El éxodo fue un episodio muy interesante en la vida del pueblo de Israel. Estuvieron cautivos en Egipto por cuatrocientos años, recibiendo látigos, golpes, insultos y ultrajes a diestra y siniestra. Estaban siendo oprimidos y abusados de muchas maneras.
Mientras tanto, en sus casas, a duras penas podían orar al Dios del Cielo y pedirle clemencia. Ellos sabían que había una promesa de parte de Dios que un dìa serían libertados de la esclavitud, un dìa llegaría un Mesìas a liberarlos de ese yugo infernal y entonces saldrían de allí con victoria. Esa era la promesa. Así que cuatrocientos años de espera son bastantes años. Y ya estaban desesperados cuando apareció el libertador en la persona de uno de sus mismos paisanos. Una noche (qué raro, ¿verdad? siempre de noche), matan un cordero, untan su sangre en los dinteles de sus puertas y sin hacer tanta bulla, salen de esa tierra de esclavitud a una tierra de libertad. Llevaban su pan sin levadura y suficiente oro para sus gustitos.
Habían dos caminos para salir a la libertad: Cruzar el Mar Rojo que los alejaba de la tierra, o cruzar el territorio de los filisteos que los acercaba. Por ese camino apenas se iban a llevar siete dìas para cruzar el rio y ganar su victoria. Es decir -según ellos-, estaban a una semana de llegar y tomar posesión de su herencia. Siete dìas, mis amigos. Piensen por un momento lo que había en sus mentes. No te preocupes mi cielo, una semana de camino y comeremos leche y miel. Siete dias de camino y estaremos descansado en nuestras hamacas con todo resuelto. Dios es Bueno, así que aguantemos solo siete dìas màs. Adiós Egipto. No volveremos ni a pensar en ti. Chao capataces. Nos vamos. Esas gentes habían escuchado historias de los que cruzaban ese camino de Filistea y les habían contado que era hermoso, lleno de oasis y exuberante en frutos y árboles.
Pero, ¡Oh sorpresa!. Dios los llevó a la otra frontera. Y empezaron los problemas. Usted ya los conoce porque son los mismos que hemos tenido usted, yo y miles de cristianos que queríamos ser libres de deudas en siete dìas. Arreglar el matrimonio en siete minutos. Que los hijos crezcan en siete parpadeos. Que la casa se pague en siete meses. Que se llene la refri, el gas y la billetera en siete instantes. Dios es Bueno y no nos hará esperar màs porque sabe que ya no aguantamos. Así que ellos y nosotros queremos salir a la libertad en siete dìas, siete horas, siete minutos.
Pero Dios no tiene prisa. Y se llevó cuarenta años en cumplir la promesa de libertarlos. Eso duele. Decepciona. Aburre. Frustra. Y empezaron a perder la fe. Dejaron de confiar en que Dios era Bueno. Ya no es Bueno. Porque no se apuró en llevarnos por donde nosotros (y ellos), esperaban. Ellos querían siete dìas. Dios dijo ¡No!. Necesitan cuarenta años para estar realmente listos para aprender a administrar su libertad. O su salud. O su dinero. O su matrimonio. O sus hijos. O ¿que màs…?