parto en un pesebre hacia varios años atràs, al niño que tuvo entre sus brazos acunándolo con amor y ternura, al niño que jugaba en el patio de su casa en Galilea y que una vez se cayó y ella corrió a levantarlo y ponerle un poquito de su saliva en la rodilla golpeada. Ella vio en aquel madero a su hijo querido, a su primogénito, al que había tenido a pesar de los chismes e intrigas de su pueblo. Al niño aquel que por haberlo concebido sin tener esposo, el novio quiso dejarla en secreto. Marìa no vio a la Majestad del Cielo. Marìa sufrió lo indecible, el dolor màs intenso que desgarraba su alma al ver a su hijito querido bañado en su propia sangre sin ninguna culpa.
Fue por eso que Jesus le dijo a Juan: “He allí tu madre…”. En otras palabras: Juan, te encargo a mi mami. Consuelala por favor. Sècale sus lágrimas. Dale el amor de hijo que yo no pude…
¿Usted también está sintiendo correr sus lágrimas al leer esto? Es que nos duele, nos duele mucho. Porque el dolor es parte de la vida mis amigos. No soy pesimista, solo realista y eso me hace aceptar las palabras de Jesus: “En el mundo tendréis aflicciòn, màs confiad, Yo he vencido al mundo”.
SOLI DEO GLORIA